miércoles, 20 de agosto de 2008

Porque tuve hambre y no me disteis de comer


“Controla el petróleo y controlarás a las naciones,
controla el alimento y controlarás a la gente”


Hery Kissinger

Un artículo de Santos Ochoa Torres

El señor Henry Kissinger, en un documento oficial elaborado por el Gobierno Nixon denominado “Memorando Estudio 200 de Seguridad Nacional: Implicaciones del Crecimiento Mundial de Población para los intereses de Seguridad y Exteriores de los EE.UU” sugería que el hambre, las guerras y las epidemias son un instrumento eficaz de control de la población. El colosal descubrimiento de Kissinger es una mezcla de torpeza infinita y cinismo destilado, pero por desgracia cierto. Pero esto no es extraño en alguien que se prodigaba con máximas como: “controla el petróleo y controlarás a las naciones, controla el alimento y controlarás a la gente”. Una vez más comprobamos que a lo largo de la historia la privación de alimentos también ha sido una táctica utilizada para eliminar adversarios.
Occidente es responsable del genocidio masivo de inocentes. El mundo rico quiere creer que el pobre que sufre miseria extrema está ahí simplemente, no es consciente de su responsabilidad.
La presente crisis alimentaria está acelerando aún más este genocidio silencioso o silenciado. Según la FAO, el precio de alimentos básicos procedentes de semillas ha aumentado un 88% desde marzo de 2007. El trigo un 181% en tres años; el arroz más del 50 % en los últimos meses y ya se ha triplicado en los últimos 5 años pasando de 600 dólares la tonelada a 1800. Sin embargo, las grandes multinacionales de la alimentación o la energía apuestan por los transgénicos, ya que aumentan la producción y crean semillas resistentes a plagas y ciertas enfermedades. Pero tan sólo hay 5 empresas en todo el planeta que producen semillas transgénicas y una de ellas controla el 90% del mercado internacional. Este monopolio hace más difícil aún que los países pobres puedan colocar sus productos en el mercado.
La espectacular subida en el precio de los alimentos está unida al precio del petróleo. Pero los precios del petróleo nada tienen que ver con que este sea un bien escaso. Los países productores de petróleo aseguran abastecimiento sin problemas por el momento. Tampoco tiene que ver con que los costes de extracción y producción se hayan encarecido proporcionalmente a la subida experimentada por el mismo, ya que, por ejemplo, en Oriente próximo la extracción de un barril cuesta poco más de 10 dólares. Y por supuesto, también tienen mucho que decir las multinacionales de la alimentación que están comprando sus productos mucho más baratos en países pobres, pero los están subiendo sin control alguno en sus ventas, especialmente desde la OMC.


La frialdad de las cifras y de las cumbres

Las cifras respecto del tema son cada vez más atroces e inhumanas: cerca de mil millones de habitantes “viven” con menos de un dólar diario; el 50% de la población mundial lo hace con dos dólares diarios; cada 4 segundos muere una persona por hambre o enfermedades derivadas de él, lo que supone 100.000 muertos diarios, de los que 30.000 son niños menores de 5 años. El 15% de la población mundial (1.000 millones de personas) no tienen acceso al agua potable y 6.000 niños mueren a diario por ingesta de agua no potable.

A pesar de la fracasada, descalabrada e hipócrita cumbre de la FAO celebrada recientemente, todos nos tranquilizamos sabiendo que ya hemos puesto en marcha otra cumbre mundial para 2015 (como si el problema estuviera ya solucionado o como si este no fuese urgente), en la que para entonces se espera haber acabado con el hambre en el mundo. Por el momento, no sólo no lo hemos reducido, sino que sigue creciendo escandalosamente, especialmente desde 1996, fecha para la que paradójicamente ya se había fijado el objetivo de acabar con el hambre en el mundo. Lo peor es que este posponer plazos y objetivos es algo que ya viene ocurriendo desde hace demasiadas cumbres. Al final todo parece una gran burla.
Acabo de calificar a la cumbre de la FAO como un fracaso, cosa no del todo exacta, ya que un fracaso se produce cuando no se logran los objetivos marcados previamente de forma sincera, y vistos el número de fracasos ya cosechados no parece que la intención sea otra que la de aligerar nuestras conciencias periódicamente, pero no mitigar verdaderamente el hambre en el mundo. Más que nada, la FAO parece haberse convertido tan sólo en un espacio de penitencia. Pero como apunta acertadamente Pascal Bruckner, esa penitencia es cobardía, es asesina, porque no es la solución. La penitencia sólo es solución para el religioso que la reza y así repara su alma y su conciencia. Occidente hace algo parecido en estas cumbres, que son algo así como el espacio donde nos confesamos y nos autoaplicamos una penitencia entonando un “mea culpa” hueco e hipócrita.


Síntomas de la Hipocresía

Un síntoma claro de esa hipocresía es el tratamiento que en esas cumbres se le da a la deuda externa contraída por los países más pobres. El espinoso asunto de la deuda de los países pobres sigue sin abordarse verdaderamente. Son pocos los países que vienen reconociendo que la deuda de los países pobres no tiene su causa en inversiones productivas, sino que la mayor parte de ella se debe a los abusivos intereses que estos países deben pagar, a la especulación y a la corrupción de los gobernantes de muchos de esos países pobres. Parte de la solución al problema empezaría por la condonación de esa deuda injusta que les oprime y no les deja entrar al mercado, lo cual se convierte en un infernal círculo vicioso, pues la deuda genera más pobreza y la pobreza genera aún mas deuda.
Otro de los síntomas que evidencian la hipocresía de occidente es el gasto en la industria armamentística de sus países. Son también pocos los países que en esas cumbres internacionales reconocen a micrófono abierto que gastamos mucho más en matarnos que en solucionar problemas como la miseria extrema de muchos países, y cuando eso deja de ocurrir inventamos nuevas guerras para seguir en la tendencia. Las cifras de esas conferencias dicen que los enfrentamientos armados ya han ocasionado 17 millones de muertos en 50 años.
La venta de armas no es una industria a la que esta crisis mundial le afecte. Más bien incluso parece ser al contrario: la industria del armamento parece crecer en inversa proporción en la que otros sectores se ven afectados negativamente. Incluso parece también crecer en la misma proporción al aumento del número de estómagos hambrientos en el mundo.
A pesar de la buena voluntad y de los compromisos reales de países como España en la última cumbre de la FAO, también debe decirse que durante 2007 el negocio del armamento en España creció un 50%, y ello sobre los máximos históricos ya dados en 2006. Además, curiosamente la mayor parte de venta de armamento no se vende a países ricos, pues ellos también las fabrican y exportan, sino que siempre se venden a los más pobres o a los que padecen regímenes totalitarios que oprimen a su población.


El “Libre Mercado”: valor y precio

El ser humano es sujeto portador de valores. Por el solo hecho de serlo, una persona tiene un valor, no un precio. Forma parte de su esencia, de aquello que le hace lo que es en distinción de cualquier otro ser. La era dieciochesca de los valores parece haber muerto irremisiblemente. Todo ha pasado a tener un precio, el valor no importa. Todo lo que vale lo es porque tiene un precio. Con esta “filosofía” no sólo aniquilamos los valores, sino también los derechos más fundamentales e inherentes. Y creemos que incluso se pueden comprar o vender derechos, como ocurre por ejemplo en países como España ya hablamos de comprar derechos de agua. Solo tiene agua o pan aquel que puede pagárselo, quien puede competir con los precios, si no, se comienza a pasar hambre. Como dice el teólogo de la liberación Leonardo Boff, “comer ya no es un derecho de todos”. Quien puede pagar para comer, dice de si mismo tener derecho a ello, se hace propietario de lo comprado. Pero las leyes de ese mercado han sido creadas por el que dice tener aquello que da acceso al alimento o a los bienes productivos. Estos bienes, a su vez, son el medio para generar más riqueza a quienes los ha comprado. Pero para que eso ocurra los ha de gestionar alguien realmente interesado: la empresa privada, la cual acaba generando más desigualdad, ya que lo único que hace es trasvasar y atomizar la riqueza, no generar más para todos.
Con ello nace la “libre economía de mercado”, que no es otra cosa que un espejismo o una artimaña bien inventada por el poderoso para intentar hacer ver que nadie es responsable del injusto reparto de la riqueza, pues según ellos la libre economía de mercado se autodirige, se autoorienta o se autorregula y nadie puede encauzarla. No hay por tanto, sujetos responsables.
Sin embargo, es más que chocante que sí podamos regular los tipos de interés a nivel internacional. Pero las sospechas se agrandan aún más cuando no sabemos por qué no ocurre lo mismo con los precios del petróleo. La respuesta es que el petróleo es un elemento diferenciador de la riqueza. Por ello siguen sin interesar a los países más ricos la inversión en empresas o tecnologías que ya han mostrado energías alternativas inagotables, baratas, limpias, y lo más importante: fáciles de generar por cualquier país.
Con esta forma de concebir el mercado aparece una nueva y sutil forma de explotación y de manipulación donde el único objetivo es la rentabilidad, aunque para ello a veces deba convertir a las personas en simples medios o mercancías.
En este feroz sistema, el hombre ha dejado de ser el sujeto responsable de sus males, se ha convertido voluntariamente en objeto de mercado, de rentabilidad económica. Este es el perfeccionamiento último de la alienación de la que Marx habló en su teoría del capital. Pero la opulencia de unos no puede darse gracias a la miseria extrema de otros, pues puede acabar justificando que la ley de la jungla en que vivimos acabe actuando al revés y el hambriento, el perseguido o el marginado se sientan legitimados (que ya lo están) para luchar contra quien le oprime mediante la acción o la indiferencia, o sencillamente para decidir sentarse a nuestra mesa por las buenas o por las malas. El liberalismo ha dado a luz una nueva subclase social: el hambriento.
Esa subclase social, sin conciencia de ello, sino tan solo de la proximidad de su muerte o la de sus hijos, la forman 860 millones de personas que no tienen con qué alimentarse. Mientras, según informa la ONU, el planeta podría abastecer sin problema alguno al doble de la población mundial, es decir a doce mil millones de personas. Sin embrago, el número de muertes por enfermedad a causa del hambre sigue creciendo escandalosamente. Aún así, de las aproximadamente 2.800 moléculas que las principales multinacionales farmacéuticas adaptan o transforman para generar medicamentos durante 2007, tan sólo 13 de ellas se destinaron a medicamentos para tratar enfermedades exclusivas de los países más pobres. Esa es una muestra más de que las industrias farmacéuticas aspiran tan solo a vender y rentabilizar sus productos.
Como apunta Jean Ziegler, estamos asistiendo a una refeudalización del planeta, es decir, se están monopolizando las riquezas y los alimentos en manos de unas pocas empresas a las que incesantemente llegan beneficios desorbitados. Para estas empresas nada hay fuera del universo de la rentabilidad. De ahí que muchos de los grandes bancos hablen de crisis profunda cuando sus beneficios no vengan siendo del 25% y ahora lo sean del 24´96%, por ejemplo.
Estos hechos muestran que el capitalismo no ha fracasado. No lo ha hecho porque no aspira a un objetivo humanizador y ético. Por ello, no defraudará a sus mentores, los cuales tampoco tienen identidad precisa.


El lejano próximo

Dice Cristovan Buarque, citado por Leonardo Boff, que una parte muy importante del problema de la pobreza estriba en que desde occidente no calificamos al pobre como semejante, como prójimo, que quiere decir “próximo”. Por lo general, la pobreza está muy retirada espacialmente de la opulencia, casi forma parte de una cualidad ajena a lo humano, porque lo humano desde la opulencia solo parece tener que ver con lo saludable. La miseria no nos afecta, tan sólo la vemos en televisión durante los segundos que nuestra vergüenza nos permita.
Pero este espejismo puede romperse, y de seguir así todo, es más que posible que acabe rompiéndose. Vendrán a nuestra mesa y nos harán entender su semejanza, su derecho, que para el hombre no hay frontera convencional que no pueda saltarse. Dice Buarque que “podemos no sólo ser desiguales, sino desemejantes, pues no nos sentimos del mismo género humano. Sólo erradicaremos la pobreza si nos sentimos semejantes, en caso contrario la humanidad se bifurcará”.
La conciencia de individuo se acomoda en occidente sintiéndose incapaz de luchar contra la pobreza. El individuo justifica su omisión de acción porque considera que las medidas deben ser globales si se quieren efectivas. Creemos interesadamente que trascienden al individuo. Aún así, la distancia entre decir “yo no puede hacer nada” y “yo no puedo hacer nada más” es infinita. Esta inhibición del individuo es conocida por muchos gobiernos, lo cual ha hecho que el conjunto de los países más ricos del planeta ya destinen la mitad de ayuda al desarrollo que lo que se destinaba en promedio en los años sesenta. Esta vergonzosa actitud, hace que el ciudadano acabe echándose a la arena de al acción creando numerosas ONG´s fruto de un voluntariado desinteresado al que no llegan los gobernantes de la opulencia.
Otro factor que causante de la inhibición en la búsqueda de acciones especialmente desde occidente consiste en creer que el problema sólo afecta al que padece miseria extrema. Lo expone muy acertadamente Frei Betto cuando dice: “si el hambre es el principal factor de muerte precoz y vergüenza para la civilización del siglo XXI, ¿por qué no provoca movilización? Por una razón cínica: al contrario del terrorismo y de la guerra, del cáncer y otras enfermedades, el hombre hace distinción de clase. Sólo alcanza al miserable”. Es por ello que todo se reduce a un problema de voluntad política que, históricamente sólo se ha activado cuando ha habido una movilización de la voluntad general de la sociedad que se ha levantado contra otras injusticias, tal como lo fue la abolición de la esclavitud, la disolución de regímenes dictatoriales o el fin del terrorismo en algunos países.
Según las cifras manejadas por el Diario Público en España en su edición del 10-08-2008, en Brasil sólo en los últimos cinco años la tasa de miseria ha bajado del 34´96% al 25´16%; el porcentaje de indigentes se ha reducido casi en tres millones de personas y en el último año el empleo creado ha llegado a 1.881.092 puestos de trabajo más. Este último ha sido el principal antídoto contra la pobreza en este país, lo cual hace pensar que la voluntad política esconde detrás otro escenario causal no tan hilarante. Y es que este espectacular crecimiento es fruto de sumar un país más a la dinámica capitalista de las multinacionales que generan más desigualdad internacional esquilmando a base de explotación a países llamados “en desarrollo”. En 2003 Brasil recibió 101.000 millones de dólares y los inversores enviaban a sus países matrices por valor de de 5.700. En 2007 las inversiones crecieron hasta los 346.000 millones, pero los beneficios de los países inversores pasaron a 224.000 y la escalada sigue descontrolada. Otros efectos son que los tipos de interés están creciendo hasta el 14%, lo cual acaba perjudicando mucho más al país productor que a la multinacional que se asienta en él.
Por eso, las multinacionales de la energía, principalmente estadounidenses, comienzan a padecer la fiebre del “oro brasileño” y ya han comprado 20 millones de hectáreas de tierra para producir caña de azúcar, lo cual estaría muy bien para producción de alimentos, pero el objetivo no es ese, sino producir etanol ya que generarlo desde el maíz, como en EE.UU, es mucho más caro. En definitiva, este espectacular crecimiento es todo un maquillaje que tiene como motor la creación de empleo, el cual acaba generando más riquezas para el país explotado, pero muy especialmente para las grandes multinacionales que necesitan mano de obra barata y con pocos derechos laborales, situación imposible en sus países de origen. Por ello, estos cambios no son precisamente los que ayudan a que estos países “colonizados” tengan por sí mismos más posibilidades de integrar su producción en el mercado internacional, pues competirían a precios mucho más bajos y eso es lo que se debe evitar.


