Ludwig Wittgenstein |
El
concepto de Filosofía del Lenguaje en cuanto tal, podemos decir que
es un término relativamente reciente.
Si hacemos un breve repaso histórico, en la Grecia clásica se hace
poca alusión a él como problema. Aristóteles mismo presenta el
lenguaje como instrumento del que se sirve el conocimiento, o mejor,
un medio del que nos servimos para alcanzar la verdadera esencia de
las cosas mismas. Platón, en cambio, entiende que el lenguaje
comunica esencias inmutables. Así, en el “Crátilo” se considera
como un instrumento capaz de transmitir la esencia de las cosas. Pero
hablamos de transmisión, no de revelación, pues la verdad no se
afinca en la palabra, ya que esta encubre o dificulta la verdadera
visión de la esencia.
Avanzando
más en el tiempo, llegamos a que la filosofía medieval del lenguaje
se “oficializa” con los revisionismos platónico-aristotélicos,
y mas concretamente con el sistema de Tomás de Aquino.
Ahora
la palabra nos revela o refleja la cosa misma, por lo que deberá
existir una “palabra interna” mediante la cual nuestro
intelecto asume creativamente las cosas. San Agustín, por su parte,
distingue entre pensar y decir; Ockham aboga por un nominalismo que
pugna contra el universalismo aristotélico y sostiene que fuera del
significado no tiene sentido hablar de esencias suprasensibles, sino
que el significado no es otra cosa que el efecto de un albedrío y un
acuerdo. Sólo existe, pues, lo que percibimos concretamente mediante
la intuición. Por ello, el signo se vincula directamente con las
cosas pues el significado no nos revela las esencias, sino que remite
a las cosas.
Dando
ahora un salto en la historia nos adentramos en pleno siglo XIX, y es
aquí donde comienza a prepararse el camino de la Filosofía del
Lenguaje como corriente filosófica.
Deberíamos, no obstante, evitar caer en la tentación de denominarla
doctrina en lugar de corriente, pues este tipo de filosofía que
entiende a la misma como análisis del lenguaje, arguye además que
no es un saber sustantivo o un cuerpo sistemático de “doctrinas
filosóficas”, sino más bien una actividad,
que no es otra cosa que el análisis del lenguaje. Si bien esto es
cierto, este análisis estará centrado en la clarificación de
conceptos filosóficos o científicos. Por tanto, el lenguaje no será
ya tanto el objeto de investigación, sino un medio a través del
cual se realiza el análisis. Esta concepción será muy debatida, y
desde luego, no por todos admitida.
A.J. Ayer |
El
análisis intentará dejar claro que la mayor parte de las cuestiones
de tipo filosófico son pseudoproblemas que el lenguaje crea.
Claramente lo expresa A.J. Ayer cuando dice que “Los
a la metafísica aparecen en la Historia de la Filosofía con
bastante frecuencia. He citado a Hume y pude citar también a Kant,
quien afirmó que el entendimiento humano se pierde en
contradicciones cuando se aventura más allá de los límites de la
experiencia posible. La originalidad de los positivistas lógicos en
que hacen depender la imposibilidad de la metafísica no de la
naturaleza de lo que se puede conocer, sino de la naturaleza de lo
que se puede decir; su acusación contra lo metafísico es en el
sentido en que viola las reglas que un enunciado debe satisfacer si
ha de ser literalmente significativo”
(1). El rechazo a la metafísica (así como también a otras
disciplinas como la ética, según algunos ) no viene motivado tanto
por los límites del conocimiento como por los del lenguaje y las
trampas que este nos tiende.
LA
CRÍTICA AL IDEALISMO
La
crítica al idealismo condujo a la recuperación del empirismo que
curiosamente se llevó a cabo desde Cambridge, precisamente entonces
uno de los núcleos del idealismo inglés.
El otro centro de convergencia en el nuevo modelo del entendimiento
filosófico es Viena, que arrancaba ya desde Avenarius y se presenta
a principios de siglo por Mach. Todo ello implicaba la justificación
de la vuelta al positivismo, o mejor aún, a tres corrientes que
definirán en gran medida la filosofía de nuestro siglo: el atomismo
lógico (su abanderado es el primer Wittgenstein), el positivismo
lógico y la última filosofía analítica (donde encontramos al
último Wittgenstein). Esta última denominación se ha dado en
llamar “positivismo terapéutico” o ”escuela de Cambridge y
Oxford”.
El
Wittgenstein del Tractatus
entiende que la esencia del lenguaje (empleo el término “esencia”
a pesar de lo resbaladizo e impropio que resulta) se conforma en su
estructura lógica.
Dicha estructura goza de una significación. Pero los lenguajes,
todos ellos, para presentarse como significativos deben poseer una
estructura idéntica. Todo
ello nos lleva inconscientemente a imaginar un lenguaje ideal, un
lenguaje perfecto que fuera la traducción perfecta de la
constitución de la identidad del mundo.
