viernes, 20 de marzo de 2009

¿Algo que objetar? (I)


Un artículo de Santos Ochoa Torres


"Educad bien a los niños para no castigar a los hombres"
Pitágoras


Hace poco más de un año escribí un artículo que titulé “Los privilegios de la iglesia católica” en el que sobre todo analicé la absurda polémica que la Conferencia Episcopal Española (EEC) había montado (y nunca mejor dicho) contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos (EpC), hoy ya implantada en más de veinte países europeos. En aquel momento decidí no volver a tratar el tema, quizá un tanto harto de él. Los acontecimientos desde entonces, la reciente sentencia del Tribunal Supremo y algunas manifestaciones posteriores a esta de personajes de la vida pública me obligan a escribir sobre él de nuevo.



¿Contra qué? o ¿contra quién?


Hace ya tres años desde que la iglesia católica, algunas asociaciones afines a ella y el propio PP en bloque, originaron esta controversia. Desde entonces nunca han explicado con claridad en qué aspectos de los reales decretos se atenta contra el derecho de los padres. Y en todo este tiempo, tampoco parecen haber reparado en que un padre no tiene todos los derechos sobre sus hijos aún perteneciéndole su custodia, de hecho el estado interviene muchísimas ocasiones para quitársela si se dan determinadas circunstancias.

Sobre la educación del hijo del vecino todo el mundo es experto, y no sé lo que los obispos pueden saber acerca de educar a un hijo. Desde luego, empíricamente en este sentido no pueden aconsejar nada, y en lo que se refiere a la educación la teoría vale de poco. Pero lo que si parece cierto es que han demostrado no creer verdaderamente en los argumentos que han expuesto, ya que si, como dicen, lo que prima es la conciencia de los padres, no se entiende cómo en Italia en estos días la iglesia desautoriza enérgicamente al padre de una joven que pidió terminar con el absurdo drama de su hija clínicamente en coma irreversible desde 17 años.
Por ello, lo que está detrás del enredo creado entorno a la asignatura de EpC, es doble: para la iglesia católica el erigirse en víctima para no perder privilegios ya históricos y para el PP por aprovechar una oportunidad más para desgastar al gobierno de Rodríguez Zapatero. Como a todo buen integrista, les molesta el relativismo que dicen que la asignatura proclama. Pero en otras ocasiones y dependiendo del interés del momento, la califican de totalitaria (cardenal Cañizares dixit). Les molesta toda idea que no gire en el entorno de influencia de su verdad absoluta e incuestionable. En definitiva, les molesta perder el monopolio de la verdad, avalada por la infalibilidad del papa.
Parece que al final hemos comprendido que todo estaba urdido no contra los reales decretos que desarrollaban EpC, sino contra el gobierno socialista que actualmente preside España.


Impacto en la educación


El estado español respeta lo que la religión católica entiende como sagrado, y así debe seguir siendo efectivamente. De hecho se imparte religión católica como asignatura que debe ofertarse obligatoriamente en todos los centros educativos de España. A todos los religiosos que imparten sus clases en esos centros también les paga el estado como a cualquier otro profesor y su tratamiento en derechos es el mismo. Pero el respeto no parece ser mutuo, porque quizá lo más sagrado en un estado es la educación y la iglesia ha arremetido contra ella de forma irresponsable. Ahora cabe preguntarse si algo de lo que ha pasado ha mejorado en algo la educación de nuestros hijos y alumnos en general, pero especialmente de aquellos que han objetado porque sus padres así lo han decidido.
Cada vez resulta más urgente un pacto de estado por la educación. Pero no parece fácil cuando una de las partes exige diálogo con ella pero sólo porque está en la oposición, ya que con el mayor de los cinismos dice que cuando llegue al gobierno retirará la asignatura. En septiembre de 2008 la oposición decía que “el PP considera imprescindible y urgente un pronunciamiento definitivo del Tribunal Supremo que unifique doctrina”; ahora que la sentencia ha llegado y echa por tierra todos sus planteamientos deciden incluso seguir alentando a la insumisión civil, con el tremendo perjuicio que eso va a causar en muchos alumnos.



