Un artículo de Santos
Ochoa Torres
La ley de Autoridad
El pasado 10 de junio, por decisión del
gobierno regional, los maestros y
profesores de Castilla La Mancha somos legalmente considerados autoridad. La
ley creada por dicho gobierno en las
Cortes de Castilla La Mancha es una copia casi literal de la misma ley que en
Madrid se aprobó hace ya aproximadamente un año. Parece que hasta en esto somos
una especie de sucursal o apéndice de la comunidad vecina. En este sentido, y
con la perspectiva suficiente ya de un año, es fácil comprobar la nulidad en
efectos de esta oportunista y superflua ley. Superflua, ya que la Fiscalía
General del Estado ya consideraba a efectos legales como autoridad mucho antes,
como lo atestigua una circular remitida en 2008 a todas los fiscales de España.
Incluso también aquello que la ley nos “vende” como una novedad, ya existía
también desde hace años, tal como el Servicio de Atención Jurídica o el Seguro
de Responsabilidad Civil para maestros y profesores.
Por otra parte, si queremos analizar empíricamente la
impresión de los profesores madrileños un año después de haber “disfrutado” de
tan eficaz de la ley, debemos decir que muchos de ellos piensan que incluso a
veces genera más problemas de los ya existentes con los alumnos, ya que los
padres también se suman en ocasiones al conflicto en defensa de sus hijos
agrediendo al maestro si fuese necesario. Con lo cual el problema se magnifica
aún más.
En los Presupuestos Generales del Estado,
el PP expone en el apartado de Educación, que considera “esencial la plena escolarización”, aunque en realidad estén
haciendo todo lo posible para que eso no sea así, quitando becas de comedor,
becas de transporte escolar, cerrando colegios rurales, eliminando plazas de
profesorado… También en esos Presupuestos se habla de “insistir en la necesidad de obtener ratios profesor/alumno,
alumno/grupos cada vez más favorables”, aunque la respuesta a qué entienden
por “más favorables” la tenemos en el
parlamento de Castilla La Mancha cuando el PP rechaza las propuestas del PSOE en sus enmiendas para
que se reduzcan las ratios de alumnos, se aumenten las plantillas del
profesorado o se complete la acción tutorial docente. Con ideologías como la
del gobierno regional se truncará por completo la trayectoria de disminución
del fracaso escolar que en el conjunto del Estado ya venía apreciándose: en
2011 el índice de fracaso bajó hasta el 26%, cifra aún alta respecto de la
media europea, pero sensiblemente mejor de la de 1990 que ascendía al 40%. Esto
indica que la dirección que llevábamos, aunque mejorable, era la correcta.
Conceptos, símbolos y realidad
Cambiar de nombre a las cosas, incluso a
las personas, no las hace distintas. Los
conceptos sólo son palabras para señalar la realidad y así no tener que cargar
con ella cuando deseemos mostrarla. Pero la realidad es tozuda, ciega, sorda y
se comporta en la manera en que lo
hace independientemente de cómo la
designemos, e incluso de lo que pensemos de ella. No faltan los refranes
castellanos que lo exponen mucho mejor que yo: “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”, o “El hábito no hace al monje”, o aquello
que Quevedo indicaba al final de El Buscón cuando, refiriéndose a Pablos,
señalaba que no por cambiar de lugar donde vivir, cambia uno su ser, su
personalidad. Al respecto de la nueva Ley de Autoridad del Profesor, esta no nace ni se mantiene porque le
peguemos en la frente al maestro una etiqueta escrita donde diga “Soy
autoridad” o por ponerle una tarima para
hacerle más visible ante sus alumnos, como también proponía Esperanza Aguirre.
Etimología y aclaraciones sobre los términos
Pero empecemos por diferenciar y aclarar
el significado de dos conceptos: autoridad y potestad.