Esto lleva a Wittgenstein a plantear la cuestión del isomorfismo, y
con ello quizá a la médula espinal de su sistema. La teoría
figurativa del lenguaje afirma que una proposición es una figura, es
decir, una representación de un hecho. Y lo es porque entre la
proposición y el hecho existe un isomorfismo que nos hace ver que
poseen una misma estructura, el mismo tipo de relación en sus
términos. Wittgenstein pone el siguiente ejemplo:
“ el disco gramofónico , el pensamiento musical, la notación
musical, las ondas sonoras, están todos, unos respecto a otros, en
aquella interna relación figurativa que se mantiene entre lenguaje y
mundo” (2),
así, el músico puede leer la sinfonía en la partitura del mismo
modo que es posible leer los hechos en el lenguaje, siempre y cuando
las proposiciones de las hablemos se definan como verdaderas: “la
proposición –dice
Wittgenstein-, si
es verdadera, muestra cómo están las cosas. Y dicen cómo están.”
(3). Esta tesis, si bien ello es así, enfrenta a Wittgenstein con un
presupuesto indemostrable, que es justamente el isomorfismo: el mundo
posee la misma estructura que una lógica matemática que se
construye a base de variables individuales (x, y, z, ...) y
proposiciones atómicas que se conciben como lógicamente
independientes, aunque conectadas entre sí extensionalmente (la
verdad o falsedad de un enunciado compuesto está en función de la
verdad o falsedad de sus enunciados constituyentes). Quizá por esto
Bertrand Russell dijo que el atomismo lógico es un tipo de
metafísica basado en un tipo determinado de lógica, o Urmson que ve
en este isomorfismo una relación con las mónadas leibnizianas a las
cuales podría corresponder lo que son los “hechos atómicos”.
Por
otra parte, también es cierto que Wittgenstein niega cualquier
ámbito de explicación semanticista,
por el cual se entiende que dicho lenguaje “bien hecho” o
perfecto se pueda explicar en base a categorías de verdad, pues esta
antes que descubrirse se crea. Incluso para las cuestiones que nos
interesan en este artículo, los juegos del lenguaje y la
conformación de sus reglas, Wittgenstein en su última etapa niega
taxativamente el principio del Tractatus de la independencia
lógica de las
proposiciones
elementales, que
las hacía incorruptibles, invariables y básicas, pues el lenguaje
pasa a entenderlo como algo inserto en la sociedad, la historia y su
cultura. La postura de la conexión férrea entre lenguaje y realidad
se rompe, se hace convencional destrascendentalizando la
lógica. No cabe duda de que este Wittgenstein entiende el lenguaje
desde un prisma antiesencialista y desde un holismo pragmático.
El
proyecto del Tractatus pasaba por ser un intento profundamente
revisionista del lenguaje ordinario. Se debía limar su esencialismo
y aquellas otras abstracciones que distorsionaban su orden lógico.
La tarea de la filosofía – en el Tractatus- no es otra que la
eliminación de vaguedades que entorpezcan las estructuras lógicas
del lenguaje. Así, dice Wittgenstein:
“La
filosofía tiene como fin la clasificación lógica de los
pensamientos.
La
filosofía no es un cuerpo de doctrina, sino una actividad. Una obra
filosófica consta esencialmente de aclaraciones.
La
filosofía no tiene como resultado “proposiciones filosóficas”,
sino, mejor, la clasificación de las proposiciones.
Sin
la filosofía los pensamientos son, como si dijéramos, nebulosas y
desdibujados: la tarea de la filosofía consiste en clarificarlos y
delimitarlos con precisión”(4).
EL
SEGUNDO WITTGENSTEIN
El
segundo Wittgenstein entiende la estructura lógica desde una visión
holístico-pragmática en la que el uso formal de los juegos
lingüísticos (Sprachspiel)
es la atención principal.
Este uso no se caracteriza por una peculiar concepción anárquica
del lenguaje, sino que está dado sobre un conjunto de reglas
compartidas y que se crean en su desarrollo. Sólo a partir desde un
análisis que se orienta y dirige desde estas reglas el lenguaje
superficial no nos creará malos entendidos para apreciar la
comprensión adecuada del lenguaje profundo.
El
análisis filosófico no nos clarifica significaciones escondidas, su
función será terapéutica como método clarificador de problemas.
Mediante el análisis se nos explica cuál es la dinámica de los
conceptos usados en el juego.
Wittgenstein
es consciente de que no poseemos una idea esquemática o global lo
suficientemente exacta, pero no se aspira a la exactitud, sino a esa
globalidad o generalización.
Por ello, la investigación analítica no se dirige tanto al fenómeno
como a las posibilidades mismas de los fenómenos.
No
podemos remitirnos a la búsqueda de esencias.
La filosofía se justifica en tanto que existen problemas
filosóficos. Uno de los principales está dado en sanar lo que
Wittgenstein llama enfermedad al hacer parecidos de familia con los
conceptos lingüísticos y hacer que se identifiquen en
esencias comunes. Aquí nace la confusión y, por consiguiente, las
trampas del lenguaje que la filosofía debe prever dónde existen. A
pesar de ello, Wittgenstein en esta segunda etapa entiende que la
filosofía no puede lograr ser una ciencia en sentido estricto.
