Blog de Santos Ochoa- Espacio para la reflexión ética, social y científica de nuestro mundo
jueves, 5 de noviembre de 2009
Abortar la hipocresía
Un artículo de Santos Ochoa Torres
“Primero la vida”
La pobreza extrema y la falta de medios y de planificación sanitaria hacen que cada año mueran en el mundo 4 millones de recién nacidos durante los primeros 28 días de vida. Diariamente 1.500 madres mueren por complicaciones en el parto o durante el embarazo. Desde 1990 han muerto 10 millones de mujeres por estas circunstancias.
El 80 % de estas muertes de madres se evitarían sólo con atención sanitaria básica y con un acceso normalizado a servicios mínimos de maternidad. La pobreza es la principal causa de este problema, pero también lo es la intolerancia que prohíbe a los niños, niñas y mujeres de estos países el acceso a una educación básica, o la intolerancia que promueve matrimonios infantiles, o la negativa a ofrecer medios para prevenir enfermedades mortales, como por ejemplo, el SIDA.
“Primero la vida”, es el slogan que enarbolan como bandera muchas confesiones religiosas para ir contra el aborto. Pero simultáneamente a eso, no se comprueba un esfuerzo similar contra la principal causa del aborto: la pobreza, que por sí sola genera cientos de miles de muertes de madres en “hospitales”, donde en algunos de ellos para cortar el cordón umbilical materno no cuentan con otros medios que una piedra o un cuchillo de cocina usado.
Tomando como ejemplo a Níger como país de referencia en los extremos de pobreza, una de cada siete madres muere por ser madre en este país. En España es una por cada 16.400, o en Irlanda una por cada 47.600 mujeres.
Nadie puede discutir que la vida del recién nacido depende muy directamente de la de la madre. Si esta muere, el niño tendrá pocas posibilidades de sobrevivir en un país pobre como Níger, por ejemplo. Pero la mayor parte de las vidas de estas mujeres se pueden salvar con medios muy simples o simplemente acogiéndose al aborto. No es racional defender la vida del no nacido, como algunas confesiones hacen, a costa de sacrificar la de la madre, y también, poco después, la del recién nacido que morirá muy posiblemente y si no, acabe siendo un desgraciado que existe sin vivir, un niño esclavizado desde su infancia fruto del libre mercado y del capitalismo salvaje, al cual, confesiones como la católica tampoco han condenado nunca decididamente. Si Jesús está entre los pobres, ya le hemos condenado de nuevo con cientos de miles de vidas. Por ello, la solución o uno de los remedios que atenuarían la situación, sería la educación sexual o la prevención, pero esto tampoco lo permiten, lo que hace que la situación se convierta en un drama que se debe asumir estoicamente como un dictado del dios trascendente al que se adore, al que se supone su bondad por lo inescrutable de sus caminos.
En España, por ejemplo, la Iglesia católica en lugar de ir contra las causas que originan el problema, prefieren gastarse ingentes cantidades de dinero en campañas publicitarias como la llamada “del lince” para satanizar el derecho al aborto y seguir promoviendo el estoicismo entre sus feligreses.
No podemos obviar, que en los países más pobres, el papel de la mujer es decisivo en el desarrollo económico del país. En general, en muchos de estos países son el principal sustento familiar sobre el que giran todas las tareas productivas. Por el contrario, las políticas patriarcales asociadas a dogmas religiosos son tremendamente improductivas e ineficaces para combatir la pobreza extrema; más bien al contrario, la promueven porque en su base fomentan la desigualdad, la marginación, el autoritarismo y la sumisión, todos ellos parapetados por la imposición de la superstición y la amenaza física.