Recetario para opulentos

Nuestra sociedad ha decidido ser caprichosa. Ha decidido producir incontroladamente hasta que su producción no puede disolverse en ventas de mercado y entonces generan crisis y hambrunas cada vez mayores. Se encuentra hastiada, luchando contra el aburrimiento o el envejecimiento. Ese aburrimiento nos empuja bien a generar fanatismos o a un nihilismo pasivo y enfermizo que es directamente proporcional al número de suicidios en las llamadas “sociedades avanzadas”.
En ese escenario, como dice Carl Gunnar, “los hombres no quieren que se les enseñe a pensar, prefieren que se les diga en qué han de creer”. No son las ideologías las que han muerto. Simplemente se ha deteriorado algo previo a la ideología y que es condición necesaria para su surgimiento: la creencia, la cual se ha convertido en fundamentalismo religioso o dogmatismo. Si el paso previo a la idea es la creencia, la salud de las ideologías es de difícil diagnóstico y cada vez son más escasas. Por ello, los partidos políticos necesitan cada vez más de lo que llaman “laboratorios de ideas”. Esto demuestra que hemos perdido la creatividad como factor humanizante. Es decir, no sabemos, o no queremos saber ofrecer soluciones eficaces a problemas como la miseria extrema o el hambre. Hemos perdido la creatividad, y con ella también la vergüenza y el sentimiento de culpa como bien dice Pascal Bruckner.

Las soluciones que los países ricos ofrecen para sus males en tiempos de crisis son trabajar más, más barato y con intereses más altos. La UE pretende fijar la jornada laboral semanal en 65 horas, y aunque eso sólo afecta a casos muy concretos, la directiva se enmarca dentro de un espíritu laboral completamente regresivo, siendo más digna del siglo XIX que del actual. El problema es que en el siglo XIX si tuvieron otros países que colonizar para explotarlos y expoliarlos. Entonces nos llevamos lo mejor de sus riquezas y ahora sus moradores sumamente empobrecidos no entienden de fronteras y desean venir a los países que se enriquecieron a su costa. Es curioso que esto nos sorprenda. Pero hoy la colonización adopta otras sutiles formas de explotación, como ocurre con el anterior caso mencionado de Brasil.

Las soluciones, aun siendo complejas, no lo son tanto como se pretende hacer creer, especialmente desde los grandes organismos internacionales como la OMC. Es evidente que el problema de la pobreza y el hambre en el mundo son fundamentalmente de voluntad política. Lo muestra un hecho sorprendente muy bien expuesto por Soledad Gallego-Díaz en un artículo publicado recientemente en el diario El País. En él analiza el “Consenso de Copenhague”, una iniciativa del gobierno danés por medio de la cual ha reunido a los 8 mejores economistas del mundo (cinco de ellos han sido Premios Nóbel) para pedirles cómo priorizarían ellos un montante de 75.000 millones de euros durante cuatro años para mejor beneficio de los mismos en la comunidad internacional. Elaboraron un listado con los 10 objetivos que consideraron más urgentes y más rentables. Asimismo, desglosaron el gasto que cada objetivo acarrearía. De esos 75.000 millones, el primer objetivo en prioridad tan sólo costaría 60 millones de dólares al año. Pero lo sorprendente es el contenido de ese objetivo: dotar de vitamina A y zinc al 80% de los 140 millones de niños subalimentados o malnutridos en los países más pobres. Todos ellos coincidieron en que la relación coste-beneficio sería altísima, pues generaría beneficios intelectuales y en la salud en esa población no se superarían por ningún otro objetivo. La segunda prioridad es aún más sorprendente puesto que no costaría ni un solo dólar. Se trataría de poner en marcha y cumplir definitivamente algunos aspectos de la “Agenda de Doha para el Desarrollo” y hacer que la Organización Mundial del Comercio liberalice sus mercados, eliminen barreras arancelarias y reactiven el comercio mundial haciendo que los países más pobres logren introducir su producción en el mercado libremente.
Sin embargo, es curioso, aunque más bien diría sospechoso, que la OMC no quiera ni oír hablar de ciertas recetas que atacarían el problema en su corazón mismo, como son:
1.- Condonar la totalidad de la deuda de los países más pobres.
2.- Establecer una Reforma Agraria y tributaria para desconcentrar la renta en esos países.
3.- Ofrecer medios de producción suficientes, tanto humanos, como técnicos y de materia prima.

La OMC parece querer seguir hablando falazmente de crear empleo como la panacea para eliminar la pobreza. Pero esa iniciativa sólo interesa de forma especial a las multinacionales de la alimentación y de la energía, especialmente para ser llevada a países en desarrollo, como es el caso de Brasil. Como bien dice Frei Betto, la solución tampoco pasa, ni siquiera transitoriamente, por el envío de alimentos a las zonas más azotadas, ya que esa medida genera 4 graves errores:

a.- justifica los subsidios agrícolas.
b.- destruye culturas locales que giran en torno a ciertos cultivos autóctonos.
c.- aumenta la dependencia de los beneficiarios.
d.- favorece a los políticos corruptos y redes mafiosas.

Otro factor complejo en su análisis es la denominada “superpoblación”, que más bien es un problema de desigual reparto de la misma más que de un exceso para el planeta. Si comprobamos la evolución de la población y la del desarrollo tecnológico en los que más han crecido vemos un desequilibrio muy acusado. Esa fractura ha generado aún más pobreza. Especialmente durante el último siglo el desarrollo tecnológico ha acompañado casi exclusivamente a los que menos han crecido, lo cual ha generado una ruptura o una bifurcación difícil de recomponer. A principios del mismo la población era de 1650 millones de habitantes, en 1975 se pasó a 4.000 y actualmente ya somos más de 6.000 millones.


El futuro rol de la Izquierda

Especialmente en Europa, la izquierda parece estar anestesiada. Lleva más de 20 años lamentándose de haber perdido espacios ideológicos que sigan dándole contenido, motivos de acción y transformación de la realidad. La lucha contra el hambre, la marginación o la miseria extrema como frutos de un liberalismo y un capitalismo salvaje siempre debieron ser espacios reales que mueven la utopía de la izquierda.
Se hace urgente retomar la razón ilustrada que se proponía liberar al hombre de la falta de autonomía fruto del miedo, de las injusticias, de los mitos que conducen al nihilismo o al fanatismo. Nada de eso está conseguido, más bien el hombre hoy está subyugado por sí mismo y parece cada vez más indiferente a la injusticia, ante lo dado.
El objetivo es retomar esa razón como un instrumento al servicio del hombre, que es el fin último de toda acción y nunca un medio para lograr propósitos o inclinaciones viciadas por el egoísmo. La situación actual es la contraria: la razón renuncia plantearse lo que puede o no puede hacerse escudándose hipócritamente en una ineficacia del individuo ante la globalización. De esa forma buscamos nuestra inocencia haciéndonos creer que las decisiones trascendentales sólo pueden tomarse desde el poder establecido.
Max Horkheimer proponía ya en los años 60 la vuelta urgente a la razón crítica, a la razón en su función genuina que no despreciaba las utopías, pues antes al contrario, eran el motor que aspiraba a fines humanos. Esta concepción de la utopía no la hace sinónimo de “imposible”, sino más bien de güía o estímulo.
Occidente no puede seguir siendo un castillo asediado por los más pobres, por los marginados o los perseguidos. No puede seguir creyendo que estos problemas se solucionan con fronteras físicas o virtuales cada vez más altas, que finalmente siempre son traspasadas, pues para el hambriento o el perseguido no hay nada que perder en su huida y por ello no hay frontera suficientemente alta.
Poco a poco cobra más sentido lo que Horkheimer y Adorno preveían: occidente intenta hacerse creer a sí mismo que lo que ocurre en un mundo globalizado como el nuestro es inevitable, aunque todo es un pretexto cobarde para que nada cambie e intentar con ese anonimato librarnos de nuestra parte de responsabilidad ante el sufrimiento injusto de millones de seres humanos.


Santos Ochoa Torres
16 de agosto de 2008

(Artículo Publicado en www.rebelion.org el día 09-09-08)

martes, 3 de junio de 2008

Necesidad de saber: la Guerra Civil española


“La Libertad no hace más feliz al Hombre,
tan sólo le hace más humano”

Manuel Azaña.


Un artículo de Santos Ochoa Torres

Son incontables los testimonios que evidencian que el 18 de julio de 1936 el objetivo de los golpistas contra el Gobierno de la Iiª República española era exterminar calculadamente al contrario. El general Mola, el día 19 de julio exige a los suyos que “hay que sembrar el terror (…) eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”. También en la misma línea, el capitán Aguilera, jefe de Prensa de Franco durante la Guerra Civil, dice: “tenemos que matar, matar y matar. Son como animales. Al fin y al cabo ratas y piojos son portadores de la peste. Nuestro programa consiste en exterminar a un tercio de la población masculina. Con eso se limpiaría el país. Además también es conveniente desde el punto de vista económico: no volvería a haber desempleo en España”. En la campaña también participaron numerosos jerarcas de la iglesia católica, como el obispo de Vic, Joan Perelló, que recomendaba una “profilaxis social” y pedía un “bisturí para sacar la pus de las entrañas de España”. El mismo Franco no escondía sus intenciones cuando declaraba a la prensa internacional que estaba “dispuesto exterminar si fuese necesario a toda esa media España que no me es afecta”.

Algunas cifras

Las cifras del genocidio franquista son estremecedoras. A finales de 1936 las tropas de Franco ya habían fusilado, bajo órdenes oficiales, a 50.000 personas. Según el ex –fiscal general del Estado, Carlos Jiménez Villarejo, “los presos políticos fallecidos, entre los que se incluía a los fusilados tras un “proceso” y los muertos en las cárceles, desde abril de 1939 hasta el 30 de junio de 1944, fueron 192.684”. Suponía una media de 105 muertos diarios durante esos cinco años (terminada la Guerra Civil las tropas de Franco no tuvieron reparo alguno en fusilar a menores de edad, tómese como ejemplo a las tristemente famosas “Trece Rosas” en Madrid).

Otros historiadores, como Paul Preston, apuntan a que fueron 180.000 los ejecutados durante la Guerra Civil y los primeros años de la dictadura. A las ejecuciones acompañaron 250.000 exiliados y 280.000 presos en cárceles (el 10 por ciento de la población activa), 190 campos de concentración que acogieron 350.000 detenidos y 200.000 presos esclavizados a trabajos forzados sin remuneración ni derecho alguno para reconstruir las infraestructuras del Estado. La vida social “normal” también se vivía con cientos de miles de represaliados y expulsados de sus trabajos por no ser afectos a Franco.

La idea del exterminio llegó incluso hasta el punto de que acabada ya la Guerra Civil, a mediados de 1939, Franco se dirigió a los aproximadamente 180.000 exiliados en ese momento, animándoles a volver sin temor alguno si sus conciencias estaban limpias. Fue una trampa más: se les puso a disposición de tribunales militares y tras un “juicio-farsa”, muchos fueron ejecutados. A otros muchos exiliados se les aplicó lo que Javier Rodrigo ha dado en llamar “memoricidio”: se les privó de la “nacionalidad española”. Murieron en campos nazis de exterminio (Franco estaba puntualmente informado).

A pesar de todo, aún hoy el franquismo no goza de mala prensa en nuestras calles. No faltan voces que afirman que el régimen franquista no fue tan sanguinario, que el exterminio no fue tan grande. Pero cabe preguntarse, si el genocidio franquista es más o menos monstruoso por el número de vidas humanas contabilizadas.

Los franquistas no tuvieron contemplaciones para asesinar impunemente. El entonces coronel Yagüe respondía a los medios de comunicación: “Naturalmente que los hemos fusilado, ¿pensaban que me llevaría conmigo a 4.000 rojos mientras mi columna avanzaba luchando contrarreloj? ¿Debía dejarles a mis espaldas permitiéndoles que hicieran de Badajoz una ciudad roja?”. La locura de los franquistas alcanzó el nivel de permitir que oficiales y médicos alemanes realizasen experimentos y prácticas de exterminio (1937 y 1938) en campos de concentración españoles.