Los
usos del lenguaje responden a unas ciertas reglas que son necesarias
cumplir para poder integrarlas en el juego del lenguaje. Pero, qué
entendemos en realidad por esta expresión. En realidad no hay una
definición precisa. El lenguaje se compone de infinitos juegos,
quizá tantos como hablantes, entre los cuales juegos podemos
encontrar lo que se denomina “parecidos de familia”. Mediante
estos hay una tendencia inevitable a la unidad, a seleccionar los
aspectos comunes para lograr conceptos generales que abarquen una
porción de realidad lingüística lo más amplia posible. Todo ello
es posible debido a esta inevitable tendencia mediante la cual
aprendemos el significado de una cosa y así fotografiamos su imagen.
Con
los juegos del lenguaje Wittgenstein justifica fundamentalmente tres
tipos de cosas:
se aplican para dar nombre a una cosa o para incentivar lenguajes
cuya estructura es muy simple; se aplican a determinados aspectos
lingüísticos que están insertos en una totalidad orgánica; y
finalmente se aplican también para el uso del lenguaje cotidiano.
El
juego del lenguaje se refiere a la totalidad de la actividad
lingüística que, aunque sea muy imprecisamente, se clasifica en
cuatro grupos:
1.-
para construir un objeto o hacer predicciones.
2.-
para traducir, leer, actuar siguiendo el orden adecuado.
3.-
para ordenar, mentir, relatar...
4.-
para ayudar a la comprensión de sistemas indefinidos o relativos: el
dolor, la percepción de los colores...
Wittgenstein
se apoya en ocasiones en la metáfora del juego, en su carácter
lúdico, en la diversión como objeto. Pero los juegos del lenguaje
tendrán en realidad una función mucho más diversa. No podemos
perder de vista la idea de que el lenguaje ahora ya no es una
“figura” de los hechos, sino que se admite una pluralidad de
lenguajes, cada uno de los cuales es un modo de relacionarse con el
mundo y tiene su propio sistema de juego. Es en definitiva una forma
de vida (Lebensform)
dada, la cual debemos aceptar: “cabe
imaginar muy bien –dice- un lenguaje formado tan sólo por órdenes
y partes de batalla. O un lenguaje que sólo viniera a constar de
preguntas y un par de expresiones, una para la respuesta positiva y
otra para la negativa. E innumerables otros.” (5).
LOS
JUEGOS DEL LENGUAJE
Podremos
así, establecer juegos del lenguaje cuando este sea flexible, cuando
sea una actividad y exista sólo en su uso.
Esta última es la palabra clave, pues no es posible prescribir leyes
a los lenguajes, sino únicamente describirlos; no los podemos
aprender fuera de ellos, en un diccionario o en simple manual, sino
usándolos. Por ello, cada lenguaje es un juego lingüístico
diferente a los demás. La postura de este segundo Wittgenstein no
deja de ser clara: “Nosotros
denominamos a las cosas, y desde
entonces
podemos hablar de
ellas, referirnos a ellas hablando. Como si en el acto denominativo
viniera ya indicado lo que tenemos que seguir haciendo. Como si tan
sólo hubiera una sola cosa que fuera “hablar
de cosas”. Lo
cierto es, por el contrario, que con nuestros enunciados hacemos las
cosas más diversas. Pensemos, sin ir más lejos, en exclamaciones
que cumplen funciones tan diferentes: “agua”, “ay”,
“auxilio”, “estupendo”, “no”. ¿Aún persistimos en dar a
estas palabras el calificativo de “nombres de objetos”?
(6)
Esto
puede llevarnos a pensar que el núcleo de la acción se asienta en
el lenguaje, lo cual representaría una consideración pragmática
del mismo.
Wittgenstein no se ciñe a una terminología tan clara y solamente
nos dice que el lenguaje no es sino otra forma de actuar de los
juegos.
Cada
cual posee ciertos juegos personales, lo cual lleva a Wittgenstein a
entender el lenguaje como forma de vida, como ya hemos apuntado. Esta
se entiende como la última plataforma de todo conocimiento; es dado
y debe ser aceptado. Pero comparar el lenguaje con el juego, no debe
llevar a pensar que el lenguaje es algo trivial, sino muy al
contrario, y es que lo que intenta exponer es la relación entre el
habla del lenguaje y actividades no necesariamente lingüísticas.
Pero además, el habla es un rasgo definitorio de un grupo de gente
relativamente grande que vive de una determinada forma, a la que
Wittgenstein llama “forma de vida”. Por tanto, el lenguaje se
vincula con nuestra vida por o a partir de sumarnos a la actividad de
jugar en el juego del lenguaje. No cabe duda de que es una actividad
pública en la que participan varias personas, por lo que sus reglas
son públicas también y de todos conocidas.
La
relación que se hace de los juegos con la actividad se justifica
plenamente cuando somos conscientes de que los juegos del lenguaje
están sometidos a un aprendizaje y a un adiestramiento, mediante los
cuales cuando comprendemos una palabra seremos entonces capaces de
ponerla en relación con la actividad que le corresponde.
Por tanto, la concordancia y la aceptación se logran siempre a
partir de la acción, y son estas las que precisamente confieren una
naturaleza una naturaleza pragmática al lenguaje. Esto pone de
relieve su carácter instrumental a la vez que presta una mayor base
al holismo de la significación.