Cuenta
Rafael Domingo, catedrático de derecho romano, en un brillante artículo
publicado en el diario El País, que en una noche de octubre de 1927, Don Ramón
del Valle-Inclán asistía al estreno de una obra de teatro de Joaquín Montaner y
que al final de uno de los actos comenzó a vociferar desde el patio de butacas “¡Muy mal!, ¡muy mal!“ provocando un
grandísimo escándalo. De inmediato, unos agentes se acercaron hasta él para
llevárselo a comisaría y se presentaron diciéndole: “Somos la autoridad, debe Vd. Acompañarnos”, a lo que Don Ramón les
contestó: “Aquí, en el teatro, la única
autoridad soy yo”. Aún así acabaron llevándoselo, ya que aunque tenía
razón, los agentes tenían potestad para poder expulsarle de la sala de butacas.
Con esta anécdota se ilustra
perfectamente la distinción que existe entre autoridad y potestad, así como los
errores que cometemos al emplearlos. En el caso de Don Ramón, si los agentes se
debieran expresar con absoluta corrección debieran haberse presentado como “agentes
de la potestad”, de la potestad que el Estado les confiere y reconoce para
imponer el orden y la seguridad. El derecho romano decía de la potestas que es el poder socialmente
reconocido y se ostenta cuando se tiene
“capacidad legal que el pueblo le confiere para hacer cumplir la ley”. En
cambio, la auctoritas es la
legitimación socialmente reconocida. Esta no se logra por un cargo, etiqueta ni
convección alguna, sino por el prestigio y la consiguiente admiración en la
faceta de que se trate. Y esto es lo que Valle-Inclán hacía valer ante los agentes de la potestad. Ambas, auctoritas y potestas, son reconocidas socialmente, pero la auctoritas se asienta sobre la legitimidad, el respeto y la
convicción; la potestas sobre la
legalidad, la imposición y la convección.
El equilibrio y la armonía entre auctoritas
y potestas
Pero la potestas sólo es legítima si está equilibrada con el peso de la
autoridad. El equilibrio se rompe cuando el abuso entra en juego. Pero sólo
puede abusarse de la potestad, del poder conferido, pero no de la autoridad. Es
una expresión errónea decir que se abusa de la autoridad. No puede abusarse de
la autoridad como no puede abusarse de la belleza, la bondad, la justicia o la
sabiduría. La autoridad sólo puede merecerse o perderse. El abuso sólo puede
ejercerse desde la potestas, sobre el
poder, y cuando eso ocurre ese abuso conduce a la corrupción, que es la
utilización de lo público para beneficio propio, menoscabando con ello la
capacidad del Estado como garante de la protección y el fomento de los derechos
de los más débiles.
El gobernante que así rompe la armonía
entre potestas y auctoritas, cuando es consciente de ello, intentará hacer creer,
prostituyendo el lenguaje para manipular la realidad, que dicha ruptura es tan inevitable
que se hace por el bien de los administrados, que es un medio para preservar al
Estado de males mayores (Maquiavelo dixit),
que las decisiones que se toman desde esa ruptura son dolorosas para el
gobernante. Si es necesario, decía al respecto de igual manera Maquiavelo, el
príncipe, o nuestros gobernantes para el caso que nos ocupa, puede incluso llegar legítimamente a la
traición. Tal traición ya está servida cuando en nuestro país se cierran
servicios públicos tan sólo porque se impone según el criterio de otra nación
aunque sea indirectamente.
La autoridad del vago
Maestros, ¡qué palabra!, y profesores se
sienten “manoseados” en los últimos tiempos por los políticos neoliberales. Los
utilizan como si de papeles se tratara. Primero nos colocaron en la frente la
etiqueta de “vago” y, poco tiempo después, cuando se percataron de la posible
rentabilidad electoral de llamarnos “autoridad”, nos colocaron también la
etiqueta de “autoridad” en la nuca, por no hablar de otras partes nobles
traseras. Me pregunto si esos políticos pueden imaginar el desorden de
conceptos que los alumnos tienen en sus
conciencias cuando les pide que consideren autoridad a alguien a los que meses
antes se les tildaba de vagos por esos mismos políticos.
Con todo ello tan sólo se busca el
desprestigio de la escuela pública, de sus maestros y profesores; y la mejor
forma de lograrlo llega de la mano de aplicar el viejo truco de, primero,
cortarle el suministro económico para después, cuando todo empiece a ir mal, la
sociedad misma en su conjunto acabe condenándola sin reparar cuáles fueron las
causas, ya lejanas, del mal funcionamiento. De esta manera, la escuela privada
sale indemne de dicho daño, o incluso beneficiada, ya que ese corte de suministro económico de
lo público se trasvasa a lo privado y a
sus conciertos que parasitan el dinero público. De esa forma, el objetivo está
logrado: que la educación sólo esté al alcance de quien pueda pagársela.