Separación iglesia-estado


Los primeros cristianos perseguidos por el poder del imperio reivindicaban la máxima de Cristo de “A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”. Sus primeros pasos buscaban desvincularse del estado y ser respetados por él. Todo cambió cuando lograron convertir al estado en un instrumento de provecho para sus intereses.
La Ilustración supo entender que el estado debe administrar derechos de los ciudadanos, sus deberes y libertades, tipificar faltas y delitos. La iglesia, por su parte, debe encargarse de administrar a sus fieles y sus pecados. Ambos planos puede que sean paralelos, pero no deben confluir mezclados por bien de ambos. De no ser así, desvirtuaríamos completamente la esencia del estado y también de la que en sus primeros tiempos fue de la iglesia, pues los derechos cívicos se convertirían en derechos a la carta, ya que la conciencia religiosa individual primaría sobre los derechos colectivos que fundamentan el estado.
En el caso de EpC, la asignatura deja márgenes suficientes para desarrollarla desde el respeto a las leyes del estado, que es el único límite que no debe franquear. Pero además, tras muchas negociaciones del gobierno socialista, que las ha habido, con la FERE (Federación Española de Religiosos de la Enseñanza) y otros colectivos católicos como Cáritas, se lograron acuerdos que posibilitaban adaptar la asignatura al ideario católico. Démonos cuenta que no decimos lo contrario, es decir, los acuerdos no tuvieron como objetivo adaptar el ideario católico al ideario de la asignatura.
De entre las cualidades humanas, dos de ellas pueden entrar fácilmente en conflicto en cualquier religión, me refiero a la fe (que la iglesia en el debate de EpC la llama eufemísticamente “conciencia”) y a la razón. Pero no pueden entrar en conflicto en la esfera del estado, como no puede entrar en conflicto un sonido con un color, pues no decimos que un sonido es amarillo. Si así lo hiciesen, los derechos y libertades serían a la carta y el estado democrático y de derecho desaparecería, pues la conciencia individual (o el contenido de la fe) siempre estaría por encima del contrato social promovido por la voluntad general. Las reglas del juego ni se pueden saltar ni se pueden exigir sólo cuando surge un interés personal.


Los temas transversales

La ciudadanía sabe perfectamente que los contenidos de EpC se imparten en España desde el año 1990. Muchos de esos contenidos estaban incluidos en lo que se denominó “Temas Transversales”, los cuales afectaban a todas las asignaturas del currículo. Esos temas eran educación ambiental, educación vial, educación para la salud, educación para la igualdad de sexos, etc. Cualquier profesor sabe que los mecanismos de aplicación de tales temas no han funcionado. Quizá por eso, el actual gobierno haya querido aglutinar todos esos transversales en una asignatura concreta y así intentar hacerlos efectivos, reales. Esto puede ser, y de hecho lo es, discutible, pero no se comprende bien cómo algo que lleva impartiéndose más eficazmente o menos de desde hace 18 años, ahora sorprenda y enerve tanto a ciertos sectores.