El
instrumentalismo del que hace gala el Wittgenstein de las
Investigaciones
se traduce en que los componentes del lenguaje o sus expresiones son
como herramientas con unas funciones más o menos determinadas.
Se ha pasado del primado del significado al primado del uso, al
carácter dinámico del lenguaje en el que los juegos del lenguaje
son cambiantes y está sometidos a continuas alteraciones que provoca
su uso.
Los
juegos del lenguaje son una entidad autosuficiente,
es decir, no son parcelas que lo completan. Así nos lo dice en el
“Cuaderno Marrón” :
“ No contemplo los juegos del lenguaje que describo como partes
incompletas de un lenguaje, sino como lenguajes completos en sí
mismos. De tal modo que determinadas funciones gramaticales de un
lenguaje no tendrían correlato alguno con otro. El acuerdo o
desacuerdo con la realidad, sería algo diferente de los diversos
lenguajes; el lenguaje más simple no es una forma incompleta del más
complicado”
(7). Para adentrarnos, por tanto, en la investigación de los juegos
del lenguaje debemos llegar hasta el análisis de los lenguajes
primitivos libres de formas de pensamiento (si es que esto es posible
en lo humano) que hacen altamente complicados los usos del lenguaje
ordinario. Por ello, no son partes de un lenguaje, sino lenguajes en
sí mismos, pues están sometidos a la disciplina de ciertas reglas
para su uso que se desarrollan paralelamente a la actividad del
hombre.
El
significado ahora no puede ser considerado independientemente de los
usos, sino que depende directamente de las reglas del juego en el que
está incluido.
Así, podemos
decir con toda autoridad que la postura wittgensteiniana es
constructivista, la cual es fruto de un conductivismo lingüístico.
Pasamos así del significado cognitivo (basado en el método de
verificación) al significado emotivo (mediante el uso de una
proposición expresamos nuestras emociones e influimos en la conducta
de los demás). El significado ya no será lo que cualquier
proposición represente, sino que dependerá del uso del contexto de
las distintas actividades humanas.
Cuando Wittgenstein habla de
reglas no nos habla de dispositivos férreos que no deben ser
vulnerados.
Resulta obvio pensar que cuando hablamos como lo hacemos generalmente
no estamos usando conscientemente unas reglas precisas que nos lleven
a la exactitud y la perfección de los conceptos empleados y su
sentido. Esto es, no pensamos el lenguaje desde un cálculo mimético
y preestablecido. Nuestro objeto no es otro que prestarnos
inteligibles en nuestros argumentos más que hacer inteligibles
nuestros cálculos para que la lógica gobierne la unidad del
lenguaje, y al hablar así de lógica nos referimos a la lógica
matemática, cuya función es la de exponer qué forma parte del
lenguaje y qué no. Las palabras y las proposiciones tienen el
significado que el uso del lenguaje les da y no la unidad del cálculo
que la lógica pueda aportar. Tal unidad para Wittgenstein no existe,
y en el supuesto de que así fuera, no tendría razón de ser, pues
no satisfaría las infinitas posibilidades de los juegos del lenguaje
ordinario. No sería útil tal unidad (no olvidemos las influencias
del pragmatismo en Wittgenstein).
Los
juegos del lenguaje aportan contenido y significado al lenguaje.
El significado, así, se forma a
raíz de explicaciones causales. Es decir, los efectos de la acción
lingüística afirmarían o negarían la significatividad de lo
expresado. En este ámbito, la filosofía no tiene mucho campo de
operación, pues las explicaciones causales que se analicen para
dotar de significado a un concepto o a una proposición no son
competencia suya, sino de otras ciencias empíricas.
Desde el trascendentalismo
lingüístico del primer Wittgenstein se concebía el lenguaje como
una “actividad” autosuficiente.
Ahora, la realidad nos aporta las explicaciones que le dan
significado, la cual hace del lenguaje un juego repleto de
perspectivas.
Hans Georg Gadamer |
Gadamer, quizá influenciado por
esta concepción wittgensteiniana, piensa que la “lingüisticidad”
es absolutamente inherente a las cosas, de tal modo que se antepone a
todo lo que podemos considerar como ente. La experiencia lingüística
abarca toda aquella realidad del mundo desde donde este puede ser
considerado como “objeto”.
A
pesar de las críticas que se vertieron sobre la teoría de los
juegos del lenguaje por los empiristas lógicos, lo cierto es que
cuanto más profundizaban en la teoría de la verificación de las
proposiciones, su cautela fue haciéndose cada vez mayor. El hecho es
que en la recta final del Círculo de Viena había ya un
acuerdo más o menos general en entender que la verificación no
debía ser algo concluyente o definitivo, sino algo mucho más frágil
y flexible.
Carnap, quizá por tomar el ejemplo más representativo, no
escapa a la influencia del segundo Wittgenstein cuando contrapone la
confirmabilidad (un paso más allá de le verificación) de una
proposición a su comprobabilidad. Es decir, el tener conciencia de
qué hechos confirman o apoyan la verdad de una proposición. Desde
el Círculo, para distinguir los dos casos de usos lingüísticos, se
crea el término “significado
emotivo”. En su
uso descriptivo, las palabras poseen un significado cognitivo; en su
uso dinámico
un significado emotivo. Carnap, por su parte, comprende que la ética
o la metafísica pertenecen a la esfera de la función expresiva del
lenguaje, mientras que la ciencia empírica se entiende desde una
función representativa del lenguaje.
