Decía Manuel Vicent magistralmente en uno de sus artículos, que ningún imperio se hizo sin esclavos. Pero allá donde hay esclavos, detrás debe haber tiranos. Si miramos atrás, en la historia, todos los imperios han medido su poder en función del número de esclavos que ostentaba y por el grado de codicia del tirano que los administraba.
Hoy día el imperio que mejor cuadra con esta descripción es China. La clave de su éxito es haber armonizado lo peor del capitalismo y lo peor del comunismo en un modelo de producción, que es su modelo de vida. Un modelo donde los derechos humanos son una lejana entelechia anclada en occidente y que nadie reclama. Para occidente, con su tradición de derechos humanos, es difícil competir contra este modelo. Y si se quiere competir, debe escoger entre, por una parte, olvidarse sumisamente de muchos de sus derechos como ellos lo hacen, santificar la producción y sacrificar nuestra cultura de derechos humanos en general y laborales en particular; o por otra parte, utilizar medios de bloqueo económico suficientes como para hacerles parar en esta escalada, o lo que sería más deseable: volver a una Reilustración que recondujese de nuevo la historia y a su sujeto, el Hombre.
En nuestros días, al menos en Europa, nuestros dirigentes han optado por lo primero, es decir, más bien no se quiere que esta escalada pare, nos sumamos al juego y competimos contra este tipo de imperio intentando crear un modelo similar de producción. Pero competir contra esto es absurdo además de imposible, ya que nuestro número de “esclavos” es mucho menor, aunque nuestro número de tiranos sea mayor e intenten “fabricar” a toda prisa muchos esclavos en cantidad. Europa se ha convertido en un estanque con mucho tiburón para muy poca agua. Tiburones que intentan convencer de su humilde y bienintencionada voracidad bajo consignas repetidas machaconamente como “No hay más remedio”, o “no podemos gastar lo que no tenemos”, aunque para los causantes del desastre, los banqueros, haya dinero para Rato. Burla burlando... que diría Lope.
Por el momento, estamos en que nuestros dirigentes políticos y nuestros banqueros, nuestros tiranos, nos intentan hacer creer que los derechos son causa de despilfarro. Por eso, ellos comprenden que cualquier derecho se puede pesar y traducir en rentabilidad. Es decir, son conscientes de que los derechos se pueden comprar y vender; que si se los arrebatan al populacho, este tendrá que comprarlos en los negocios privados del poderoso y para ello deberá pagarle con sus propiedades o con su trabajo. Esto supone un claro retroceso a relaciones feudales de sometimiento bajo la amenaza del miedo y la administración de la miseria.
Pero el poderoso no comprende bien que la riqueza no sacia a la riqueza. No comprende bien que cuando al pueblo se le arrebatan sus derechos bajo pretexto de no haber otro remedio, pero no persigue a los verdaderos expoliadores y defraudadores del sistema, entonces responde con un zarpazo final. No comprende bien que su poder lo ha creado a costa de haber generado pobreza y desigualdad su alrededor. Pero no la ve, y si la viere, cree que nunca se volverá contra él.
Los sometidos, tarde o temprano, siempre adquieren conciencia de su miseria y deciden no continuar sufriéndola cuando nada tienen que perder. Y en esos tiempos, el sometido soporta mejor la penuria que el poderoso, y por ello, necesita menos del poderoso que el poderoso del pueblo llano. El pueblo sólo comienza a ver cuando decida decir “BASTA YA!”. En ese momento la historia comenzará a renovarse, a explicarse, a escribirse con la letra del pueblo.
Blog de Santos Ochoa- Espacio para la reflexión ética, social y científica de nuestro mundo
miércoles, 23 de mayo de 2012
lunes, 21 de mayo de 2012
jueves, 10 de mayo de 2012
lunes, 7 de mayo de 2012
Francia no hace reformas
Pocas veces desde que los franceses invadieron España hubo tanto interés entre los españoles por las decisiones políticas que toman los franceses. Y es que todo está globalizado: economía, política, cultura, conocimieto…Tanto, que dependemos sin saber de qué exactamente, pero cada vez más de eso mismo.
Es posible que en España, así prefiero creerlo, la persona más satisfecha con el triunfo de Francois Hollande sea Mariano Rajoy. ¿La razón? Bien sencilla: el trabajo que el mismo Rajoy hubiera querido hacer ante el fundamentalismo radical de la Sra. Merkel y que no hará nunca por cobardía, por defender la disciplina del Partido Popular Europeo y por otros complejos, sí parece que lo hará Francois Hollande. Y digo que prefiero creerlo así, porque si esta es la verdad es que entonces no andarán muy convencidos de lo que están haciendo en economía; y lo que hacen no tienen más remedio que hacerlo por mandato de la Merkel. Porque si no, es decir, si están convencidos de que lo que hacen es lo que hay que hacer (Rajoy dixit), entonces está claro que el asunto es ideológico y simplemente se pretende desmantelar el estado y establecer una nación en la que convivan en el mismo territorio geográfico dos castas: dependientes y sirvientes de una parte, y ricos que se sienten imprescindibles de otra.
Espero también de Hollande, ya que de mi gobierno no espero mucho, que no se queme en demasiadas expectativas y eso acabe en decepción. Esto le está ya pasando a Obama en USA.
Mientras tanto, aquí en España nuestro gobierno sigue tratando a la población como si de un rebaño de imbéciles se tratase, disfrazando conceptos para hacerle creer que la realidad es otra distinta de la que es. Dicen “equilibrio” de cuentas para que si a alguien se le ocurre estar en contra le tachen entonces de “desequilibrado”; dicen que “no” aunque luego sea que “si”, justificándolo en que no hay más remedio, aunque eso el pueblo no lo entienda, y razones no le faltan pues mientras los enfermos deben pagar las sábanas y la comida de los hospitales se ofrecen miles de millones a la Bankia del amigo Rato; dicen "reformar" cuando lo que en realidad están haciendo es demoler el edificio por completo; dicen “ajustes” en lugar de “recortes”; y así en un sinfín de tics propagandísticos. Pero la realidad es tozuda por mucho que la maquillen y los ciudadanos no son feligreses fanáticos e incondicionales. Al tiempo.
En el punto en el que estamos, Hollande bien podría hacer valer lo que Napoleón decía sobre Francia: “en Francia no hacemos reformas, sino Revoluciones”, obviamente salvando las distancias entre Hollande y Napoleón.