Finalmente, la educación se pervierte como el mejor instrumento para generar el
efecto contrario del que naturalmente persigue, que es la igualdad, pasando a
ser un vehículo de dominación inspirado por criterios particulares de
rentabilidad económica.
Arrogancia presuntuosa
Pensaba Platón que los ciudadanos más
sabios debían ser orientados por el Estado para ser los gobernantes. Hoy, los
que tenemos en el gobierno de nuestra comunidad autónoma lo creen al contrario.
Es decir, creen que por haber sido elegidos bajo sistemas democráticos de
listas cerradas, sólo por eso ya están a la altura de aquellos sabios, incluso
más que eso, ya que se creen con potestad para poder conferir autoridad, por ejemplo, a determinados
ciudadanos en sus profesiones como los maestros, sólo por el poder que los ciudadanos les
otorgan para gobernar mediante la creación de leyes.
Ese poder conferido por el pueblo, esa “potestas”, que diría el derecho
romano, suele ser un espejismo que
confunde al gobernante que llega a creer que por el hecho de detentar la postestas, también goza de autoridad, de “auctoritas”.
Incluso creen que la auctoritas se
genera o se transfiere a golpe de ley como si de un órgano corporal se tratase.
Su ignorante, presuntuosa y endiosada soberbia les lleva a confundir fácilmente
cosas que en democracia deben estar muy claras, como es la diferencia entre
legalidad y legitimidad, potestad y autoridad.
La historia nos da testimonios bastantes
de que cuando se abusa del poder conferido es para sufrimiento de los
ciudadanos. Este abuso sólo puede controlarse desde el derecho a la pluma, que
diría Kant, o simplemente desde la autoridad de determinados líderes que acaban
convirtiéndose en el timón de la historia, como diría por otro lado Hegel.
Tanto un aspecto como otro, a veces han resultado mucho más eficaces incluso en el control
democrático que la misma separación de poderes. El gobernante es depuesto
cuando él ha cortado el cordón umbilical
desde el que le llega el poder, que está en la autoridad del pueblo.
Para el buen gobierno es necesaria la potestas, pero siempre debe aspirar a
que sus acciones y decisiones no sólo sean legales, sino que aspiren al mayor
grado de legitimidad posible para poder llevarlas a cabo con autoridad sin
acudir a técnicas de manipulación o
imposición coactiva alguna. Los mejores recursos para ello son la exposición
verdadera a los ciudadanos de los principios que les inspiran, la coherencia y
el ejemplo. Todos estos aspectos han
sido traicionados por nuestros gobernantes de la Junta sin excepción y por el
PP a nivel nacional. Respecto de sus verdaderos principios, bajo la excusa de
la situación económica retiran dinero y trabajadores de los sectores más
sociales del Estado para debilitarle o
incluso aniquilarle, ya que es el garante de la cohesión social que defiende al
más débil. Frases rotundamente propagandísticas repetidas ramplonamente como “No podemos gastar lo que no tenemos”
tienen un calado fortísimo en la población por su aplastante “lógica”. Pero esa
lógica es falaz, ya que lo que no tenemos lo han detraído de lo público para
ofrecérselo a la banca, a la educación privada y concertada. Si no, valgan tres
datos: uno que el superávit del Estado a finales de 2007 era de 2´5 del PIB;
dos, que en ese momento dos tercios de la deuda era privada, cuando ahora por
ofrecer ese dinero para “salvar” la banca privada, la tendencia se ido
invirtiendo al contrario; y tres, no parece cierto que el estado del bienestar
sea un derroche cuando se ha mantenido en todo occidente desde hace 70 años y
gobernado por opciones políticas de todo signo.
Es evidente, por tanto, que se trata de
una cuestión puramente ideológica, de claras convicciones que no se atreven a
confesar. Y como apuntaba también Kant,
lo que uno no se atreve a confesar es porque es algo malo o incluso monstruoso.