La Historia guarda en su seno las aberrantes declaraciones que los militares golpistas hicieron durante el genocidio, animando a sus soldados a violar y asesinar mujeres. El general Queipo de Llano, al acabar la Guerra Civil, en sus discursos emitidos por radio espetaba: “vayan las mujeres de los rojos preparando sus mantones de luto (...), estamos dispuestos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Castro de Río, id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros; que si así lo hiciereis quedaréis exentos de toda culpabilidad”, “¿qué haré? pues imponer un durísimo castigo para acallar a esos idiotas congéneres de Azaña. Por ello, faculto a todos los ciudadanos a que, cuando se tropiecen con uno de esos sujetos, lo callen de un tiro. O me lo traigan a mí, que yo se lo pegaré”, “Nuestros valientes legionarios y Regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y de paso, también a sus mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han jugado al amor libre? Pues ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”.
La represión alcanzó todos los planos y rincones del país. Casi la totalidad de los intelectuales y profesores de Universidad tuvieron que exiliarse o fueron expulsados de sus puestos. Comenzó a reivindicarse lo medieval, los Reyes Católicos, la música sacra, la idea del imperio y se impuso una censura feroz. Se denostó cualquier atisbo o logro consolidado de la misma Ilustración. El propio Franco, proponía “la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias, destruida en el siglo XVIII”.


Las cárceles

Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y ministro de la Gobernación en 1939 y 1940,dirigió todo el sistema penitenciario en esos momentos, en los que los fallecimientos en las cárceles por hambre y epidemias, fueron tantas como las ejecuciones. La prisión de Córdoba, por tomar un ejemplo, en 1941 tenía registrados 502 muertos.

Las detenciones ilegales eran mucho más que habituales y en infinidad de casos se encarcelaba sin causas que las justificaran; y lo peor, ni siquiera con una denuncia motivada. Las denuncias se fabricaban en modelos estándar, con posterioridad a la detención, cuando el detenido ya se encontraba en prisión. Se encarceló indiscriminadamente, incluso por pedir mejoras salariales o condiciones laborales mínimas. Tal es así, que la regulación jurídica de la figura de la “detención ilegal”, también llamada “Habeas Corpus”, no se tipificó hasta 1956. Las detenciones se prolongaban sin límite de tiempo; no existía control judicial de ningún tipo. Los detenidos al ser conducidos a prisión, normalmente eran exhibidos en los sitios públicos más señalados después de haber sufrido incontables palizas. Muchos fueron fusilados sin que siquiera tuvieran un “juicio-farsa”. Otros, pasada la guerra, tuvieron un “juicio” que sobreseía la causa por la que se les encarceló, cuando el preso ya había muerto en la cárcel años antes (de hambre, enfermedad o asesinados a palizas).

Entre 1939 y 1943, en el primer y más sanguinario franquismo, según el historiador Antonio Miguel Bernal, el número de presos llegó hasta los 550.000. El trato fue inhumano. Sirven como modelo de ello las palabras que el director de la Cárcel Modelo de Barcelona ofrecía a los presos por megafonía todas las mañanas: “Tenéis que saber que un preso es la diezmillonésima parte de una mierda”.

Especialmente crueles fueron las cárceles para mujeres, donde había reclusas con bebés, o niños de muy corta edad: morían de hambre, enfermedad o miseria, sin asistencia médica alguna. Los médicos sólo certificaban la muerte.

Una de las cárceles de mayor número de muertos, en los años 40, fue la de Toledo, con un total de 680. Es importante señalar de paso que esta ciudad no tuvo agua corriente hasta el año 1948, y cuando se consiguió, el franquismo lo vendió propagandísticamente como una “obra directa del Caudillo, que ha resuelto al fin este problema de Toledo que no consiguieron resolver ni íberos, ni romanos ni árabes...”. Pero aún con la propaganda franquista contra la realidad, esta era desgraciadamente tozuda: sólo en 1941 hubo 50.000 muertos por infecciones gastrointestinales; la tuberculosis se cobró 26.000 vidas anuales entre 1940 y 1942.

El sistema carcelario llegaba a tremendas crueldades: cuando llegaban las órdenes de ejecución de presos, la relación se leía en voz alta: algunos funcionarios llegaban al éxtasis cuando pronunciaban nombres muy comunes. como Pedro, Juan o José, y tras una pequeña pausa pronunciaban el apellido, para desmoralizar y así mantener la máxima tensión en el auditorio.

La corrupción entre los funcionarios de prisiones era general: vendían por dinero la libertad a los presos, cuando ya sabían que la tenían concedida. Algunos reclusos eran obligados a comprar su vida pagando a funcionarios, para que en su lugar fuera ejecutado algún desgraciado sin familia ni amigos que le pudieran echar en falta. Otros debían reunir hasta 500.000 pesetas (de la época) para ser librados de una ejecución segura. En la cárcel de mujeres de Amorebieta, estas mañas las realizaban las monjas oblatas, como apunta el historiador John Lynch.

Para beber solía repartírseles cada tres días poco más de un vaso de agua por preso, En algún caso, como en Albacete, sólo había un retrete para 1.000 personas. En la cárcel de Ventas (Madrid), se hacinaban miles de mujeres con sus hijos, enfermos de disentería, plagados de piojos. La alimentación, cuando la había, consistía en berzas, nabos o vainas de habas hervidas.

Se ensañaban con los presos: las torturas eran el medio habitual de recabar información o simplemente el instrumento para alimentar el sentimiento fascista. El poeta Marcos Ana, preso político durante la dictadura, refiriéndose a la tortura, dice: “los métodos eran poco refinados, simplemente te apaleaban bárbaramente. Muchos se les quedaban entre las manos. Pero a fin de cuentas, al tercer golpe perdías el sentido y se acababa la tortura”. Las prácticas de tortura eran puramente inquisitoriales. Como cita John Lynch, Petra Cuevas, fue interrogada ante el mismísimo Carlos Arias Navarro. “En los dedos, dice ella misma, me enroscaron cables como si fueran anillos y me enchufaban y me volvían a enchufar con las manos empapadas en gasolina, para que la corriente fuera más fuerte. (…) Entonces empezaba a salir sangre de los dedos como un surtidor”. Algunas mujeres fueron brutalmente apaleadas hasta dejarlas estériles, después de haber sido violadas. Muchas de las que sobrevivieron perdieron su juventud en las cárceles.


Esclavos para obras del Estado

El hacinamiento se aliviaba utilizando a miles de presos como mano de obra forzada, en régimen de semiesclavitud, para cederlos casi gratuitamente a muchas empresas privadas afectas a Franco. Esas empresas se enriquecieron fácilmente. Los presos esclavos construyeron embalses, canales, carreteras, ferrocarriles, el mausoleo de Franco y José Antonio Primo de Rivera (en el Valle de los Caídos), extrajeron carbón y mercurio…

Los esclavos fueron un magnífico negocio: mano de obra gratis, sin derecho alguno: el mejor sueño del capitalismo. Los grandes terratenientes también se beneficiaron de esta mano de obra, creando importantes obras de regadío o trabajando sus propiedades sin pagar ni una sola peseta. Solamente en Andalucía, gracias al trabajo forzado de los presos se llegaron a transformar 74.000 hectáreas en cultivos de regadío que generaron importantes fortunas. En general, el Estado y casi la totalidad de las infraestructuras se reconstruyeron desde esta filosofía capitalista del trabajo y la economía: opresión del trabajador, convertido en esclavo.

Después inventaron el Sistema de Reducción de Penas por el Trabajo, idea del sacerdote jesuita José Antonio Pérez del Pulgar, el cual no era partidario de ningún tipo de piedad con los vencidos. Unas palabras suyas ilustran sus deseos de venganza: “no puede exigirse a la justicia social que haga tabla rasa de cuanto ha ocurrido”. Según las memorias anuales remitidas a Franco por el Patronato para la Reducción de Penas (1939-1970), los beneficios obtenidos por el Estado a costa de los trabajos forzados de sus prisioneros fueron de 130.000 millones de pesetas (unos 780 millones de euros). De esos ingresos, el 75 % del salario de los presos era ingresado por el Patronato en una cuenta del Banco de España a nombre del entonces subsecretario de la Presidencia del gobierno, Luis Carrero Blanco.

Es evidente que el país seguía en guerra después de 1939, aunque las trincheras ya no existieran y los tiros ya sólo vinieran de una de las partes. A pesar de todo, para general bochorno, España continúa plagada de monumentos de exaltación del fascismo y del franquismo, contra la democracia.


Niños, familia y Auxilio Social

En 1943, 12.042 niños fueron apartados de sus padres con el pretexto de protegerles del psiquismo fanático de los “rojos”. Como afirmaba el psiquiatra y comandante médico Antonio Vallejo Nájera, el Mengele español, personaje de total confianza de Franco, los “rojos” eran “criminales empedernidos sin posible redención dentro del orden humano”, y por ello se hacía necesaria la “segregación total de estos sujetos desde la infancia”. Estos niños de los que hablo, una vez que se les cambió el nombre, fueron entregados en adopción a familias de orden, muchas veces para suplir las carencias de hijos por esterilidad.

Es mucha la documentación y los hechos que ponen de manifiesto los robos y la desaparición de hijos de republicanos, entregados en adopción a familias adeptas al franquismo. Todo con la excusa de que había que “reeducar a los hijos de los rojos” alejándoles de la “influencia perniciosa” que los padres creaban en sus hijos, y así poder conseguir el “español genuino” (Vallejo Nájera). Incluso se repatriaron a muchos niños de padres republicanos, sin su consentimiento, que habían sido enviados durante la Guerra Civil al extranjero para protegerles de la guerra. Se les repatriaba para entregarles en adopción.

Muchos niños murieron en las cárceles de hambre, frío o enfermedad, al lado de sus madres, sin asistencia médica alguna. Otros perdieron su infancia en el Auxilio Social, donde fueron maltratados y sometidos a abusos. En tan siniestros lugares de presunta caridad, los niños escuchaban todos los días que estaban por misericordia: eran hijos del demonio, no merecían nada.



La posguerra

La política agraria de posguerra fue calamitosa. Los salarios se redujeron a la mitad (no volvieron a los niveles de 1931 hasta 1956). La economía era intervencionista y autárquica, de pura subsistencia. El desastre estaba causado por la nula inversión en maquinaria, en fertilizantes, en mejoras agrarias. Las principales inversiones eran para el ejército, siempre alerta contra la democracia.

La hambruna de los años 40 se debió al hecho de tener que pagar la deuda militar a Alemania e Italia, contraída durante la Guerra Civil. Ni Alemania ni Italia regalaron nada: la guerra fue puro negocio. Sin embargo, Franco, inepto en todos los campos, culpaba de la desastrosa situación económica a cosas tan peregrinas como la “pertinaz sequía”. En cualquier caso, nada más acabar la guerra los franquistas expoliaron los llamados “depósitos marxistas”, repartiéndoselo como botín de guerra entre unos pocos. Esos depósitos almacenaban productos agrícolas y alimentos. Aún así se encargaron de estigmatizar a los republicanos, tildándoles como ladrones o pésimos gestores.

La industria se impregnó de un fuerte espíritu castrense: los trabajadores fueron esclavizados, llegando incluso a emplear a menores de 14 años (en la Agricultura se utilizaron a menores de 10 años). Se bloqueó completamente la escala de crecimiento económico, iniciada con la República; y Franco acabó aislando totalmente a España, condenándola a una carestía tercermundista. Esta situación generó grandes bolsas de pobreza y de corrupción por parte de los administradores del régimen. El PIB de 1935 no se alcanzó hasta 1951. En 1940 la renta nacional retrocedió al nivel de 1914. Se paralizó el desarrollo y el retroceso científico y económico volvió a situarse en niveles del siglo XIX.


El sentido franquista de la patria

Los primeros veinte años de dictadura no sirvieron para modernizar el país, ni para sacarlo de la miseria. A los que dicen ser “amantes de la patria”, hay que recordarles que no es posible la patria sin identidad, ni tampoco la identidad sin memoria. ¿Puede saber alguien quién es y reconocerse si no recuerda nada de su pasado? Los que ahora se llaman patriotas pertenecían durante el franquismo a los sectores mejor instalados de la dictadura. Los años comprendidos entre 1930 y 1936 fueron muy duros y difíciles. Los autodenominados patriotas, en lugar de colaborar con su país, empeoraron la situación económica con despidos y evasión de capitales a otros países. Buscaban protegerse, provocando a la vez una importante devaluación de la moneda.
Y no parece que hubiera mucho patriotismo cuando el mismo Franco y su cuñado, Serrano Suñer, mantuvieron una entrevista en septiembre de 1940 con el ministro nazi de exteriores, varón Von Ribbentrop: acordaron que todos los españoles republicanos exiliados, los que lograron cruzar la frontera con Francia, fueran exterminados. Las pruebas están en los campos de exterminio de Mathausen, Auswitch, Buchenbald… Aproximadamente 8.700 españoles estuvieron presos en campos de exterminio: murieron más de 5.000. De esta situación era perfecto conocedor Franco y su régimen.

Las condiciones de los refugiados en campos de concentración eran inhumanas: sin comida, sin agua, durmiendo a la intemperie. Especialmente vejatorios fueron los campos franceses, cercados de alambre de espino, en las playas de las marismas del Mediterráneo. Cuando las tropas alemanas ocupan Francia, muchos campos integrados por españoles pasaron a manos nazis. El sentido patriótico de Franco le llevó a pedir al mariscal Petain la extradición de 3.617 dirigentes republicanos. Franco ordenó fusilar a una parte de los extraditados y a la otra se le condenó a cadena perpetua.