Victimismo estratégico


No parece sensato aceptar un consejo de quien no conoce de lo que aconseja. No parece, por tanto, que los obispos sean los más indicados para hablar de la educación de los hijos. Lo que en realidad parece es que quieren erigirse en víctimas para no perder ni un solo privilegio que, dicho sea de paso, con el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero se han visto paradójicamente aumentados, especialmente los económicos: con el nuevo modelo de financiación los beneficios económicos para la iglesia católica para 2009 han aumentado casi 70 millones de euros respecto al 2008.
Ese victimismo es absolutamente estratégico. Para ilustrar lo que digo viene bien un símil. Imaginemos una familia sentada a la mesa para comer. El menú es el mismo para todos. Pero uno de los hijos manifiesta querer comer otra cosa distinta, ya que por motivos de conciencia no puede comer nada de lo que hay en la mesa. Los padres, intentando dar satisfacción a su hijo, le preguntan qué alimentos son esos de los que habla y dónde están. El hijo no indica concretamente qué alimentos son los que no puede comer. Los padres insisten. Finalmente dice que lo que su conciencia le prohíbe comer es faisán. Los padres, boquiabiertos, le dicen que nada de lo que hay en la mesa ni es ni contiene faisán, pero que en cualquier caso le prepararán un plato a parte con lo que él desee comer intentando respetar sus motivos de conciencia. Aún así, finalmente el hijo les acusa de querer obligarle comer cosas que él no desea comer y dice ser una víctima, especialmente porque cree que él debería tener algún derecho más que sus hermanos por ser mayor que ellos. Acusa a sus padres de totalitarios por no respetar su idea de que todos deben comer lo que él desea comer porque es lo único verdaderamente comestible y los demás están equivocados en sus gustos o simplemente manipulados por dos padres déspotas.


Impugnación de manuales

Si en los colectivos insumisos, que de persistir en su actitud pasan a llamarse rebeldes, hubiese habido realmente una preocupación sincera por la educación de los alumnos y no un móvil político propiciado por la iglesia y el PP, desde el principio también hubiesen cursado denuncias o quejas sobre algunos manuales de las editoriales. Pero sólo hubo una y curiosamente la elevó el colectivo gay en 2007. Es más, las asociaciones católicas pro-objeción reconocieron en un primer momento que su objetivo nunca fue impugnar libros de texto, sino los decretos aprobados por el gobierno, validados por la última sentencia del Supremo al respecto.
También hubiera sido coherente si hace 20 años estos mismos grupos católicos ya hubiesen objetado o alentado a la insumisión contra asignaturas como la Biología, en la que se enseña evolucionismo y genética, o Ética y Filosofía, en las que además de Santo Tomás o San Agustín también se estudian a enemigos de la fe religiosa como Marx, Freud, Nietzsche y tantos otros, o Historia, donde se estudia la historia de la iglesia, o Física donde se estudia el origen científico del universo.
Pero más allá de la coherencia se encuentra la hipocresía de estos grupos sectarios, ya que sorprende que los que ahora si quieren impugnar determinados libros de texto por considerarlos instrumentos adoctrinadores, son justamente los que han incrustado sus dogmas religiosos en niños desde corta edad durante 40 años en la dictadura de Franco, haciendo bueno aquello de “la letra con sangre entra” utilizando hasta hace relativamente poco manuales en los que ensalzaban el golpe de estado del 36, bautizado por la misma iglesia católica como “cruzada religiosa”. Sin ánimo de exagerar, ésta ha sido una cruzada moderna más, en la que ya no se evangeliza al infiel con un crucifijo en una mano y la espada en la otra como en tiempos, sino con el poder económico invertido en medios de comunicación dirigidos por la CEE.
El adoctrinamiento conlleva un sistema de propaganda, de propagación del miedo, de ignorancia inconsciente (porque la hay consciente y muy sabia), de falta de derechos. Nada de esto se da hoy en la enseñanza pública española, aunque a más de uno de los promotores de la objeción le gustase, pues sería un pretexto perfecto para justificar sus fines: derrocar toda ideología laica o irreligiosa.
Ahora, administrando o malaceptando su derrota, se aferran a la desesperada a impugnar algunos de los manuales porque creen que contravienen ciertos preceptos constitucionales. Esta posibilidad fue un matiz de la sentencia introducido por los jueces más conservadores del Tribunal Supremo. Y con esto, se puede abrir una puerta a una “guerra de guerrillas” de padres o colectivos contra editoriales, de editoriales contra editoriales, etc. y se haga todavía más daño al sistema educativo y a la educación de los alumnos.