Respecto de la coherencia y el ejemplo, no han cumplido con absolutamente nada
de lo prometido en su contrato electoral con los ciudadanos. Incluso al
contrario, piden por enésima vez austeridad y esfuerzos a los ciudadanos, pero
vemos cómo el presupuesto de la Junta de Comunidades para 2012 asigna a los altos cargos una subida
de un 157 %, pasando de 22 millones de € con el anterior gobierno a 56´6 con el
actual, y así en un sinfín de comparativas. En cambio imponen un recorte de
cientos y cientos de millones de € para educación. Es justo lo contrario de lo que prometieron a
los ciudadanos para acceder al poder, y por ello este gobierno se dirige, si no
está ya instalado en ello, a la ilegitimidad y a la falta de autoridad. Sin
embargo, nuestro consejero de educación se cree con autoridad para elaborar una
ley de autoridad del profesorado que, según él, “será suficiente para reconocer la autoridad del profesor”.
Este sr. no parece saber mucho de
educación ni tampoco nada acerca de lo que es “autoridad”. Esta sólo se ejerce desde la sabiduría, desde
el amor a la escuela, a los chicos y chicas que con su mirada piden que se
cultive su persona, desde la tolerancia, desde el diálogo… La potestas,
que él tiene sólo porque el pueblo se la otorga, se mal utiliza cuando se abusa de ella contra
el pueblo, cuando se busca el respeto de sus políticas por medio del miedo y no
por la admiración y la natural persuasión derivada de la autoridad. Y, cuando
se abusa de la potestas, se acaba
perdiendo la auctoritas. Yo le digo
que hoy tiene la oportunidad de reflexionar, de oír las calles y ver si su autoridad está
creciendo o no entre los maestros y profesores que él “administra”.
Debo decirle también, que ni si quiera la
potestad socialmente reconocida al maestro, que hoy no parece ser mucha, será eficaz en aulas con 30 niños de infantil
o 42 en bachillerato, enlatados 6 horas diarias en aula repleta durante 9 meses
de curso. Con esta sinrazón, llegamos a la cruel y estúpida paradoja en la que,
por ejemplo, la legislación sobre
granjas porcinas se preocupa más por los m2 de espacio que debe
obligatoriamente disponer un cerdo en su pocilga como espacio vital, que a un
niño en el aula.Según el ministro Wert "los niños se socializan mejor si son muchos en las aulas".
Sólo la autoridad del maestro será capaz
de gobernar por convicción a esos chicos y chicas, y ello únicamente se alcanza
desde el cariño humano hacia el maestro, por el prestigio alcanzado desde la palabra. Todos mis alumnos enmudecen
unos segundos haciéndose un muy bello silencio cuando les pregunto: “¿vosotros
podríais agredir a un maestro del que hayáis aprendido algo?”. Su respuesta es siempre la misma: no. Esa es
la autoridad, no la que usted cree que otorga en un papel al que denominamos
Ley. La auctoritas, Sr. Consejero, ni
aún teniéndola usted, puede transmitirla. La auctoritas se conquista. Lo que usted tiene, “sólo” es la potestas que el pueblo le ha dado
temporalmente. Por tanto, no deja de ser una muestra más de su desconocimiento acerca
de la profesión del maestro, o simplemente de la soberbia presuntuosa de un
político neoliberal más que debemos
sufrir. Le aconsejaría tuviese prudencia para no caer en aquello que le ocurría
al rey del genial Saint-Exupery en su estupenda obra “El Principito”, el cual
creyó que por ser rey tenía potestad
incluso para ordenar una puesta de sol en el momento que él desease o que el
Principito estornudase cuando él lo ordenase. Le recomiendo su lectura, le será
de gran ayuda.
Escuela, maestros y padres
La auctoritas
sobre nuestros alumnos e hijos es algo que buscamos maestros y padres. Pero
sólo podemos lograr el respeto derivado de la autoridad por medio de dos
instrumentos: el miedo o la admiración.