Ni los campos de concentración ni las cárceles fueron instrumentos de reinserción. Se utilizaron para eliminar y exterminar físicamente a los “rojos”, calificados de “criminales empedernidos sin posible redención dentro del orden humano”. En todos esos “lugares” las muertes por ejecución, los disparos azarosos, el hambre, la enfermedad, la vejación extrema, se convirtieron en algo habitual.


El aislamiento

Sin la ayuda que Franco recibió de Alemania e Italia (aunque también del gobierno de EE.UU, que permitió que sus empresas suministraran combustibles a los sediciosos vía Portugal) ni siquiera hubiera sido posible equipar y desplazar el ejército desde África a la península. Francia e Inglaterra decidieron intervenir contra el gobierno democrático de la República: fabricaron la “no intervención” y la maniataron, dejándola a merced de los golpistas y sus activos aliados. La ayuda que la República recibió de Rusia fue poco más que testimonial, tardía y casi ridícula si la comparamos con la recibida por Franco a crédito. Acabada la guerra civil, Franco debía a Alemania e Italia, sólo en oro, aproximadamente 2.000 millones de pesetas. Esa deuda había que devolverla pronto: Alemania necesitaba medios para la guerra en Europa. Franco, en 1941, hace algún gesto: la creación de la División Azul y el suministro gratuito de Wolframio a Alemania (interrumpido en cuanto el Gobierno USA se lo ordenó a Franco). La División Azul, que llegó a contar con 47.000 soldados, mantuvo a aproximadamente 18.000 soldados en el frente Ruso, aunque fueron relevados.

El 21 de agosto de 1941, los gobiernos de España y Alemania firman un convenio: Alemania recibiría 10.500 trabajadores españoles (viajaron engañados por la propaganda franquista y fueron tratados casi como esclavos). Además, cuando Alemania invade Francia, otros 40.000 republicanos exiliados fueron incorporados a batallones de trabajo. Otros 12.000 más fueron a parar a campos de exterminio. El apoyo de Franco llegó incluso a 1943, cuando firma un delirante protocolo secreto que pretendía impedir el paso a los aliados por España si estos así lo decidieran.

Los gestos de Franco, puesto que no pueden ser tomados de otra manera, provocaron que Estados Unidos y Gran Bretaña rompieran relaciones con España, lo cual implicaba la suspensión de relaciones comerciales y, por tanto, la restricción del suministro de petróleo. Lógicamente, esto debilitó aún más la economía.

El aislamiento empobreció tanto a España, que hasta los bienes de primera necesidad se racionaron. Los precios cayeron, originando el estraperlo y un mercado ilegal, de abusos generalizados contra los pobres (especialmente contra los no adeptos al régimen). En la década de los 40 la economía fue de pura subsistencia. El retroceso económico provocó un grave retroceso sanitario que trajo enfermedades erradicadas a principios de siglo XX, como la sarna o la tuberculosis.


Ilegitimidad del franquismo

En España, las derechas siempre han justificado sus golpes de Estado o intentonas como cuestiones preventivas para salvar la patria, su patria. Y nunca acaba por comprenderse la legalidad del franquismo. Si el objetivo de los franquistas era, como decían, ordenar el caos existente antes de 1936, no se entiende como una vez ganada la guerra no se preparó un camino progresivo a la democracia.

El golpe de Estado fracasó en media España, por la dura resistencia de los sindicatos; pero los golpistas muy posiblemente tampoco esperaran necesariamente su triunfo inmediato: todo pudo obedecer a un plan de exterminio preconcebido, frío y calculado al milímetro, zona a zona, pueblo a pueblo. No es por tanto una casualidad o un descuido el que el “Estado de Guerra” continuase oficialmente en vigor en la legislación franquista hasta 1948.

Se ha acusado sin ningún fundamento, fabricando por tanto una mentira más, que la República fomentó la ilegalidad y el descontrol social, porque hubo muchos grupos incontrolados que buscaban saciar el hambre o resarcirse de las crueldades que recibieron de las clases adineradas. Esos grupos nunca actuaron obedeciendo órdenes superiores: hay incluso telegramas y órdenes expresas que se enviaban desde los gobiernos civiles a las poblaciones pidiendo acatar la legalidad. En cambio, los franquistas, todos los sediciosos, muy disciplinados, nada hacían sin una orden oficial.

Acabada la Guerra, el objetivo era aplicar descaradamente la “justicia al revés”, en palabras de Serrano Suñer. Se trataba de que los golpistas rebeldes condenasen por “adhesión a la rebelión” a cualquier republicano. Incluso se condenó a cualquier persona sin filiación política ni significación ideológica de ningún tipo, por no colaborar con los rebeldes para ir contra el gobierno democrático elegido en las urnas por la voluntad popular. Esta actitud cerril e intolerante no era nueva en la línea ideológica del franquismo. Son palabras de José Antonio Primo de Riera, ideólogo de Falange, pronunciadas el 29 de octubre de 1933 en el discurso de la fundación de su partido: “no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la patria”. No es de extrañar, por tanto, que con recomendaciones así la guerra continuase bajo la forma de un violencia cotidiana contra los demócratas: las ejecuciones formaron parte de lo habitual y moralmente convenientes. Los informes que justificaban las ejecuciones eran avalados por el comandante de puesto de la Guardia Civil, por el alcalde, que solía ser el jefe de Falange local. En multitud de casos, la denuncia sobre alguien era posterior a la detención.

Cuando existía un “juicio”, las garantías procesales eran nulas. Sirva de ejemplo que el “defensor” era un militar, no un jurista. A veces, se condenaban a grupos enteros, de hasta 60 personas, a la misma pena: pena de muerte, aunque los motivos por los que se les acusasen fuesen diferentes. Los defensores, en una escenificada pantomima, se limitaban a pedir clemencia. Los acusados a veces ni siquiera eran interrogados, no existían testigos, no había relación alguna entre el acusado y su abogado, se les detenía sin explicación alguna. Las denuncias eran modelos estándar, idénticos, para multitud de personas: sólo cambiaban las firmas de los denunciantes y el nombre de los acusados. Y a los denunciantes, en muchos, casos se les obligaba a denunciar. En otras ocasiones no sabían lo que denunciaban, ni a quién. También hubo venganzas o querer demostrar ser adepto al franquismo… o se denunció para ocupar el puesto de trabajo que desempeñaba el denunciado.

Por hechos como los descritos, por tratarse de un régimen impuesto tras un golpe de Estado, el 12 de diciembre de 1946, en la Resolución 39 (1), la ONU excluye oficialmente a España de todos sus organismos e instituciones. Además, recomendaba a todos los países miembros que retirasen inmediatamente sus embajadores acreditados en Madrid. En la Resolución se llama literalmente “fascista” en varias ocasiones al régimen de Franco. La Resolución concluye que dicho régimen fue “establecido gracias a la ayuda de la Alemania nazi y a la Italia fascista de Mussolini” y alude a las acciones que Franco debió emprender para el pago de las ayudas militares, incluyendo la División Azul, la Legión Española de Voluntarios, el Escuadrón Aéreo Salvador, dinero en oro y mano de obra. La resolución es tajante cuando expone que “existen pruebas documentales incontrovertibles que evidencian que Franco fue parte culpable junto a Hitler y Mussolini en la conspiración encaminada a desencadenar la guerra (mundial)”. Por ello asevera que “el gobierno fascista de Franco, impuesto por la fuerza al pueblo español con la ayuda de Hitler y Mussolini (...) no representa al pueblo español”.
Ante tan contundente declaración, Franco respondió con la peregrina idea de alentar a las masas llamando a una multitudinaria manifestación contra la ONU y en apoyo a su persona y régimen fascista. Los hechos contribuyeron más aún a ahondar en el ya profundo aislamiento que España sufría en el orden internacional: desembocó en un régimen de pretendida autosuficiencia económica. El único país que mantuvo relación comercial fue la Argentina de Perón, político que aprovechó el aislamiento de España para vender trigo a un precio abusivo (trigo que se reenvió, sin desembarcar, desde Portugal a otros puertos de Europa, para pagar la deuda militar contraída por Franco). Franco ocultó los datos y guardó las apariencias mostrando su gran agradecimiento a Perón.


Delación y terror

Desde el inicio de la dictadura, Franco tuvo presente que el régimen no subsistiría sin la imposición social del terror. El mejor instrumento para lograr ese fin era la ejecución de pasivos, desafectos e izquierdistas de cualquier signo.

En julio de 1939, en su viaje a España, el conde Ciano, ministro de Exteriores de Italia, cuñado de Mussolini, en su diario dice: “Todavía hay muchas ejecuciones. Sólo en Madrid entre 200 y 250 diarias, en Barcelona 150, o en Sevilla, una ciudad nunca gobernada por rojos, 80 diarias”. Se pretendía exterminar a una parte de la población e imponer entre ella un terror psicológico para que todo el mundo colaborase activamente con el régimen denunciando.

La justificación legal del genocidio franquista se contenía en la Ley de Responsabilidades Políticas, basada en la sospecha generalizada sobre cualquier individuo. Y se acudía a denunciar para vengarse, o como muestra de adhesión al franquismo. El historiador Julián Casanova lo deja muy claro: “la delación suponía tranquilidad, cuando no un premio para el delator”. Así lo reconocía, por ejemplo, Ungría, alto mando de la policía franquista cuando afirmaba que “la decisión policial subirá al prestigio de aviso patriótico”. La denuncia y la delación se convirtieron en vehículos neuróticos de salvación para muchos. A veces esas delaciones se forzaron incluso contra familiares, bajo la presión de las tortura.

Se creó un modelo aberrante en el que se invertía el principio fundamental del Derecho: la presunción de inocencia, mientras no se demuestre lo contrario. El principio era: “Todo el mundo es sospechoso mientras no se demuestre lo contrario”. Tenía como resultado una colaboración irremisible con el régimen. Los derrotados que no acababan en prisión, se enfrentaban a denuncias que llevaban implícitas las penas de inhabilitación en sus carreras y profesiones, el destierro, la pérdida o incautación de bienes, o simplemente el pago de sanciones que les llevaban a la miseria. Las sanciones las aplicaba un juez en función de los informes del jefe local de Falange, el comandante de puesto de la Guardia Civil. Algunas de las denuncias sólo aspiraban a usurpar el puesto de trabajo que dejaría libre el denunciado, que el delator ocuparía como premio a su denuncia. Se creaban oficinas de denuncias en las que en ocasiones se guardaba cola. El estado de sospecha llegaba, como apunta John Lynch, a extremos surrealistas, ya que “incluso los porteros de los inmuebles fueron convertidos en esbirros de la policía, que les obligó a pasar información sobre sospechosos y a denunciar a los que no asistían a misa los domingos”.


El aparato represivo


El franquismo fabricó un aparato represivo total. Uno de sus pilares fue el Tribunal de Responsabilidades Políticas, activo hasta 1966, sustentado en la Ley de Responsabilidades Políticas, de efectos retroactivos hasta 1934. La Ley clasificaba a los “rebeldes” izquierdistas en dos grandes grupos: los anteriores a 1936 y los posteriores a ese año. Con esta norma se materializaba legalmente la denominada “Justicia al revés”. Para completar todo un gran sistema, en marzo de 1943, los mismos que idearon y llevaron a cabo una rebelión contra el estado democrático, aprobaron la Ley de Rebelión Militar, con fines represivos y disuasorios. De haber aprobado la República una ley parecida en 1936, no hubiera sido posible un golpe militar. Es evidente que el dictador Franco tenía especial interés en reprimir cualquier actitud que se pareciera en algo a su comportamiento sedicioso para llegar al poder.

Cualquier sospechoso era expulsado de su puesto de trabajo, o no se les concedía permiso para abrir un negocio… y no podían presentarse a ningún concurso u oposición pública. Estas medidas represoras se aplicaron contra los maestros de escuela: se les persiguió por ser símbolo de cultura o educación, emblemas de la República. Así, 16.000 maestros fueron sancionados (de ellos 6.000 fueron inhabilitados) únicamente por defender el orden democrático y constitucional. El sistema de selección llegaba al descaro más cínico posible: se reservaban incluso puestos para combatientes de la División Azul (llegaron a ocupar el 80 % de los puestos más básicos de la Función Pública).


La gestión del Gobierno de la República

Posiblemente, el Gobierno de la IIª República priorizó equivocadamente sus reformas. Acometió antes la reforma del espíritu que la del estómago. Es decir, los cambios propuestos y puestos en marcha supusieron un impulso modernizador trascendental, pero en algunos casos fueron muy profundos, demasiado rápidos, como los que afectaron a la iglesia católica; y en otros casos fueron muy prometedores, pero demasiado lentos, como ocurrió en la Agricultura. La economía europea tampoco acompañó en positivo a la mejora de la situación española.

La economía española se encontraba sumida en un periodo de pobreza, de cambios políticos demasiado bruscos: generaron un clima de desconfianza. Los cambios en lo espiritual fueron inesperados. Los de la agricultura fueron muy prometedores pero lentos. Por ello, es posible que el orden contrario en el tiempo hubiera sido más eficaz e inteligente. Aún así, y aunque la Reforma Agraria no acababa de llegar, los pasos que se dieron en esa materia fueron aprovechados por terratenientes: la Ley dejó numerosos resquicios abiertos que sirvieron para la solicitud de importantes subvenciones que favorecieron sustancialmente a las clases altas, incluso más aún que con el gobierno de la CEDA. Provocó el malestar de braceros, labradores y clase trabajadora en general. Hay que sumar la evasión de capitales: provocó una devaluación de la moneda, situándola en niveles desconocidos hasta entonces. Todo este conjunto de actos y conspiraciones contra la República empobreció aún al país, provocando una fractura social preconcebida por las derechas, por las clases altas, con su peculiar y raro sentido patriótico.