La vida metafísica y la vida real
Comerse un huevo no es comerse una futura gallina o gallina en potencia; comer uvas no es beber vino, o como bien dice el escritor Amando Hurtado, pensar que el cigoto o el feto ya es un ser humano, equivale a confundir los cimientos de un edificio con el edificio mismo. El concepto de ser humano no es el mismo que el de persona. En esto, la Iglesia católica es experta en hacer de sus dogmas problemas conceptuales donde cabe decir lo que se quiera, pues los conceptos son tan convencionales como arbitrarios, no constituyen la realidad, sólo la designan para entendernos en ella. Está aún activo el debate que ella abrió sobre si la unión de parejas homosexuales se les debe llamar matrimonio o no, cuando en realidad lo que buscan es negar a este colectivo a igualdad real de derechos civiles reconocidos por la ley al no incluirlos en el grupo civil de los matrimonios. Poco importa si son churras o merinas, lo que importa es separar y negar derechos humanos.
Parece evidente, por tanto, que no son las ciencias empíricas las que deben decir cuándo comienza la vida a ser vida humana, ni tampoco ninguna fe religiosa o dogmática, sino la ética y la filosofía, y de ellas no se establecerán premisas únicas e indiscutibles. En ese sentido, todos debemos convenir que en el cigoto que dará lugar a un ser humano se contiene el patrimonio genético de ese ser. Este ser es en potencia, y lo que es en potencia lo es porque aún no es realmente, no tiene ser. Se trata de una realidad intermedia entre el ser y el no-ser.
Es fácil ver que la defensa de la vida desde puntos de vista metafísicos es posible desde cualquier ángulo, y la concepción de la vida desde lo religioso siempre es metafísica, por lo que se trata de una concepción donde caben multitud de argumentos gratuitos y arbitrarios por la indemostrabilidad del punto en el que deciden establecer el origen la vida.
En cualquier caso, nuestra legislación por medio del Código Civil, establece en su artículo 29 que únicamente tras el nacimiento se puede hablar de persona. Este artículo no es nada nuevo y tampoco se modificó con el gobierno ultraconservador de Aznar ni la jerarquía católica movió un dedo para que se modificase este artículo ni la Ley del Aborto bajo la que se practicaron 650.000 abortos en la etapa Aznar.
No debe resultar difícil, por tanto, entender que los conceptos “ser humano” y “persona” son diferentes. El ser humano es el soporte biológico y físico en el que posteriormente puede desarrollarse una persona. Por ello, no es posible la persona sin el molde del ser humano, pero sí es posible lo contrario; recordemos el caso del niño salvaje de Aveiron, el cual después de aproximadamente 17 años perdido en el bosque, puede ser considerado un ser humano, pero no ha desarrollado desde el momento de su nacimiento plenamente la esencia de la persona, es decir, de aquello que ningún otro animal posee: conciencia moral, raciocinio, capacidad de abstracción, lenguaje articulado, etc. La persona es posible posteriormente al nacimiento del ser humano, pero no simultáneamente.
Por otro lado, excepto la persona, ningún animal es responsable ya que no tiene capacidad para elegir entre lo bueno o lo malo, lo justo o lo injusto, sólo es su instinto el que marca su acción. De alguna manera todos los animales están programados por la naturaleza para hacer lo que hacen. Por ello, no condecoramos a las hormigas por su extenuante trabajo durante el verano recogiendo semillas para el invierno, ya que ellas no eligen entre hacerlo o no hacerlo. Simplemente la naturaleza les impone su acción. Por tanto, se es responsable sólo si se es libre de elegir con total autonomía. En este sentido, para muchos el aborto es inhumano, pero lo realmente inhumano es la imposibilidad de elección que piden para las mujeres; lo inhumano es que condenemos a la pobreza a millones de hombres, mujeres y niños, sin que puedan elegir salir de ella porque nosotros ya les hemos programado para sufrirla y morir.