Aunque el respeto verdadero sólo se logra por admiración. Cuando esto no
es posible, y se fracasa, entonces el respeto se busca por la imposición de la fuerza que no se ha sabido cultivar por medio
de la persuasión derivada de la
admiración. Pero parece que lo que actualmente buscan nuestros gobernantes en
nuestra comunidad es recuperar la autoridad del maestro de la dictadura, o
mejor dicho, la potestas, el respeto
por el miedo, que sólo generaba temor y odio a la escuela. Nuestros gobernantes
creen que el sacrificio y el castigo parecen ser los únicos instrumentos
pedagógicos por excelencia para enseñar. Pero, enseñar es mostrar, orientar,
guiar, y esto no es posible si no se cuenta con la voluntad autónoma del alumno
para querer dejarse guiar. No es posible orientar a quien no quiere seguir el
camino de alguien porque se lo muestra ayudándose de las únicas armas que
esgrime el maestro fracasado , que son
el sacrificio y el odio.
La pérdida de autoridad no sólo es propia
de maestros y profesores, también lo es de muchos padres, políticos,
religiosos… Unos la han perdido por haber traicionado sus principios, otros por
dejar de representar a los ciudadanos, otros por haber traicionado los
principios que decían defender. Por ello, actualmente todo apunta al estado de
nihilismo nietzscheano en el que la autoridad se pierde porque se han dejado de
perseguir valores humanos; porque la cultura, el saber, o el conocimiento han
dejado de ser los graneros donde se forjan las personas con autoridad. Ahora sólo
se busca el entretenimiento ofrecido por algún idiota militante que se pavonea
y hace gala de su ignorancia ante audiencias televisivas anestesiadas y
boquiabiertas que acaban deseando imitar a cualquier imbécil que ha hecho
fortuna con estas mañas.
Parece, a tenor de lo que está
ocurriendo, que aún no somos conscientes del importante papel de los maestros y
maestras en nuestra vida. Ese papel está muy bien mostrado en un
artículo de una maestra en paro
publicado en el Diario El País de 12 de
enero de 2012, (“Profesores. Examen de conciencia”) en el que decía: “al empezar a impartir clases particulares
me di cuenta de un simple detalle que ayuda a entender esa sensación (la de
ser maestro). Cuando una familia abre su
casa a un maestro, suele invitarle a pasar al salón. Te dejan a solas con sus
hijos. Ponen en tus manos lo mejor que
tienen. Esa es la clave de nuestro trabajo.” Eso es autoridad, Sr.
Consejero.
5 comentarios:
¡¡¡Genial, Santos!!! Ya te estaba echando de menos. Genial. Tendré que leérmelo varias veces más para asimilarlo, desmenuzarlo y disfrutarlo. Sabemos cuánto más importante es, como tú dices magistralmente, la auctoritas ganada por el ejemplo que la potestas conseguida por la fuerza. ¡¡Enhorabuena!!
¡¡¡Genial, Santos!!! Ya te estaba echando de menos. Sencillamente, genial. Tendré que leerlo varias veces más, para desmenuzarlo y disfrutarlo. Sabemos cuánto más importante es, como tú expones magistralmente, la auctoritas regalada por el ejemplo que la potestas conseguida por la fuerza. ¡¡Enhorabuena!!
También decía Maquiavelo que era mejor ser temido que amado. Por eso quienes nos gobiernan no sólo confunden la potestad con la autoridad, como bien has demostrado, sino la autoridad con el autoritarismo, algo que tú también has apuntado sin llegar a explicitarlo. El problema ahora es, ¿cómo ganarse la autoridad con aulas tan masificadas, cómo recuperar la autoridad (y la dignidad) del propio Sistema Educativo con más recortes y menos recursos? Parece que vamos hacia una mezcla genética entre Sísifo y Job. ¿Cuánto esfuerzo, cuánta paciencia y cuánto "amor" habrá que invertir para tener la autoridad que se nos concede en la ley y se nos arrebata en la práctica? Duros tiempos se avecinan.
Es magnífico el ensayo. Gracias. Hacen falta muchas personas como tú.
He llegado a este blog por casualidad, pinchando en un enlace y tengo que felictarte por la perfección de tu mensaje, creo que vendré por aquí mas amenudo. Se aprende y se comparte lo publicado. Un saludo.
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