Los beneficios que pudo reportar la Reforma Agraria no acabaron de llegar nunca, en gran parte también por la excesiva burocratización y por la inexistencia de créditos blandos destinados a la economía familiar. Además, la violencia se incrementó: fue decisiva también la intencionada brutalidad y la violencia de la policía, a la que el Gobierno no supo controlar.

El gobierno de la República quiso implantar reformas sociales, como las que estaban en marcha en muchos países europeos. Azaña apostó decidida y valientemente por una Educación libre, pública y de libre acceso como derecho fundamental para todos los españoles. Durante su gobierno se abrieron más de 7.000 nuevas escuelas de educación primaria y se habilitaron plazas suficientes de maestros. Con esta apuesta de universalizar la educación pública y gratuita se privó a la Iglesia Católica del monopolio que hasta el momento tenía sobre la Educación. Se nacionalizaron los bienes de la Iglesia católica y en 1933 se les suspendió la subvención estatal, situación ya dada en muchos países europeos, y que en España fue calificada de radical por parte de la derecha. La iglesia católica, en lugar de plantearse su auto-financiación, como ya ocurría en Francia o Alemania, reaccionó conspirando, situándose al lado de sediciosos y golpistas.

Las leyes modernizadoras de la República fueron un pretexto más de las derechas para alentar a la agitación y a la fractura social, sin olvidar el Bienio Negro, con el gobierno de derechas de Gil Robles, dedicado a generar represión, odio y resentimiento entre las clases obreras. La respuesta a la siembra de odio de las derechas fueron las urnas, en febrero de 1936.

Nada más ganar las elecciones el Frente Popular por abrumadora mayoría con 271 escaños frente a 177 del resto de formaciones, el mismo Franco, entonces jefe del Estado Mayor, nombrado por Gil Robles, trató de que Portela Valladares se mantuviera en el poder para declarar el estado de Guerra. No lo consiguió y entonces intentó reorganizar una rebelión que tampoco se consumó. Desde el primer momento las derechas se negaron a aceptar la legitimidad de los resultados. Por ello, comenzó a justificar abierta y públicamente un golpe de Estado, preparado desde la primera reunión de Fanjul, Mola y Franco el 8 de marzo. En esos momentos, el único objetivo de la derecha era desestabilizar al gobierno, fabricando un clima de agitación social y malestar, instigando al golpe militar.

En síntesis, la derecha de la CEDA ganó las elecciones mientras estaba gobernando la izquierda, y ésta lo aceptó; pero las siguientes elecciones, de febrero de 1936, fueron ganadas por la izquierda con un gobierno de derechas, y la derecha no lo admitió.

Puede decirse que el gobierno de la República no logró sus objetivos por el acoso que sufrió desde el mismo momento de su proclamación: no tuvo tiempo para gobernar; por las revueltas callejeras de los grupos incontrolados; por la falta de control sobre la Policía y Guardia Civil; por contar con una economía cercana a la quiebra; por desarrollar un conjunto de reformas que resultaron dubitativas y que no consiguieron su objetivo: eliminar la miseria de las capas más bajas, sino que más bien hizo que el caciquismo aprovechase los defectos de ciertas leyes para enriquecerse más aún; y porque la derecha se radicalizó, se convirtió en una máquina obstruccionista y propagandística que aprovechó cualquier problema para atizar aún más contra el gobierno.


El papel de la iglesia católica

La iglesia católica española, casi en su totalidad, apoyó abiertamente el golpe de Estado militar de los sediciosos desde el primer momento, con la excepción del País Vasco. En el Ejército se integraron muchísimos capellanes: tomaron parte activa en la represión, la delación y las denuncias que acababan en pelotones de fusilamiento. La connivencia entre los jerarcas de la iglesia católica y el franquismo fue absoluta, fabricando el llamado “nacional-catolicismo”, con un lema clarificador: “por el imperio hacia Dios”.

La complicidad de la iglesia católica con Franco fue total. Un ejemplo: Franco solía leer las sentencias de muerte después de tomar café, acompañado de su asesor espiritual, el capellán José María Bulart. La complicidad también se hizo patente en los privilegios que Franco ofreció a la iglesia católica, a cambio de enaltecer al régimen fascista desde los púlpitos y altares. Se le aportó dinero, exenciones fiscales, estatutos independientes y el monopolio de la enseñanza primaria y secundaria (El monopolio de la Universidad fue para la Falange). Los privilegios de la iglesia supusieron apartar a 16.000 maestros de sus cargos (muchos fueron ejecutados). Un ejemplo de la “depuración” está en Don Antonio Machado, expulsado del cuerpo de catedráticos de secundaria. La venganza de la iglesia católica se puede constatar en cifras: en 1940 había 119 institutos de secundaria; en 1956 el número era el mismo. No se creó ni un sólo nuevo instituto. Durante ese periodo la natalidad aumentó considerablemente: el incremento de alumnos lo absorbió la iglesia en colegios e institutos privados, donde se imponía el ideario franquista con el lema de “la letra con sangre entra”.

Tal y como John Lynch expone, la Iglesia católica ocupó todos los niveles del poder del Estado: “en órganos laborales, sociales, penales y legislativos a través de capellanes, sacerdotes, frailes, curas y monjas en cárceles y hospitales, de consiliarios en el sindicato único, y de obispos elegidos por Franco en las mismas cortes”. Ese poder nunca decreció: gracias al franquismo, la iglesia católica española es hoy uno de los principales terratenientes del Estado, la segunda mayor propietaria inmobiliaria que existe en España, tan sólo por detrás del Ministerio de Defensa y por delante de la RENFE. La iglesia católica logró enriquecerse en años de hambruna intensa, años en los que, una vez más, la iglesia católica estuvo junto al poderoso y la opulencia contra los pobres y los marginados.

El Estado anterior a 1936 presentaba una fractura entre ricos y pobres, opresores y oprimidos, en una sociedad en la que el rico alimentó deliberadamente el odio contra el pobre, fabricando un desorden social generalizado para justificar una rebelión militar y arrebatarle el poder a la izquierda. En este contexto, la iglesia católica, junto con los sediciosos, era partidaria de sacrificar vidas (las del bando republicano) sobre la base de un valor mayor: el orden.

La iglesia católica fue muy activa en fabricar mentiras y ocultar verdades. El sacerdote Martín Patino, conocido teólogo católico y hombre de confianza del cardenal Tarancón, ha dicho recientemente que el franquismo estuvo “lleno de mentiras, y la Iglesia también comulgó con esas mentiras”. La censura era practicada por curas y militares: se quemaron cientos de miles de libros.

El ámbito de acción no sólo llegó a todos los niveles del Estado, sino que también alcanzó las esferas de lo íntimo y lo privado. El entonces cardenal primado de Toledo, Pla y Deniel, se atrevió a fijar la longitud exacta que debían tener ciertas prendas femeninas, como faldas, escotes o las mangas de las camisas. Desde las altas jerarquías también se fomentó la idea de que la mujer debía quedar reducida a dos únicas funciones: la de ama de casa y la reproductora. Y se orquestaron los “Préstamos a la Nupcialidad” que obligaban a las mujeres a dejar sus puestos de trabajo y crear (como indicaba la propaganda) “familias fecundas para extender la raza por el mundo y crear y sostener imperios”. El sentido fascista que Franco tenía de la raza, le llevó a ordenar rodar una “película” con el título de “Raza”, donde el dictador expone sus delirios nazis. No en vano, en 1940, Franco muy gustoso e ilusionado ofrece un buen número de arqueólogos a las investigaciones que el general nazi Himmler vino a efectuar en las islas Canarias: creía que las islas eran un resquicio de la perdida Atlántida, donde debían encontrarse restos de hombres puros, perfectos, sin contaminación genética, relacionados con la superior raza aria.

La iglesia católica comulgó complaciente con la esclavitud impuesta por el franquismo a cientos de miles de presos, que no sólo beneficiaron a incontables empresas privadas, con mano de obra abundante y gratuita, sino que también benefició a la propia Iglesia Católica con muchas construcciones de iglesias, conventos y monasterios. La complicidad de la iglesia con el esclavismo era tal que el mismo sistema de “Reducción de Penas por el Trabajo” fue ideado por el sacerdote jesuita José Antonio Pérez del Pulgar, personaje cercano a Franco que llegó a manifestar que no era partidario de ningún tipo de piedad. Suyas fueron las palabras: “no puede exigirse a la justicia social que haga tabla rasa de cuanto ha ocurrido”. Buscaba venganza antes que redención, caridad o misericordia.

La actual Conferencia Episcopal Española ha dado suficientes muestras de que no desea ningún tipo de reconciliación, ni tampoco abrir un debate interno en su seno para reconocer el papel que tuvo durante la guerra civil. La Conferencia no ha apoyado las palabras de perdón de su anterior presidente, Ricardo Blázquez. Más bien le ha desautorizado. El portavoz de la conferencia Episcopal le respondía diciéndole que “la iglesia, en la Guerra Civil, fue sujeto paciente y víctima”. Sin embargo “nuestra” Conferencia Episcopal nunca criticó, por ejemplo, la visita de Benedicto XVI a Auschwitz-Birkenau. Allí el Papa se preguntó: “¿Por qué, Señor, has permitido esto?”.

La iglesia católica española aún no ha hecho examen de conciencia. Para la CEE en algunos casos sí es conveniente recordar, aunque no en otros. Véase la última megabeatificación de “mártires” de la guerra civil. Para la derecha, la memoria tampoco supone un problema si se circunscribe sólo a recordar a los Reyes Católicos, o el pasado imperial de Carlos V, o para arremeter contra los árabes por no haber pedido aún perdón a los españoles por la “ocupación” durante ocho siglos de Al-Ándalus. Pero tanto, la derecha como la iglesia católica coinciden en que otros tipos de memoria no son convenientes, porque creen que se reabren heridas, heridas que nunca han estado cerradas. Hay que hacer justicia a la dignidad de muchos demócratas para cerrarlas.

Para la CEE no es conveniente recordar cómo la iglesia amparó y apoyó un golpe de Estado y una dictadura a cambio de privilegios. Pretenden justificarse en la mentira del ambiente anticlerical existente antes de la guerra. Ese ambiente anticlerical fue consecuencia de su posicionamiento junto a los rebeldes. Así, lo demuestra el que la mayoría de los obispos españoles, excepto dos, firmaran una pastoral dirigida por el arzobispo de Toledo, Gomá, en la que califican la guerra civil como una “Cruzada Religiosa”. Su actitud ante las ejecuciones y los asesinatos fue el silencio, la connivencia con los rebeldes. Y el apoyo no fue relativo o de una parte de la Iglesia, se reconoció desde las más altas instancias. El mismo Pío XII, un cripta-nazi, se desentendió de condenar la persecución de los judíos. Y antes, en abril de 1939, cuando ya la guerra terminó y se conocían todas las atrocidades producidas, en una carta pastoral ensalza la figura de Franco por “conducir a España por el seguro camino de su tradicional y católica grandeza”. No obstante y para que no quedaran dudas de la buena sintonía entre el Papa y el dictador, Pío XII concede a Franco el gran collar de la Orden Suprema de Cristo a través del nuncio enviado a Madrid y en presencia del arzobispo de Toledo, Pla y Deniel.

Tal y como indica el historiador Julián Casanova, la iglesia española, casi en su totalidad, justificaba la violencia y las ejecuciones llevadas a cabo por los sediciosos, porque esa violencia “no se hace en servicio de la anarquía, sino en beneficio del orden, la patria y la religión”, declaraba en agosto de 1936 el obispo de Zaragoza, momento en que aún no se conocía el alcance del anticlericalismo. Incluso se opuso a cualquier tipo de mediación o reconciliación, ya que “transigir con el liberalismo democrático (...) absolutamente marxista, sería traicionar a los mártires” (Noviembre 1938, Leopoldo Eijo Garay, dixit; obispo de la diócesis de Madrid-Alcalá). La derecha de hoy, en plena democracia y 70 años después, habla en los mismos términos para justificar sus radicalismos cuando acusa a los que no piensan como ella de “traicionar a los muertos”, en este caso refiriéndose a las víctimas de ETA.

También son innumerables las denuncias en que, con posterioridad a la guerra civil, la iglesia participó. Las denuncias de sus sacerdotes acababan con las víctimas ante pelotones de fusilamiento, víctimas confesadas por sus propios delatores que bendecían los fusilamientos. Era la venganza de los que se decían ministros de Dios. La parte de la iglesia católica que no apoyó la rebelión, como la del País Vasco, fue reprimida con ejecuciones y fusilamiento de sacerdotes por órdenes de Franco (dentro del franquismo también hubo anticlericales, como la del falangista Ramiro Ledesma).

La iglesia católica española ha respondido a la Ley de Memoria Histórica con un proceso de beatificación de 498 españoles, declarados “mártires”. Es evidente que tal número de beatificaciones es una exageración vaticana, una extravagancia al borde de la ridiculez. De la lista de “mártires” se han excluido aquellos que aun siendo religiosos, no estuvieron en el bando sedicioso.

Tal y como indica el teólogo Juan José Tamayo, si no se ha beatificado a otros religiosos asesinados, como Ignacio Ellacuría o monseñor Oscar Romero, o no se reconocen labores como la de Jon Sobrino, tampoco entraría hoy en esa lista el mismo Jesús, pues posiblemente se le acusara de agitador, anticlerical y rebelde con aspiraciones políticas. Piensa este teólogo que la mega-beatificación responde más a “motivaciones políticas que a actitudes evangélicas”, porque no se entiende cómo se han excluido de la lista a los sacerdotes vascos que desaprobaron el golpe de Estado, y que fueron fusilados obedeciendo órdenes de Franco.Algunas voces minoritarias católicas mantienen su dignidad cuando apoyan sin vacilaciones, como la “Asociación Católica Juan XXIII”, la Ley de la Memoria Histórica.