El sexo, omnipresente


Si uno se preocupa por ver las críticas hacia la asignatura por parte de la CEE, ninguna es concreta a excepción de lo que se refiere al sexo. Sin embargo, el tratamiento del tema en el currículo de la asignatura pasa casi desapercibido. Y ello afortunadamente, ya que por vez primera en nuestra sociedad el sexo está pasando a no ser el tema entre los temas. Aunque para los colectivos católicos parece seguir siéndolo, lo cual desvela su actitud enfermiza hacia el asunto.
Las tremendas barbaridades dichas por algunos obispos y sacerdotes católicos les han situado en una peligrosa dogmática que les acerca al fundamentalismo más integrista, si es que no están ya en su mismo núcleo.
Una parte importante de la controversia nace del contradictorio sentido que la iglesia católica tiene de lo natural. Habitualmente, el concepto “natural” en sus tesis aparece muchas veces ligado a sus interpretaciones acerca de la naturaleza del sexo, el cual sólo admiten con fines procreadores, creyendo que cuando ese no es el fin nos ponemos en la línea de lo animal y nos alejamos de lo humano. Pues bien, mirado con el rigor de la lógica, el sexo orientado exclusivamente al fin de procrear, aunque humano, es fundamentalmente animal. En cambio, el sexo como motivo erótico de goce, de placer o incluso de belleza artística es exclusivamente humano. Ningún animal puede adoptar ese sentido del sexo. Por lo tanto, esta concepción del sexo no animaliza, como apunta la religión católica, sino que sólo lo hace precisamente cuando su única finalidad es la de procrear, tal y como lo hacen la mayoría de los animales por simple instinto de conservación y para perpetuar su especie.
Contra los homosexuales también han reprochado que su modelo de familia es aberrante y antinatural. Quizá quepa deducir por ello que el modelo verdadero de familia para la iglesia católica en España, posiblemente sea el que ella misma propiciaba en los tiempos de la dictadura franquista cuando arrebataba los hijos a las recluidas en prisión por motivos puramente políticos y se los entregaba a familias afectas al régimen político fascista y que no podían concebir naturalmente a un hijo.
No debería hacer falta recordar, aunque lo parece, que en España el matrimonio homosexual también está regulado por ley, y por tanto exige el máximo de los respetos tanto a nivel legal como a nivel legítimo.



Los colegios y los templos


El ser humano es un ser religioso, pero no necesariamente religioso, pues quien no lo es no por ello deja de ser humano. El ser humano se conforma como ser único por ser portador de valores éticos que son los que definen su esencia. Es indiscutible que no hay religión sin ética, pero si hay ética sin religión. Por tanto, la relación y el tratamiento entre estado e iglesia, escuela y templo, debe ser paralelo a lo dicho anteriormente, no puede ser diferente.
Sin duda los padres tienen el deber y el derecho a educar a sus hijos. Pero su derecho a educar no es mayor que el deber de educar conforme a Derechos Humanos, los cuales también amparan a los padres pero no hacen sagradas sus ideas. Por eso, el estado puede privar de la patria potestad. Puede, por ejemplo, intervenir ante un testigo de Jehová que con sus creencias hace peligrar la vida de sus hijos por no consentir una simple transfusión de sangre a su hijo enfermo y necesitado de ella. Priman, por tanto, los DD.HH sobre las creencias de los padres. El estado tiene la obligación de acoger cualquier confesión religiosa que no menoscabe sus cimientos, pero las creencias religiosas sólo son sagradas en los templos, no fuera de ellos. La base de estas claves, se encuentra en que la Ética es autónoma y no necesita de la religión para ser Ética. La religión, por su parte, no es propietaria de ningún derecho que vaya en contra de los principios éticos universales.
Las sociedades plurales son el mejor mecanismo de defensa y control contra cualquier adoctrinamiento, pero también el mejor medio del que se sirven los autores de ideas fundamentalistas para propagarse y solicitar de ellas derechos que emplearán contra esa sociedad plural de la que en principio se sirven. Y respecto a la asignatura de EpC, podemos decir que, con los medios acertados o no, el pluralismo y el respeto son sus ejes centrales.
Es la escuela y no el templo sagrado, la encargada de educar futuros ciudadanos. Por su parte, los templos deben servir para adoctrinar voluntariamente a sus fieles a través de sus dogmas.
En su caso, la iglesia católica en España debe agradecer que muchos centros educativos gestionados exclusivamente por ella y en los que se enseñan obligatoriamente dogmas religiosos, están sostenidos con fondos públicos. Esos fondos provienen de todos los miembros del conjunto social sea cuales sean sus convicciones, religiosas o no.