Rudof Carnap |
Wittgenstein mantuvo una fuerte
pugna contra el denotacionismo y el representacionismo,
pero admitía que ciertas expresiones lingüísticas son denotativas
o representativas, tales como los nombres propios o cualquier
descripción. Para él, la idea central (y de aquí procede su no
aceptación en general de estas teorías) es que aunque algunas
expresiones fueran denotativas, no por ello podríamos ya identificar
la significatividad con la función de referir. Lo realmente
importante de una expresión denotativa es el uso que de ella nos sea
posible hacer. Describir o dibujar la realidad es una de las
funciones del lenguaje, por lo que las expresiones en múltiples
ocasiones poseen un uso referencial.
SIGNIFICATIVIDAD
LINGÜÍSTICA
Llegados a este punto se plantea
una cuestión: la significatividad lingüística no es referencial,
pero se admite un uso referencial para contextos determinados.
Wittgenstein sale al paso arguyendo que la significación no es tal o
simplemente no se justifica por medio de su hipotética referencia.
Pero aún así no todo se aclara, pues sabemos que un nombre propio
tiene una referencia concreta, y aquí la respuesta será que ese
algo no es lingüístico, es simplemente un distintivo causal que
explica por qué le corresponde una cosa y no otra. Pero aunque esto
se explica así, Wittgenstein piensa que la no existencia de tal
referencia no implica la supresión de significación del nombre
propio.
La
significación de una expresión es un uso lingüístico.
Pero dicho así, no nos debe llevar a pensar en un equivalencia
significación=uso, ya que ello conllevaría a identificar, por
ejemplo, al portador de un nombre con el significado de ese nombre y
llegaríamos así a hacerlos sinónimos, lo cual es un disparate.
Por
ello, los juegos del lenguaje se encuentran tal y como deben
encontrarse (razón por la cual Wittgenstein es enemigo de cualquier
teoría reduccionista del lenguaje) por lo que el uso de una
expresión no tiene sentido fuera del contexto de la misma.
Se encuentra sometido directamente a unas reglas que le confieren una
sistematicidad, pero no por ello debemos entender que sus
posibilidades en el juego son infinitas. Esta infinitud (la cual,
creo, según Wittgenstein es mucho más fácil de pensar que la
finitud) es la que confiere comunicabilidad al lenguaje aunque la
significatividad fuese ausente o estuviese suspendida en un lenguaje.
Accedemos a estas reglas y a esta sistematicidad por medio de las
infinitas posibilidades de conductas o actividades lingüísticas,
por adiestramiento
necesario, ya que el uso no se desarrolla en base a una
correspondencia estricta de significados, pues la gramática es
arbitraria y hace al concepto una entidad lingüística completamente
abierta a lo que su uso le reporte en ciertos contextos.
G. Frege |
Un
aspecto conocido de la obra de G. Frege es el de su ya clásica
distinción entre sentido
y referencia
de un juego. Esta distinción subraya la existencia en toda expresión
de dos dimensiones de su significado. En primer lugar, los signos son
nombres de, representan a, o designan objetos. La relación en la que
entra un signo con aquello que designa o representa hace a este la
referencia de aquel. Pero un signo no tiene o deja de tener
referencia sin más, sino siempre de algún modo. Dos expresiones
distintas pueden tener una misma referencia, aunque se presenten de
formas distintas. Para Frege entonces es posible que dos expresiones
tengan una misma referencia pero un sentido diferente. El sentido es
pues, el modo en que un signo presenta su referencia (8).
Piensa
el autor del Tractatus
que no es
posible llevar a cabo el intento ontologizante de corresponder o
armonizar taxativamente lenguaje y realidad.
El lenguaje es mucho más que un sistema regular de reglas. Es una
red de usos, sentidos y, como también decía Frege, un complejo de
signos. Estos pueden ser palabras, conceptos, frases o proposiciones
completas. El signo se consolida comunicativamente siempre desde un
uso, una praxis, una acción lingüística. Si el signo no tiene
significado es porque no tiene uso o lo ha perdido. Si en el juego
del lenguaje queda adaptado coherentemente quiere decirse que dicho
signo poseerá algún significado y es capaz de designar algo. El
sinsentido (sinnlos) del empleo de cualquier signo se da en aquellos
casos en que este se utiliza en juegos del lenguaje distintos de los
que se consideran apropiados.