Transición a la democracia

Muerto el dictador, la derecha “acepta” la nueva etapa que lleva a la democracia. Se impone un pacto velado de silencio, a cambio de no torcer de nuevo el camino a la democracia. Ese olvido no fue catárquico, purificador; pero de continuar el silencio sobre el genocidio franquista, se pasaría a consolidar una injusticia indecente. El olvido se ha institucionalizado hasta el punto de que recordar el pasado de “demócratas” como Manuel Fraga, paradójicamente puede ser síntoma de radicalismo.

Después de la transición política se han registrado hechos, impuestos “a la trágala”. Queda claro que la izquierda no se ha curado de sus complejos. En 1987, por ejemplo, la antigua “Fiesta de la Raza”, del 12 de octubre, aún con el nombre de “Fiesta de la Hispanidad” se sigue celebrando ese día, en lugar del 2 de mayo o el 6 de diciembre como se propuso desde muchas instancias y grupos políticos. Hechos como estos, de aparente poca importancia, evidencian la desconfianza hacia la derecha, incluso hoy. El diagnóstico de la situación se llama inmadurez democrática.

Es hora de decir que el franquismo no fue patriótico. El franquismo fue, como indica M. Richards, “la administración de la victoria”. Y la victoria no era posible sin el recuerdo constante, que sirviera al mismo tiempo de exaltación de Franco y de amenaza permanente, para los vencidos.

No podemos pasar 40 años obligados a no olvidar la victoria de los golpistas (más que la victoria franquista, se celebra la derrota de la República), y ahora debamos dar la espalda a cientos de miles de personas perseguidas, represaliadas o asesinadas por defender el orden constitucional y democrático. No podemos admitir que durante la transición se aceptase aquello de “Ahora no procede la reparación de las víctimas”, y que en la actualidad pasemos al “Ya es demasiado tarde”. De no corregir esta deuda histórica, corremos el riesgo de que el futuro califique la situación de “manoseo de la historia” de muchos hombres, mujeres y niños. Sería condenarles de nuevo en un proceso mucho más vergonzoso: se les quitaría la voz desde la democracia por la que lucharon.

En la transición, el silencio fue el precio que los demócratas debieron pagar para evitar una posible nueva sublevación de las derechas. No es esta una idea disparatada: basta con recordar el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Se aceptaron situaciones vergonzosas, como que el Tribunal de Orden Público siguiese funcionando hasta 1977, hasta seis meses antes de celebrarse las primeras elecciones democráticas después de la guerra civil. En sus 14 años de existencia, el 60 % de las causas instruidas se resolvieron apresuradamente en sus tres últimos años, del 74 al 76. Era un intento desesperado de acelerar todos los procesos de la dictadura pendientes de resolver y abrir otros nuevos antes de la llegada de la democracia, para apartar a determinados izquierdistas y evitar represalias. Hay que desmitificar, por tanto, el espíritu de la transición del que habla la derecha.



La derecha hoy

¿Por qué es tan molesta la Ley de Memoria Histórica para la derecha española? ¿A quién puede molestar una Ley que sólo pretende restituir la dignidad, los nombres y las vidas prohibidas y olvidadas injustamente? ¿Por qué una Ley a la que se tilda de inútil se le hace una oposición tan frontal y activa? ¿Por qué molesta a la derecha, si dicen no ser herederos de la derecha franquista? ¿Por qué está bien recordar selectivamente?, ¿En qué se parece el PP a la derecha europea, cuando ésta no critica en absoluto que se recuerde y se tenga presente el horror del nazismo?

La derecha española no ha ocultado su malestar y sus recelos cuando se califica el franquismo como un régimen fascista, de exterminio. Son un ejemplo desgraciado las palabras del eurodiputado del Partido Popular, Mayor Oreja, cuando refiriéndose al franquismo dijo que no es razonable condenar “un régimen donde hubo mucha gente que lo vivió con extraordinaria placidez”. Otros, como Pío Moa, el ex-terrorista del GRAPO, admirado “ideólogo” ultra, proclama orgullosamente “no condenar el franquismo” porque nos libró de gran cantidad de males.

Al Partido Popular no le sonrojan sus sospechosas contradicciones que únicamente ponen de manifiesto su doble moral. Es muy capaz de pedir la ilegalización de partidos políticos, como es el PCTV y últimamente ANV, por no condenar el terrorismo de ETA –fue el PP el que legalizó al PCTV cuando gobernaba– y negarse a condenar el franquismo y sus crímenes. La derecha se autoproclama demócrata, pero se opone a la Ley de Memoria Histórica que tiene como fin reparar la memoria de los demócratas que murieron por defender la Constitución y la Libertad.

Se ha discutido mucho sobre la utilidad y el sentido de la Ley de Memoria Histórica, pero casi nada sobre sus contenidos literales. Y sólo por los contenidos pueden juzgarse la utilidad o el sentido de la Ley, que pretende:

A.- Devolver la nacionalidad española a los descendientes de los exiliados.
B.- Facilitar la consulta de libros o documentos que contengan actas de defunción.
C.- Despolitizar el Valle de los Caídos.
D.- Localizar y dar sepultura a quienes no se encuentran localizados o en sepulturas individuales o familiares.
E.- Reconocer y habilitar a las víctimas en sus derechos y su dignidad.
F.- Declarar la ilegitimidad de los tribunales, jurados (...) constituidos para imponer condenas por motivos ideológicos.

Tiene, además, un objetivo explícito: que “nadie pueda sentirse legitimado , como ocurrió en el pasado, para utilizar la violencia con la finalidad de imponer sus convicciones políticas y establecer regímenes totalitarios contrarios a la libertad” . Y dice con claridad que “no es tarea del legislador implantar una determinada memoria colectiva. Pero sí es su deber (...) reparar a las víctimas”.

El revuelo levantado por la derecha con la aprobación de la Ley, obedece a una estrategia político-electoral y no a convicciones. Si no fuese así, mucho más revuelo debería haber creado la ley 5/79 de 18 de septiembre de 1979, elaborada por el gobierno de Suárez, hace ya 20 años, recién finiquitada la dictadura. En aquella ley se creaban pensiones, asistencia médico-farmacéutica y asistencia social para los familiares de los españoles fallecidos como consecuencia de la Guerra Civil.


Objetivo de la Memoria Histórica


Tal y como indica el historiador Julián Casanova, es radicalmente cierto que hay un claro desequilibrio de la memoria: mientras unos son olvidados en barrancos y cunetas, a otros se les entierra con honores; mientras a unos se les ha satanizado durante 40 años, a otros se les honra y se les beatifica en el Vaticano… para mayor cinismo, los promotores de este último hecho, solicitan simultáneamente que no se “remueva” la Historia; aunque impulsan la mayor beatificación de la historia de la iglesia católica. Y solicitan que la historia no se remueva, pero exigen la permanencia de todos los monumentos y símbolos franquistas, que glorifican el fascismo y el genocidio franquista contra los que lucharon por la libertad y la democracia. Es evidente que no quieren que se remueva el pasado de los verdugos, que no consideran conveniente remover lo que huele a culpa, complicidad y muerte.

La Ley de la Memoria Histórica intenta recuperar, en la medida de lo posible, la dignidad de los nombres de los olvidados, paso necesario para llegar a la reconciliación. Para eso se debe contar y asumir la verdad, las verdades. El paso aún está por darse: sería un tremendo error no darlo (un error no se elimina con otro error para tapar al primero, un clavo no se saca a martillazos).

Es un error creer, si es que alguien lo cree, que la reconciliación sólo se alcanzará con el olvido, el silencio o la indulgencia. La reconciliación se alcanza por la empatía, el reconocimiento y la asunción sin miedo de los roles. Es una verdadera prueba para comprobar, todos juntos, el sabor de la historia; para comprobar si de verdad nuestra democracia es madura y fuerte. Comprobarlo nos permitirá convivir, sin que nadie pretenda ser el guardián de la Historia.

Dice el poeta Marcos Ana en su libro “Decidme cómo es un Árbol” que “la recuperación de la Memoria Histórica, no es para pedir cuentas a nadie por las responsabilidades personales contraídas en el pasado, sino para situar la Historia en su lugar, arrancar del olvido a nuestras víctimas y cancelar de una vez por todas los procesos y condenas incoados por un régimen ilegal, impuesto por las armas frente a la legalidad republicana. Es decir, que se nos devuelva a los demócratas que luchamos por la libertad, y se haga de manera pública e institucional, el respeto y el reconocimiento que merecemos por nuestra lucha y sacrificio”.


Es justo, ergo necesario

No hay nada que siendo justo sea innecesario, porque lo que se considera justo lleva implícito el mandato y la necesidad de impartirse. La Ley de Memoria Histórica aplica justicia y razón: la hacen necesaria. Se trata de una justicia para eliminar mentiras y propaganda, extendidas durante dos generaciones (40 años de dictadura) contra la España democrática, que sufrió el intento de exterminio y la represión más criminal.

Pero la justicia tampoco es sinónimo de “equidistancia” o imparcialidad. Y esto, porque a veces el que más y el que memos, todos intentamos aparecer como imparciales si nos vestimos de equidistancia, lo cual no deja de ser una artimaña demagógica para intentar convencer a todo el mundo. Pero en casos como estos, donde la realidad es radical y tozuda, esa demagogia más bien no deja satisfecho a nadie ni tampoco convence del todo a nadie. Y ello porque en hechos tan crudos y, como digo, tan radicales, no caben equidistancias o “medias tintas”. Esto es sencillo de entender con esta pregunta: ¿podemos imaginar un Nüremberg equidistante, que diese satisfacción a nazis y aliados, que hiciese decisivo para su veredicto el “lado bueno” de los nazis? La misma pregunta explica y avergüenza.


La venganza puede matar al otro, enemigo o adversario; pero muchas de las veces también auto-destruye. El pasado no puede repararse, pero puede restablecerse… y si puede repararse la memoria de las personas que lucharon por la libertad y la democracia, la memoria de los que sufrieron la brutalidad del franquismo, ¿es venganza el reconocimiento del sufrimiento?


El olvido

Manuel Ortiz Heras dice que “el olvido no es lo contrario de la memoria, sino el antónimo de la verdad”. Estaremos condenados a hablar constantemente del pasado si no se narra lo que realmente fue.

Mientras los soldados italianos que murieron apoyando a Franco tienen cementerios, incluso independientes; mientras en 1939 se concedían subvenciones a la Asociación de Familiares de los Mártires de Paracuellos, y los nombres de esos “mártires” figuraban en los rótulos de muchas calles y plazas; los derrotados tuvieron que literalmente esconder sus lutos, sin poder reclamar a sus maridos, esposas, hijos, hermanos o amigos que yacían muertos en barrancos o en fosas comunes.

El filósofo Walter Benjamin, perseguido por el nazismo alemán, indicaba que cuando lo que se busca es el exterminio, el exterminio no acaba con la eliminación física de los enemigos. El exterminio se produce cuando se logra el olvido absoluto de las víctimas. Así, dice que “El enemigo no descansa con la muerte de las víctimas, sino que se aferra para hacerlas invisibles”. Uno de los principales estudiosos de Benjamin es el filósofo Reyes Mate, que coincide con Benjamin en que el crimen perfecto pasa por el olvido: “La memoria, dice, ni es añoranza, ni es asunto privado, ni es capaz de proporcionar conocimiento (...) Las víctimas son descatalogadas políticamente para que nadie las lamente. Otras veces, son los herederos de los vencedores los que se encargan de fijar una imagen de ignonimia de la víctima para que las generaciones futuras aplaudan la violencia de los abuelos y lo celebran con un gesto heroico” (El País- Opinión- 3.12.07).


¿Demasiado inoportuna?

En una cultura como la occidental, y especialmente en países como España, en el que es normal honrar a los muertos y a los antepasados, resulta chocante y sospechoso que una gran parte de la derecha española quiera negar cualquier reconocimiento a aquellos que dieron sus vidas defendiendo la libertad y la democracia. Esa porción ideológica pone pretextos peregrinos, nada convincentes. Uno de esos motivos que aducen es que ya no tiene sentido hablar de estas cosas o que ya es demasiado tarde. No es tarde si se trata de reparar a los mismos humillados que aún viven, o a sus mismos hijos y nietos, que desean tener una lápida o nicho al que acudir a llevar flores a sus familiares.

Cualquier psicólogo sabe que nuestro cerebro olvida inconscientemente diferentes traumas. Pero esos traumas acaban por enquistarse en el inconsciente hasta el punto de dirigir nuestras conductas y alterar nuestra voluntad, llegando incluso a enfermedades mentales o trastornos más o menos graves si no se saca a la luz, al nivel de la conciencia, el trauma.

La sociedad española tiene el riesgo de enfermar si no se saca a la luz el trauma de la guerra civil y dictadura franquista. De igual forma que el psicoanálisis es capaz de liberarnos de trastornos psicológicos, cuando se revelan datos, traumas o shocks encerrados en el olvido del inconsciente, que pueden estar dirigiendo o determinando la conducta sin la aprobación consciente del mismo sujeto; del mismo modo puede ocurrir que determinados olvidos, en el inconsciente social, pueden crear en el Estado “enfermedades” sociales que acaban determinando o minando la democracia y el Estado de Derecho. Por ello, debemos liberar al Estado de todo aquello que le hizo olvidar por la fuerza, sacando al nivel de la conciencia colectiva todo aquello que se condenó al olvido.