De la objeción a la insumisión civil


Desde que las sentencias del Tribunal Supremo han sido publicadas, la objeción de conciencia ha pasado a ser insumisión. A pesar de ello, se sigue alentando por los mismos sectores a lo que ellos aún siguen llamando objeción. Con ello incluso debería revisarse si esta actitud se encuentra tipificada en algún tipo penal. Sin embargo, estos mismos colectivos dicen acatar la sentencia. Pero acatarla es cumplirla efectivamente, aunque simultáneamente quieran seguir haciendo uso del derecho internacional que les asiste recurriendo los contenidos de “Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos” ante el Tribunal de Derechos Humanos (curioso).
Los alumnos afectados, de persistir en no asistir a clase de EpC, no suspenderían la asignatura, pues no se puede suspender a quien no se puede evaluar, simplemente no titularían por no haber cursado todas las asignaturas correspondientes al nivel educativo. En ese caso, la responsabilidad de los padres ¿no atentaría contra los derechos de sus hijos a ser escolarizados y a recibir la educación?
La actitud mantenida por determinados grupos alentando a la insumisión puede abrir puertas en el futuro a otro tipo de insumisiones graves que cuestionarían la existencia misma del Estado y de la democracia. Pasaría a ser legítima, por ejemplo, la insumisión fiscal que por motivos de conciencia fuese secundada por aquellos que no estuvieran de acuerdo con el destino que el estado da a su dinero pagado a través de impuestos. En definitiva, como dice alguna sentencia previa a la del Supremo, se correría un grave “riesgo de relativizar los mandatos legales”. La ley se cumpliría o no en función de la conciencia de cada individuo, es decir, la ley sería a la carta y dejaría de ser impositiva. La ley dejaría de ser ley, y por tanto, el estado desaparecería.
La escalada es irresponsable y peligrosa. Pero para algunos sectores implicados parece valer más el lograr el poder y/o no perder el status privilegiado a toda costa, que la educación libre de los ciudadanos. Se haría también legítima la posición del profesor que por motivos de conciencia decidiera no impartir determinadas clases porque los contenidos del currículo no fuesen congruentes con sus creencias; se haría legítimo que algunos padres objetasen contra la asignatura de Biología por defender el creacionismo; o incluso se haría legítima la objeción del padre negacionista del holocausto nazi.
Aún así, monseñor Cañizares sigue proponiendo la objeción de conciencia, ya que esta, dice, “no es de ley” (El Día de Toledo 25/02/09). Es decir, que lo que el estado impone a través de una sentencia de su máximo tribunal para el cumplimiento por parte de sus administrados, a ellos no les afecta. Algo así como que la moral está por encima de la ley positiva, o que su moral no puede doblegarse a ninguna orden reglada terrenal pues su moral proviene del orden divino superior. Con esta actitud, sencillamente se crea un anacronismo, es decir, la vuelta al medioevo en el que los poderes civil y militar del estado estaban subyugados al poder religioso de la iglesia católica. Se pretende la intromisión de la iglesia en la regulación del estado, pero no al revés.