Los
juegos del lenguaje son modelos simplificados que nos muestran o
describen un contexto comunicativo en que están inmersos varios
sujetos en una actividad llevada a cabo mediante el uso de palabras u
oraciones. Se
consideran juegos el describir la apariencia de una cosa, dar sus
medidas, dar órdenes, etc. Hay, como ya he dicho, múltiples juegos,
por lo que no sería posible llevar a cabo una relación completa de
los que puedan existir, pues los juegos se hacen obsoletos y caen
consecuentemente en la inactividad y el olvido para ser sustituidos
por otros en razón de las necesidades comunicativas o las
circunstancias humanas. Esta es una de las razones por las que
Wittgenstein renuncia a la tarea de investigar la esencia del
lenguaje. Lo es precisamente en virtud de que en tal multiplicidad de
usos y juegos no hay rasgos comunes necesarios que puedan justificar
la aplicación de una misma palabra a todas las cosas o juegos. Hay,
por ello, una plena convicción en la contingencia de los hechos
lingüísticos. El concepto “juego del lenguaje”, o incluso el de
“lenguaje” mismo, no designa un fenómeno unitario.
Wittgenstein da un paso gigantesco
en relación con las tesis centrales del Tractatus
debido al radical
viraje sobre la concepción de la relación entre lenguaje y
realidad. El Tractatus
entiende que es imposible de analizar la relación
significado-sentido. Los nombres referían objetos del espacio
lógico, las proposiciones compartían con lo figurado una idéntica
forma lógica, etc. etc. Pero de estos hechos no había explicación
(¿causal?). Ahora esas relaciones son el efecto de prácticas y
actividades humanas. Los nombres no refieren por si solos, ni las
proposiciones describen por si mismas. Una
palabra goza de
una
significatividad porque alguien se la ha dado, pero no porque en el
lenguaje exista una autosuficiencia ontológica, ya que si así
fuera, entonces el concepto haría al objeto y este dependería de
aquel, y el resultado es que un monte (objeto) no es más monte ni
menos porque haya un concepto que lo designe y un ser humano en
frente de ese monte para darle un concepto, pues aún sin concepto ni
persona que lo cree el monte seguirá ahí.
Posiblemente Dios necesite de los hombres para ser Dios y tener
sentido como tal, pero no así con las cosas, los hechos y la
realidad fenoménica. Por
esto no es descabellado deducir que Wittgenstein en sus
Investigaciones
piense que la realidad de la que se habla en el Tractatus
es profundamente
antropocéntrica.
Querer conocer o comprender un significado es investigar las
circunstancias y el contexto en que un concepto fue dotado de él
(pues una cosa es el objeto, otra su significado y otra el concepto
que contiene el significado y le da forma), y después identificar su
uso : “el
significado de una palabra es su uso en el lenguaje (...), y el
“significado” de un nombre se explica algunas veces señalando a
su portador”
(9).
B. Russell
dijo que la lógica matemática era la metafísica de la realidad,
pero al hilo de lo dicho, podríamos más bien decir que esa
metafísica de la realidad es el mismo lenguaje, algo tan abstracto
como la misma matemática, ya que al igual que esta, también es algo
que no está en la realidad ni la crea, sino que, en términos
kantianos, lo ponemos en ella formalmente, a priori, consensuadamente
para entender la realidad y entendernos dentro de ella.
Bertrand Russell |
Llegados a este punto, es necesario
ahora profundizar en el importante papel que las reglas desempeñan
en los juegos.
Por
de pronto, debemos decir en primer lugar, que son estas las que en
realidad hacen de los juegos una acción pública. El uso de las
reglas abarca una multitud de casos en los que puede haber “parecidos
de familia”, pero no por ello hay algo que conforme su unidad de
esencia. Además este uso debe ser entendido desde un olvido de los
aspectos formales de una regla, de forma que sirva como recurso para
integrarnos en el juego. Ello sin olvidar que son las reglas las que
normativizan el juego desde unas pautas a seguir, las cuales no
tienen que ser “per se”.
Cuando se nos muestra una regla
no se nos está explicando su significado (como mucho únicamente
podemos decir para qué sirve y con motivo de qué se ha creado),
pues estas no sign-ifican (aunque a veces no sean otra cosa que
signos), sino que
se nos muestra simplemente la base sobre la que actúa en ciertas
parcelas lingüísticas. Por tanto la regla se aprende mediante un
proceso de adiestramiento que debe actuar en un contexto determinado,
puesto que “cuando
hablamos tal y como lo hacemos generalmente, no estamos usando
conceptos definibles con precisión ni tampoco reglas
precisas”
(10). La regla pasa considerarse como tal cuando se aplica y se usa
reiteradamente.
Visto todo así, puede parecer una
contradicción el que una regla pueda aplicarse a un ámbito
absolutamente diverso o ilimitado, pues quizá cuando hablamos de
regla entendemos por ello una norma estricta que limita determinadas
acciones. Esta concepción es un error, pues al hablar aquí de regla
no hablamos de algo preestablecido absolutamente a priori, sino algo
que se crea mediante una actividad y un aprendizaje.