Dice Andrés Devesa (www.Kaosenlared.es 31-05-06) que “desenmascarar a los enemigos de ayer nos puede ayudar a desenmascarar a los de hoy, a reconocerlos como condición previa para combatirlos”. Es decir, cualquier democracia práctica, solidaria y madura, tiene el derecho y el deber de reconocer a sus enemigos del pasado para reconocer a los del presente y los posibles del futuro. Y no puede haber esperanza en el futuro, si cuando éste llegue, no sabemos corregir los errores cometidos en el pasado. El futuro de aquel pasado ya está aquí. El presente sólo tiene un significado pleno, si lo fundamenta un pasado. Es la identidad de la sociedad la que está en juego. Nadie puede decir ser lo que es, si no es capaz de recordar nada de su vida, si no es capaz de recordarse su pasado. No hay identidad sin memoria.

Recordar no es un peligro: el peligro está en los que añoran aquel pasado, solapada o interesadamente. La Ley de la Memoria Histórica pretende despolitizar definitivamente los símbolos del pasado, utilizados para enterrar en el olvido a los vencidos y expulsarles de la historia.


¡Atrévete a saber!


Ignorar lo que realmente ocurrió ¿nos hace más sabios, más ignorantes, más humanos, o más cobardes? ¿Hubiera sido justo, por ejemplo, ocultar y condenar al desconocimiento todos los horrores del nazismo en el supuesto de que ese régimen no hubiera sido derrotado en 1945 y hubiera gobernado 40 años?, ¿El menor número de exterminados por Franco respecto al nazismo o ideologías similares hace mejor al franquismo que al nazismo?

La Ley de la Memoria Histórica condena un régimen que nunca buscó la reconciliación, que buscó la humillación y la vejación de los vencidos. Las derechas españolas, que se autoproclaman democráticas y tolerantes, tienen ahora la oportunidad histórica e irrepetible de acabar con las sospechas que les persiguen por sus posicionamientos; tienen la oportunidad de demostrar sus convicciones democráticas. Porque hoy tiene total vigencia la máxima kantiana de la Ilustración que proclamaba “¡Sapere Aude!” o “Atrévete a saber”. La necesidad de saber, conocer y reconocer el pasado nos hace más humanos.


Santos Ochoa Torres
Miguel Esteban a 7 de mayo de 2008

(Artículo publicado en www.rebelion.org el 09-06-08)

viernes, 1 de febrero de 2008

"Bueno y Malo" según Hans Reiner


LA OBRA “BUENO Y MALO” DE HANS REINER COMO MODELO DE LA ETICA FENOMENOLOGICA






“Bueno y Malo” constituye, sin ningún género de dudas, la obra síntesis del sistema ético de Hans Reiner. Las principales líneas de su pensamiento se encuentran en este “pequeño” libro.

Reiner, como fiel discípulo de E. Husserl, crea una ética menos material, sistemática y “ontologizante” que la que otros fenomenólogos pudieron crear influenciados también por Husserl como fueron, por ejemplo, Max Scheler o Nicolai Hartmann, lo cual también le llevó a estar más cerca de la fenomenología kantiana de lo moral de lo que lo pudieron estar estos últimos. Así, la Ontología y la Metafísica en general, pasan a un plano por lo menos “subordinado” , ya que el estudio de las intenciones, los afectos, la voluntad, la acción moral en general, deben ser comprendidos desde un prisma fenomenológico distinto.

La exigencia del deber en esta fenomenología tiene su fundamento en el deber para con el exterior, lo ajeno, el otro, pero al mismo tiempo lo que hace digno un valor lo encontramos en su interior, en el estudio de la decisión, la elección y la intención del sujeto que actúa. La obligación se define, por ello, entre ese exterior y el interior nuestro que nos fuerzan o exhortan al deber independientemente uno del otro.

Reiner puntualiza a veces con tesón en lo que diferencia al hombre de los demás animales para resaltar que el hombre es ante todo un animal moral con capacidad para religar su vida a un sistema axiológico que dé contenido a su vida desde un sistema. Su intención es insertar lo fenomenológico en lo kantiano, sobre la ética del deber por el deber mismo y conforme al deber, con la ley moral. Así lo expresa también J.L. Aranguren en su prólogo a “Vieja y Nueva Ética” cuando califica la obra de Reiner como un “original y valioso esfuerzo por “fenomenologizar” el kantianismo y ampliar sus un tanto estrechos y rígidos conceptos morales fundamentales”.

En nuestra común forma de actuar, solemos saber en la mayor parte de la ocasiones qué está bien y qué esta mal. Pero el problema de la obra que tratamos no será tanto este como el de describir en qué consiste una y otra cosa, en discernir en lo posible la esencia de ambos.

Al inicio de la obra nos expone que debe haber un sentido de lo moralmente bueno o de lo malo antes de que un mandato exterior lo conforme y acabe por legalizarse y universalizarse. El objetivo no será otro que el de saber a partir de qué conocemos esta “evidente” diferencia, cómo llegamos realmente a establecerla y de qué forma discernir “el origen de nuestro saber acerca de lo bueno y lo malo y a la vez, con ello, la esencia de esta diferencia” (1).

Este tipo de ética amalgama las líneas generales de su obra desde el moderno concepto de valor y desde el método fenomenológico. Prácticamente desde que la ética se conforma ciencia (asumiendo todos los riesgos de crítica que comportaría esta consideración), hay un acuerdo mayoritario en interpretar la diferencia de lo bueno y lo malo siempre a partir del uso que hagamos del deber. Este es el problema primero a someter a análisis: ¿de dónde adquirimos la conciencia del deber?.

Es evidente que todo contenido mental que se presenta a la conciencia puede ser agradable o desagradable, grato o ingrato, o simplemente neutro o indiferente, pero en ello no solamente hay una disposición subjetiva de necesidades o intereses propios, sino que también algo es agradable o desagradable en función de lo que Reiner denomina su “contextura objetiva” en tanto que el sujeto en cuestión se defina como digno o se haga merecedor de serlo. El concepto de “digno” es clave en el sistema reineriano y tiene un vínculo directo con el concepto de valor y así lo demuestra cuando define al valor como “eso que en un ser hace que este se nos presente como digno y por tanto como grato” (2).

Así mismo, Reiner entiende que existen dos tipos de valor: relativos y absolutos. Los primeros son aquellos “condicionados por la necesidad o (...) que satisfacen la necesidad” , tanto la propia como la ajena. Los absolutos, en cambio, tienen su esencia en que “ sean lo que son, es decir, en que sean con su modo de ser, en su forma esencial, en su ser así” (3). Su soporte fundamental está en su ser; no son lo que son por el hecho de interesar o venir bien a alguien, sino que lo son inmanentemente, por sí mismos.

De entre los valores absolutos destacan primordialmente dos: la vida y el derecho (aunque también hace mención a lo bello y al arte). En cuanto a la vida, es esta un valor condicionado por la necesidad misma de conservarnos a nosotros mismos, de agudizar un sentido de perpetuación en ella. Por esto es por lo que el valor de la vida llega a adquirir un matiz de profundo respeto y de ser algo sagrado. El derecho, por otra parte, en un cierto sentido también puede entenderse como un valor condicionado por la necesidad, aunque su legitimidad debe aspirar a configurarse como valor absoluto. Este tipo de derecho no será el jurídico o positivo, sino el natural y previo a todo estado de derecho. Se considerará por sí mismo, inmanentemente. Existen, por ello, dos tipos de derecho: uno subjetivo, que es el que Reiner entiende como positivo, y el derecho objetivo que se conforma como valor absoluto.

Pero hay una distinción o clasificación más en virtud de la relación existente entre un tipo de valor y otro. Es decir, los relativos son valores condicionados por la necesidad, pero esta puede recaer en beneficio propio o ajeno. Cuando el valor es relativo, y se condiciona por lo ajeno, entonces tendrá una relación directa con los valores absolutos. Así lo dice Reiner: “Podemos, por tanto, denominar conjuntamente a los valores absolutos y a valores relativos a otros que satisfacen la necesidad ajena valores objetivamente importantes. En oposición a los cuales los valores relativos a sí o que satisfacen la necesidad ajena han de denominarse valores sólo subjetivamente importantes” (4). Los segundos responden a los intereses particulares del sujeto volitivo, que desea, quiere o busca su propio beneficio; los primeros son condicionados por la necesidad (son subjetivos) de satisfacer la necesidad ajena.

Un valor objetivamente importante nos plantea, al igual que un valor absoluto, una exigencia o exhortación; cierto es que con un carácter más férreo desde un valor absoluto, como lo son el derecho, la vida, etc.

Lo “moralmente bueno” consiste se “secundar la exigencia o exhortación” para dar sentido a este valor cuando se nos presenta la situación, para obrar ante un valor objetivamente importante, el cual nos exige también renunciar en ocasiones a un valor subjetivamente importante. Cuando, por otra parte, no estamos en disposición de dejar de lado un valor subjetivamente importante y no nos sometemos a obrara en conformidad con las exigencias de los valores objetivamente importantes, decimos que nuestro obrar u omitir es moralmente malo. El fondo esencial que genera tal actitud radica en el egoísmo. Aunque también, a veces, no hay nada particular ni ningún interés personal que induzca a no obrar en relación a las exigencias de los valores absolutos, objetivamente importantes, sino que esto tiende a hacerse por sí mismo sin intereses o inclinaciones propias que pudieran estar detrás de todo.

Lo bueno y lo malo estarán profundamente ligados a la voluntad, a lo que queremos, cómo lo queremos, con qué intención lo queremos. También se relacionará directamente con las formas en que concebimos los distintos valores.

Reiner habla de un “egoísmo sano” que se debe buscar para no anularnos tácitamente a nosotros mismos por medio de los valores absolutos u objetivamente importantes. Esto puede considerarse una “autocrítica” a su propia teoría, pero no lo es en tanto que debemos indagar sobre un egoísmo legitimado que no tenga capacidad para cuestionar las bases de lo moralmente bueno. Es decir, es enteramente posible que se pueda tener derecho legítimo a valores condicionados por nuestra necesidad propia, a valores subjetivamente importantes. Parece evidente y correcto que un padre de familia, por ejemplo, se sacrifique mediante su trabajo para satisfacer las necesidades propias de su familia, lo cual, no dejará de ser un valor subjetivamente importante pero moralmente inexcusable, bueno, y en terminología reineriana “permitido”.

Ante dos valores objetivamente importantes a realizar, debiendo optar necesariamente por uno de ellos, la voluntad no tiene planteado ningún dilema para la elección de lo moralmente bueno pues cualquier solución lo será. Pero Reiner va más allá aún y entiende que además de absoluto y objetivamente importante los valores deben ser además moralmente verdaderos. Esta distinción recuerda en cierto sentido a la diferenciación kantiana de obrar “conforme al deber” y obrar “por el deber mismo”. Es decir, podemos estar decididos a cumplir o secundar la exhortación de un valor objetivamente importante en su contenido externo, en su acción, pero que únicamente este valor se utilice para fines propios, con lo cual, aunque formalmente a la luz de lo comprobado en la acción pudiéramos decir que con ella se haya defendido un valor objetivamente importante, más bien se trataría de un valor subjetivo motivado por distintas inclinaciones interesadas, que por otra parte, sólo el sujeto sería capaz de ser consciente del valor verdadero de su acción. De esto se deriva uno de los principales problemas de la ética: el imposibilismo para desvelar la intención y la voluntad verdadera de cada sujeto en sus acciones. Lo cierto es que aún así, sí se debe considerar la defensa de un valor objetivamente importante si es que formalmente se ha cumplido con lo es conforme al deber ( “la diferencia - dice Reiner - entre lo bueno y lo malo no depende en modo alguno de los valores en particular, sino tan sólo de la diferencia de las formas generales del valor descubiertas en nuestras consideraciones”) (5), aunque quepa la posibilidad de inclinaciones egoístas moralmente ilegitimas en el fondo de dichos valores objetivos, por lo que deberíamos disponer de otra pauta para definir lo bueno y lo malo, ya que no basta con que un valor sea objetivamente importante, sino que además es necesario que sea moralmente verdadero y sin aditivos de particularismos maquillados desde aquel (valor objetivamente importante). Llamamos “moralmente verdadero” a aquello que será correcto además de formalmente bueno. Esto puede recordarnos, aunque sea levemente, al concepto de “correcto” del sistema de Mill, y evidentemente al de Kant si relacionamos lo “moralmente verdadero” con la “acción por el deber”, o la realización de valores objetivamente importantes con el “obrar conforme al deber” lo cual dice de la acción que es moral, pero que aún no dispone del sentido estricto del valor moral. Kant diría que el sentido estricto del valor moral en la teoría de Reiner lo encontraríamos en lo que hace referencia a lo moralmente verdadero.

No solamente será el deber el motor que nos mueve a hacer lo bueno, sino también la responsabilidad de la elección la que nos induce a la realización de lo moralmente bueno dirigida desde nuestra conciencia de querer ver aprobadas nuestras acciones. Hay, por tanto, un paralelismo entre deber-bueno por un lado, y responsabilidad- moralmente verdadero por otro. Pero, ¿cómo determinar un conocimiento de lo moralmente verdadero? La amplia y desbordante realidad nos hace vacilar profundamente para dar respuesta a esta pregunta. Ante dos valores objetivamente importantes, en donde debemos decidirnos por uno (lo cual es decidir sobre lo verdaderamente moral), no ya elegir lo bueno o lo malo, sino decidirnos en el sentido anterior, en casi nada nos ayuda ahora el acudir a una jerarquía de valores ya que la realidad es mucho más rica en situaciones y contextos particulares. Inevitablemente hay muchos aspectos a tener en cuenta antes de decidirnos por un valor objetivamente importante u otro, tales como el principio del número y la cantidad, las posibilidades efectivas de éxito... Vemos así que un conocimiento seguro de lo moralmente verdadero o falso nunca será del todo posible. Con lo cual, en mi particular opinión, es como si dejásemos colgado lo que confiere un valor a la acción moral.