¿Algo que objetar? (II)



Sorprende que…



Sorprende que se recurran las sentencias emitidas por el Tribunal Supremo respecto a la objeción de conciencia contra Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos;
Sorprende que la iglesia católica, o más exactamente el Vaticano, apoye este recurso cuando ella misma aún no ha firmado aún la Carta de los Derechos Humanos promulgada por Naciones Unidas en 1948, o que haya sido sancionada por la ONU por violaciones a los derechos humanos más veces que a que países como Cuba, China o Irak. Recordemos que se trata de una institución con una estructura antidemocrática basada en la infalibilidad del Papa, que sigue sin aceptar la igualdad real de la mujer negándole expresamente derechos en numerosas conferencias de la ONU.
Sorprende que la Conferencia Episcopal Española critique duramente los decretos que desarrollan el currículo de EpC “porque favorecen un grave desorden moral”, y sin embargo el Vaticano no expulse de sus filas a sacerdotes u obispos acusados de pedofilia a los que intenta proteger ofreciendo importantes cantidades de dinero a familias dañadas para que no acusen judicialmente esos sacerdotes u obispos o acoja a otros que niegan la existencia del holocausto nazi. En cambio expulsa de sus filas a teólogos de la liberación por promover un activismo real y efectivo contra la pobreza en el mundo.
Sorprende que sea la iglesia católica la que se queje de adoctrinamiento cuando su “evangelización” es sólo un eufemismo que encubre el término adoctrinar; o que se queje de adoctrinamiento como una forma de imponer una determinada ideología, pero no acepte la apostasía y defienda el mantenimiento en sus archivos de miles de datos de filiación personal a pesar de la negativa expresa de sus titulares. Recordemos que cuando la iglesia católica se tilda a sí misma en España como la confesión mayoritaria lo hace en función del número de bautizados que “rezan” en sus archivos.
Sorprende que sea la iglesia católica la que ahora invoque en España la libertad de enseñanza cuando en la dictadura de Franco monopolizó la educación primaria y secundaria y fue la principal editora de manuales escolares y libros de texto que invocaban el fascismo franquista; sorprende que la iglesia católica pida no "remover el pasado" mientras organiza macrobeatificaciones históricas de esa misma época o acabe invocando la unidad nacional originada en los Reyes Católicos o determinados políticos afines en ideología exijan al mundo árabe que pida perdón a España ahora por su invasión de la península ibérica creando Al-Ándalus.
Sorprende que se quejen de que EpC proponga una ideología de género porque, en su opinión, plantea una sexualidad a la carta, pero reclaman del estado una educación a la carta para los hijos en función de las convicciones morales o religiosas de cada padre.
Sorprende que las asociaciones pro-objeción no aprueben una posible ideología de género en el currículo de EpC, pero sin embargo admitan con su silencio lo que algunas editoriales como Casals, cercana al Opus Dei, dicen en sus manuales a propósito de la homosexualidad: “a cualquier relación la llamamos familia. No son una auténtica familia las parejas de homosexuales; son uniones de hecho respetables, pero no son matrimonio”. Pero curiosamente el mismo manual se queja de que “la palabra amor esté falsificada en la actualidad debido al abuso, la manipulación y la adulteración”.
Sorprende que la iglesia católica, que dice basar su mensaje en el amor, haya dicho de los homosexuales que son personas que merecen el mismo respeto que cualquier otra (¿a caso es necesario exponerlo si de verdad se cree en ello?), calificando su condición como una desviación natural fruto de la perversión de mentes enfermizas, pero que finalmente se pueden curar.
Sorprende que la iglesia católica no acepte la naturalidad de las parejas homosexuales y no admita su derecho al matrimonio cuando precisamente esta institución no es natural sino convencional. No olvidemos, como nos dice José de Jesús López Monroy, que el origen de la palabra matrimonio es incierto y que de entre los cuatro posibles orígenes, sólo uno de ellos reconoce la figura de un esposo: matrem muniems (proveimiento o protección de la madre); matrem munens (que impone una fidelidad al padre o esposo); matre nato (madre de un nacido) o matrem unions (unión de vida en común entre dos).
Sorprende que todo esto todavía sorprenda, aunque a mí no me sorprende. Pero de todos modos debemos alcanzar un acuerdo de estado por el bien de la educación, que es por el bien de todos. Estamos condenados a “acercarnos”. Acerquémonos y no cerquémonos. ¿Será posible?