EL
LENGUAJE PRIVADO
Wittgenstein
acepta que se puedan inventar lenguajes que sean instrumentos para la
consecución de determinados propósitos. Pero el lenguaje en su
conjunto no es un instrumento para un propósito determinado o
específico fuera del lenguaje, y en este sentido es como sus
reglas: flexibles y arbitrarias. Podemos decir, por ejemplo, que las
leyes de la gramática son arbitrarias si lo que con ello queremos
decir es que el objeto de la gramática no es otro que el mismo
lenguaje. En esta idea está contenida quizá una gran parte de la
crítica al modelo intelectualista. No es la concordancia o el
consenso de los hombres lo que confiere valor a una regla, sino su
desarrollo, su acción, su utilidad. S bien, es cierto que la
concordancia, la uniformidad y la congruencia son imprescindibles
para su uso, las cuales se forman ya desde las primeras reacciones
naturales y primitivas de cualquier lenguaje. Por ello, a pesar de
las implacables críticas a la generalidad, Wittgenstein reconoce que
la acción comunicativa del hombre (como acción en si misma) está
necesitada de un sistema de referencia que ponga freno a la
inconmensurabilidad de la realidad que hace que esta se nos escape de
las manos casi constantemente. Sin esta concordancia y sin estos
límites, el aprendizaje y los usos sociales y culturales quizá no
fuesen posibles. Esta concordancia es la que decide (evidentemente de
forma convencional, pero también inevitable y pragmáticamente) qué
es bueno y qué es malo. Además, esta concordancia y esta
uniformidad son la causa de las reglas de los juegos, pero no
las podemos considerar como la razón de las reglas. Decimos
causa desde una perspectiva empírica que nos conduce a la
concordancia natural que hay en el hombre, pero esto no nos describe
la razón misma de las reglas del juego lingüístico.
Aceptar que la conducta
lingüística está sometida a un proceso de aprendizaje y
adiestramiento, es aceptar paralelamente la uniformidad o la
concordancia de las acciones lingüísticas humanas y viceversa.
Este adiestramiento forma parte de las reglas, no es ajeno o
independiente de ellas. Por ello, el
aprendizaje no justifica la regla, pues está inmerso en ella.
Las
reglas, además, son instrucciones para el uso, mediante el cual se
determina la elección de cierta regla para cada contexto o
circunstancia concreta. Por esto, en cierto sentido podemos ver la
regla como una especie de razón que conmina al hombre a la reflexión
y al cálculo, mediante los que racionalizamos nuestra conducta. Pero
lo que normalmente ocurre en la realidad es que cuando decido seguir
una regla, la mayor parte de las veces no la valoramos o
cuestionamos, sino que la seguimos incondicionalmente, así como
seguimos la regla por el hecho de creer que la estamos cumpliendo,
pues es una cuestión práctica, no meramente creencial.
No
es posible, por ello, el modelo intelectualista.
Las reglas no son reglas por el hecho de poder ser explicadas, dar
razón de ellas o creer fundadamente en su racionalidad. Son
actividad que nos vemos impulsados a realizar, aunque casi siempre
inconscientemente.
La
conducta del hombre se caracteriza por su regularidad. Para darse la
posibilidad de seguir una regla, es necesario que se haya aplicado a
un número indefinido de casos, ya que si solamente tuviese
posibilidad de ser aplicada únicamente a un solo caso, no
hablaríamos de regla en cuanto tal.
Ya
hemos apuntado que las reglas del juego son una acción compartida
con otros sujetos. En esto estriba su carácter flexible, maleable y
abierto a las aportaciones o modificaciones que el uso le confiera.
Pero no por esto se atenta contra la sistematicidad o normatividad
del lenguaje, pues precisamente la flexibilidad no alude a la regla,
sino a su especial modo de aplicación. El juego implica secundar
ciertas reglas, pues no seguirlas o no compartirlas es no jugar o
jugar a algo distinto a lo que juegan los sujetos con los que estamos
en interacción.
No
hay posibilidad de que el juego sea algo individual.
Así, Wittgenstein entiende que el lenguaje privado, el referido a
mis impresiones internas, está en realidad conectado a mi
actividad, a mi conducta, la cual es un reflejo de esos procesos
internos que definen y caracterizan mi modo de obrar.
Haciendo un sincero alarde de
lógica cabe decir que las “palabras” de un lenguaje privado
deberían estar referidas a hechos, gestos o impresiones invisibles
que proceden de las asociaciones íntimas que un sujeto tiene y sólo
él. Nadie más que yo puede sentir el dolor de cabeza que a mí me
afecta, por ejemplo.
Con
la tesis del lenguaje privado, Wittgenstein se opone a la idea de un
lenguaje fenomenalista (un lenguaje de la sensación pura) tal como
por el que abogaban Carnap o Russell.
Este tipo de lenguaje solamente puede ser entendido por aquel que lo
“usa”. Digamos que hasta incluso puede caracterizarse por tener
una lógica, pero no es un lenguaje fáctico y abierto al juego con
los demás sujetos. No hay, por ello, un código que nos haga
entender el lenguaje privado de otro sujeto, nadie más que este
puede entenderlo, entre otros motivos porque si se hace comprensible
a otros deja de ser privado (11). El ingrediente fundamental de esta
privacidad son sensaciones inmediatas. Por este motivo no hay un
criterio o esquema de corrección para decidir si a determinadas
sensaciones le corresponde fehacientemente un nombre “inteligible”
para cualquier sujeto. Este lenguaje no puede ser aprendido por nadie
que no sea uno mismo y para uno mismo. Las reglas de este lenguaje no
son compartidas y, por tanto, no hay juego, y si no hay juego las
reglas en realidad no son tales. Lo problemático (o lo que lo hace
más incoherente) es que no hay forma posible de saber o comprobar si
el hablante se refiere mejor a una cosa que a otra cuando intenta
explicar una sensación. Esto queda bien detallado en el ejemplo del
escarabajo en la caja que Wittgenstein nos ofrece en sus
“Investigaciones Filosóficas”.