El egoísmo, por otra parte, es el sustento fundamental de todo valor subjetivamente importante. Pero existen distintos tipos de egoísmo, de los cuales alguno puede estar legitimado moralmente o permitido al punto de que quizá el término egoísmo pueda resultar demasiado fuerte desde su ordinaria concepción peyorativa. Kant reconocía el derecho de todo hombre a ser feliz; Reiner diría de esto que podríamos estar en un caso de egoísmo plenamente justificado. Dentro de ello, uno de los puntos donde convergen, o mejor, desde el que proceden necesidades propias y subjetivas es el “instinto de la propia conservación y de un instinto de la conservación específica” (5). Pero en muchos casos, aunque ciertas necesidades personales provengan de tal instinto, o bien no son conscientes de ello, o bien no tenemos la intención de desarrollar nuestra propio instinto de conservación, tales como la necesidad de paliar la sed, el hambre o el deseo sexual cuando se satisfacen por la satisfacción misma y no por tener un sentido o instinto de conservación (aunque es de aquí de donde proviene el deseo de aliviar gran parte de este tipo de necesidades). Reiner por ello puntualiza que debemos “observar en general que los fines que se dan a nuestra conciencia en nuestras necesidades como objetos de ellas no coinciden con los fines naturales” (6). Ante todo distingue fundamentalmente cuatro tipos de necesidades:
1ª.- aquellas cuya satisfacción es necesaria para nuestra existencia (comer, dormir...)
2ª.- aquellas cuya satisfacción no está ligada incondicionalmente a nuestra existencia, pero que la favorece (el deseo de saber, de formarse...)
3ª.- las que su satisfacción no benefician a nuestra existencia, sino sólo a nuestra comodidad, a nuestro gusto, pero con ello no perjudicamos nuestra salud.
4ª.- aquellas otras cuya satisfacción es perjudicial a nuestra salud física o psíquica, pero se entienden o se sienten como verdaderas necesidades.
La conclusión de lo expuesto hasta aquí es que hay necesidades que quedan definidas como subjetivamente importantes pero que también son un aporte efectivo a la realización de un valor objetivamente importante, es decir, que no solamente tenemos derecho al disfrute de la consecución de necesidades propias, sino que esto es lícito (tal como puede ser el ejemplo del padre de familia que por interés propio trabaja por sus hijos) y adquiere una significación positiva y moralmente verdadera, razón por la cual Reiner nos dice que “la Ética habla aquí con razón de deberes del hombre “para consigo mismo”, con lo cual podría estar plenamente de acuerdo Kant.
Es evidente, e incluso podría ya resultar ocioso, decir que la postura de Reiner es reivindicar claramente una Ética de los valores desde un ámbito fenomenológico, que considera los valores mismos como actos propios del conocimiento. Esto será defendido a ultranza por Dietrich von Hildebrand, discípulo de Husserl. Pero no porque desde esta perspectiva fenomenológica se defiendan los valores como actos del conocimiento por ello son independientes de la voluntad afectiva de un sujeto o sujetos.
La acción que es moralmente buena y posee un valor moral implica o exige una correspondencia, una conformidad a una exhortación, un comprometerse a continuar realizando un valor moralmente bueno o a hacerlo efectivo si aún es inexistente como tal. La no correspondencia, el no mantenimiento o realización de valores objetivamente importantes nos da la pauta de un mal comportamiento, de unos valores moralmente falsos.
Es por ello, como ya hemos apuntado, que la voluntad tiene una función orientadora de los valores, que será a su vez la que nos describa la esencia del valor.
Aunque Scheller, Hildebrand, Hartmann o Reiner se encuentran dentro de un mismo campo de estudios en los que se refiere a la Ética, es decir, el estudio de la concepción del valor como acto evidente del conocimiento, Reiner sin negar esto, lo completa con la “mera” idea de la tendencia, la intencionalidad, la decisión y la elección. La diferencia de Reiner está en que intenta abordar una vía intermedia entre el valor como acto del conocimiento y como acto emotivo o vivencia emocional.
Para Reiner, lo objetiva y lo subjetivamente importante tienen un valor apriorístico en el sentido de que para que actuemos bajo uno u otro valor debemos previamente someternos a la elección de uno de los dos valores. Ambos implican un requerimiento a que se realicen. El requerimiento a realizar lo subjetivamente importante proviene de la necesidad del otro. Lo apriorístico de estos valores se fundamenta en que pueden ser renunciables. Pero el acto de renunciar no es terminar o acabar con el requerimiento o la exigencia de los valores. El no cumplir lo que se debe hacer no implica renunciar a ello.
La omisión como medio para obtener una finalidad, corrobora la renuncia. Esta (la renuncia), no es la erradicación del beneficio ni no hacer lo pedido, sino que es omitir mediante la propia conducta algo que generará un beneficio para mí. Por ello es necesario que para que exista la renuncia, el beneficiario debo ser yo (que soy el que renuncia) y además debo tener alguna capacidad de eficacia para que mi beneficio se produzca con posibilidades de éxito.
Toda ética que aboga por defender la existencia de contenidos apriorísticos en la que son estos los que de verdad fundan todo el sistema ético, plantea numerosas y complicadas cuestiones. Por ejemplo, tenemos la problemática que plantea la concepción de Scheler. Para él no es acertado poner como objeto o finalidad una norma suprema, un valor último al que aspirar necesariamente, debido a que todo valor estará presente en todo momento y dado a priori en nuestro modo de percibir las cosas. Así lo expresa Karol Wojtila: “Su reserva – refiriéndose a Scheler- se refiere solamente a que no se debe poner como fin este “supremo valor” de la propia persona, que no se debe aspirar a él. ¿Por qué? Aquí entran en juego los presupuestos emocionales de todo el sistema de Scheler: el valor, que siempre viene dado como fenómeno, es dado a priori en la percepción afectiva intencional. Por esto el hombre percibe inmediatamente por vía afectiva, que es “bueno”, que actua “bien”. Y por tanto, “querer ser bueno” termina siempre en “querer percibir afectivamente que él mismo es bueno”” (7). La voluntad queda en un plano en el que no prima tanto como la percepción misma de lo que a priori entendemos como bueno o malo. No resulta sencillo, en mi opinión, una ética de los valores donde las aspiraciones tienen mayor importancia efectiva que la percepción “inmanente” de los valores de los que cada persona es portadora, pues desde este ángulo de la fenomenología se cae en el riesgo de subjetivación total de la ética conforme a la percepción particular de cada uno. Se antepone la percepción de lo bueno o lo malo a su realización como fin de un ideal. Parece ser, por tanto, que Scheler entiende que si los valores son un efecto o consecuencia de una aspiración a la realización de un fin, entonces no son tales valores. Sólo lo serán aquellos que a priori se perciben por si mismos.
Es evidente que todo esto contiene una profunda crítica al sistema ético del deber kantiano, de las acciones “por” y “conforme al deber”. Y digo esto, aludiendo a Scheler, pues Reiner en el principio de su obra “Bueno y Malo” deja también entrever –como Scheler- que hay un saber a priori acerca de lo bueno y lo malo. Reiner pone el siguiente ejemplo: “sobre lo bueno y lo malo, nosotros los hombres somos en general instruidos primero de niños por nuestros padres. En nuestro mundo occidental cristiano, los padres han sacado normalmente su saber acerca de ello de las doctrinas del cristianismo, es decir, de los mandamientos de Dios que en él se nos comunican. Ahora bien, en la medida en que consideramos esos mandamientos de Dios como obligatorio para nosotros, presuponemos que ese Dios es un Dios bueno. Así pues, ya antes de escuchar los mandamientos de Dios, tenemos que poseer un cierto saber acerca de lo que es bueno y malo” (8). Pero aún así, Reiner no deja de mantener una tesis opuesta a la de Scheler (o también a la de Hartmann) ya que este ve la aprehensión del valor como acto del conocimiento y Reiner como un acto emocional.
Reiner considera que el valor moral es un valor por si mismo. Su valor no es algo que se deba considerar desde las consecuencias de un acto, omisión o pensamiento. Hay por tanto una autonomía del valor moral, lo cual, tiene claras resonancias kantianas. En el estudio del bien moral, Kant al igual que Reiner, lo encuentra en la intención que deberá concordar con lo que Kant denomina “obrar por el deber mismo”. En esto incluso también podría estar de acuerdo Scheler. Pero entre este y Kant hay numerosas diferencias, entre otras la que sigue: Kant intenta una vía de espíritu ecléctico entre la intención moral y el resultado de la acción, es decir, debemos obrar “por deber” (moralidad) y “conforme al deber” (legalidad); Scheler cree que tal distinción no tiene lugar en un sistema ético.
Para el autor de “Bueno y Malo” la voluntad y lo moral están necesariamente vinculadas, e incluso la voluntad contiene en si a la decisión: “la decisión (...) no se da nunca sin la toma de posición volitiva” (9). También kant subraya esta misma idea cuando reconoce que “lo bueno (Gute) y lo malo (Böse) significan siempre una referencia a la voluntad en cuanto se halla determinada por la ley de la razón a hacer de algo su objeto” (10). Así, el valor de un bien, de un acto bueno, radicará en aquello que puedo querer o no querer. Este querer no está vinculado o condicionado por mi libre arbitrio, pues está sometido a una toma de posición volitiva que se crea en mí sin mediación, ni maquinación ni intervención, por lo que no podemos decir, por ello, que sea una decisión libre.
Una de las clases de distinción entre el hombre y el resto de animales la encontramos en la capacidad que aquel tiene para comprender los valores absolutos. Sólo el hombre puede manejar y entender datos que tienen una esencia inmanente, un valor por si mismos independientemente de las particulares necesidades de cada sujeto en concreto.
Lo que confiere un verdadero valor moral a una acción se encuentra en el interior de toda voluntad, en lo que a esta ha movido a tomar una posición o a llevar a cabo una acción de cara al exterior. Por tanto, la acción que se precie como moral debe además ser verdaderamente buena y poseer un valor moral que será generado por la intención interior de cada cual. Aún ello así, debemos tener presente que “el resultado éticamente exigido no siempre va acompañado de la intención exigida” (11). Aunque, como Reiner apunta al principio de su obra “Vieja y nueva Ética”, debemos ser muy cautos al hablar de buenas intenciones y no hacerlo inconscientemente y sin más, pues, por ejemplo, buena intención pudo haber sin duda en los primeros tiempos de la inquisición medieval, cuando su función era orientar e instruir al cristianismo. Esta siguió siendo su máxima o intención primordial, pero todos conocemos que más avanzados en el tiempo esta misma intención generó efectos y resultados radicalmente distintos e inclusos opuestos a los objetivos iniciales. Tal es así que por esto no debemos pasar por alto a qué se llama buena voluntad o buena intención.
Dice Reiner de la ética kantiana que “es, de facto, una síntesis de la ética de la intención y la del resultado” (12), es decir, que tan importante es éticamente obrar por deber que obrar conforme al deber. Pero acusa a Kant de adoptar una postura quizá demasiado simple cuando entiende que la índole de la intención moral no es sino únicamente un modo de respeto a la ley. Para la ética fenomenológica reineriana, la intención moral se funda sobre la relación de la acción y aquellos fines propuestos.
El sentido de la palabra “bueno” (en el sentido en que Santo Tomás la emplea como “bonum”) tiene una nueva significación cuando desde la ética fenomenológica se otorga un nuevo sentido al concepto de valor que es propio, inderivable y autónomo de la intención moral. Teniendo en consideración lo dicho, lo moralmente bueno se realizará cuando hay una intención o posicionamiento de la voluntad para realizar un valor objetivo. Lo moralmente malo alude a una disposición o intención en contra de un valor objetivo. Scheler y Hartmann estarían de acuerdo con el nuevo sentido del concepto “valor”, pero mostrarían su desacuerdo con el hecho de que lo bueno o lo malo sea posible definirlos independientemente de una jerarquía de valores. Así lo dice Hans Reiner: “el obrar bueno consiste, según Scheler, en la realización del más alto de entre dos o más valores positivos, y el malo, por el contrario, en la elección del más bajo o de un valor negativo” (13). Con Reiner podemos coincidir en entender que una jerarquía de los valores tal y como Hartmann y Scheler la entendían, puede resultar útil para optar por una decisión razonable, moralmente buena y objetivamente importante en aquellos casos en que debemos optar por decidir o elegir de entre varias posibilidades, las cuales, todas ellas, son objetivamente importantes y moralmente buenas...



NOTAS Y CITAS

(1).- “Bueno y Malo”. P. 16
(2).- “ “ “ . “ 19
(3).- “ “ “ . “ 24
(4).- “ “ “ . “ 28
(5).- “ “ “ . “ 47
(6).- “ “ “ . “ 48
(7).- “Max Scheler y la ética cristiana”. p.114, parte II, Cap. III.
(8).- “Bueno y Malo” p. 15 . Los subrayados son mios.
(9).- “Vieja y Nueva Ética”. p. 41
(10).- “Kritik der Praktische Vernünft”. Se refiere a la parte primera del LibroI, capítulo II.
(11).- “Vieja y Nueva Ética” p. 15
(12).- “ “ “ “ “ 23
(13).- “ “ “ “ “ 25.




BIBLIOGRAFÍA

HANS REINER.- “Bueno y Malo. Origen y esencia de las distinciones morales fundamentales” Introducción y traducción del profesor Juan Miguel Palacios. Ediciones Encuentro, Madrid, 1985.

HANS REINER.- “Vieja y Nueva Ética”. Prólogo de J.L.L. Aranguren. Traducción de Luis Gª San Miguel. Revista de Occidente, Madrid, 1964.

J.M. PALACIOS.- “El conocimiento de los valores en la ética fenomenológica”. Revista Pensamiento, Madrid, 1980, pp. 287-302.

J.M. PALACIOS.- “La Esencia del formalismo ético”. Revista de Filosofía, 3ª Época, Vol. IV, pp 335-349. Madrid.

I. KANT.- “Kritik der praktische Vernünft” . F. Meinen Verlag. 1984