El
que una sensación sea privada significa que nadie más que yo puede
saber, por ejemplo, si tengo un dolor. Descartes inauguró otra nueva
tradición es este sentido cuando creía que solamente por analogía,
y no en todas las cosas, peden estar al alcance de la comprensión de
los demás. Wittgenstein intentará acabar con ella pues ni siquiera
cuando el sujeto dice saber tener un dolor u otro tipo de sensación
sabe describirla con “exactitud”. Decir “yo
se que
tengo un dolor de cabeza” (aquí el verbo saber tiene una gran
importancia, pero no hablaremos de la privacidad epistémica en
profundidad) evidentemente tiene un uso, pero equivale más a decir
“tengo un dolor”, y vienen a significar prácticamente lo mismo,
aunque esta última expresión no tiene un uso descriptivo, es sólo
una expresión
o una
manifestación
de lo que se
siente: un dolor. Ninguna de las dos puede llevar a un tercero a
comprobar sensiblemente lo que expresa el autor de tal afirmación.
Wittgenstein emplea la metáfora
de la mosca encerrada en un botella cuyo
deseo es salir de ella a través del cristal que deja pasar la luz,
pero no por ello es penetrable. Una correcta comprensión de nuestra
función filosófica puede ayudarnos a salir de nuestro encierro, la
cual consiste en tener clara conciencia de los usos del lenguaje.
A
causa de no controlar nuestro deseo de generalizar, aplicando un
término general a varios objetos, tendemos a pensar en una
característica común compartida por todo lo que con ese término se
indica. La
filosofía está plagada de este vicio e incluso también lo está el
propio método científico cuando no hace sino buscar la esencia de
las cosas reduciendo un número de leyes o hipótesis al mínimo.
Por
ello, no debemos entender que detrás del magma diverso de hechos en
lo real deba haber una estructura clara de leyes necesarias que, de
ser aceptadas, nos darían un orden sistemático de los hechos del
mundo. La
estructura de la que hablamos es algo local, no universal, es
concreta. Wittgenstein se enfrenta con una muy larga tradición
filosófica y científica que ha tenido como fin el imponer leyes
necesarias al mundo, al medio del hombre y aboga decididamente por
los casos particulares, los cuales están imbuidos en una radical
contingencia.
Esto no quiere decir que se
rechace la reducción de diversos fenómenos a una unidad que aporte
una mayor sistematicidad.
El método científico ejerce esta reducción mostrando como un
sistema de leyes es capaz de explicar
ciertas diferencias y poner de manifiesto aspectos ocultos o
latentes. Los filósofos, obsesionados por este método, apuestan por
un estricto reduccionismo donde quizá no existe la necesidad de
explicar nada. La metafísica, por ejemplo, tal y como lo dice
Wittgenstein en el Cuaderno
Azul nace del
deseo de unificación de la realidad. La filosofía no puede tener
otro cometido que el de se una tarea DESCRIPTIVA y entender que sus
directrices y cometidos de investigación no pueden ni deben
plantearse como si del modelo científico se tratasen.
NOTAS
(1).-
A.J. AYER .- El positivismo lógico, p.16
(2).- WITTGENSTEIN.- Tractatus
Logicus Philosophicus, 4.014
(3).- WITTGENSTEIN.- Tractatus
Logicus Philosophicus, 4.022
(4).- WITTGENSTEIN.- Tractatus
Logicus Philosophicus, 4.112
(5).-
WITTGENSTEIN.- Investigaciones Filosóficas, Sección 19
(6).-
WITTGENSTEIN.- Investigaciones Filosóficas, Sección 27
(7).-
Prefacio de Rush Rhees al Cuaderno Marrón, 1934-1935
(8).-
G. FREGE.- Sentido y Referencia, p. 55 y ss.
(9).-
WITTGENSTEIN.- Investigaciones Filosóficas, Sección 43
(10).-
Prefacio de Rush Rhees al Cuaderno Azul, 1933-1934; Cuaderno
Marrón 1934-1935
(11).-
WITTGENSTEIN.- Investigaciones Filosóficas, Sección 243
BIBLIOGRAFÍA
A.J.
AYER. El Positivismo Lógico, Editorial F.C.E. , México, 1978
G.
FREGE. Sentido y Referencia, Editorial UNAM, México, 1971
WITTGENSTEIN.
Los cuadernos Azul y Marrón, Editorial Tecnos, Madrid, 1968
WITTGENSTEIN.
Diario Filosófico (1914-1916). Editorial Ariel, Barcelona,
1982
WITTGENSTEIN.
Tractatus
Logicus Philosophicus.
Editorial Alianza Editorial, Madrid
WITTGENSTEIN.
Philosophical
Ivestigations,
Editorial Blackwell, Oxford 1953.