No encontramos respuestas porque hacemos mal las preguntas. No podemos dejar de convenir que se trata de una cuestión de la que todos podemos opinar libremente, pero no para desviar el derecho y la obligación civil del Estado a legislar más allá de las confesiones, pues el Estado acoge tanto a los que la poseen como a los que no con igual derecho y obligación. Las confesiones religiosas no pueden reprobar moralmente al Estado, sino únicamente a sus feligreses. Por su parte, el Estado debe legislar para toda la ciudadanía desde los principios de la ética. Por esa razón, no es posible religión sin ética, pero sí ética sin religión. En occidente solemos presumir de saber no mezclar lo religioso con lo político y acusamos y compadecemos con aires de superioridad cultural y religiosa a los estados islámicos de hacerlo, al tiempo que se les tacha de radicales por eso mismo. Necesitamos limpiar nuestros espejos.
Dogmatismo, integrismo y fanatismo
Puede que todo el debate se haya planteado siempre de forma falaz. Es decir, el núcleo del debate no es lo que entiende la iglesia católica por vida y su origen, sino que ella dice estar en posesión exclusiva de la verdad y la impone so pena de condena eterna en caso de desacuerdo. Pero el asunto no es la idea de la vida que la Iglesia tenga, que ya la conocemos, por ejemplo desde Darwin, sino aplicar una vez más la dogmática intolerante, una vez más el hecho de no consentir la adquisición de un derecho que ella considera aberrante. Muchos de los derechos hoy ya consolidados fueron igualmente denostados en el pasado por ella, y de ser por ella hoy no serían efectivos. Sin embargo, los acaban asumiendo en el tiempo y después alegan amnesia.
En cualquier caso, muchas confesiones aún no comprenden bien que para regir sus vidas los ciudadanos eligen a sus representantes políticos, no a los ministros de una religión para que impongan su criterio a los representantes políticos, ya que el ámbito religioso no puede dejar de circunscribirse sino únicamente al privado.
El descrédito de algunas iglesias y confesiones religiosas viene marcado no por una involución o un paso cambiado respecto del ritmo de la sociedad, sino porque se han visto en la necesidad de romper sus silencios y se ha desvelado lo que piensan realmente. A eso se le suma la escandalosa proliferación de casos delictivos muy graves en sus filas como la pederastia, la tortura o el abuso sexual y la protección que el Vaticano hace de esos delincuentes con sus recursos económicos. En cualquier caso, los católicos están obligados a acatar esas decisiones por la infalibilidad del Papa y otros dogmas a-racionales de su doctrina. Pero esa infalibilidad y esos dogmas son un síntoma de intolerancia, fruto de concebir que sus valores son absolutos, los únicos verdaderos que excluyen a cualesquiera otros aunque lo que defiendan sea lo mismo que otras confesiones, pero con diferentes conceptos. Ese sentido de la Verdad, y de su patente en exclusiva, les hace sentirse obligados altruistamente por bien de la humanidad a evangelizarla aunque para ello tenga que adoptar los métodos más crueles, los cuales son sólo efectos colaterales irremediables. De ahí, su ímprobo trabajo para hacernos entender que su concepción de la vida tiene verdaderamente en cuenta la vida real de las personas, y no el concepto de la vida desde el Dogma.
Pederastia y pedofilia
En marzo de 2009, el arzobispo brasileño José Cardoso Sobrinho excomulgó a la madre y a los médicos que practicaron un aborto a una niña de 9 años embarazada de gemelos por una violación de su padrastro. Al preguntarse en una entrevista al arzobispo, cómo se hubiera sentido si la niña hubiese muerto por llevar el embarazo hasta el final o por las evidentes complicaciones del momento del parto, respondió con una curiosa anécdota: “una médico italiana mantuvo su embarazo aún sabiendo los riesgos que corría. ¡Murió, pero se hizo santa! ¡No podemos sacrificar una vida para proteger otra!”.
Suelen decir los doctores de la iglesia que Dios hizo libre al hombre, razón por la que Dios no es responsable del mal del mundo. En el caso de la niña brasileña, por ejemplo, Dios no tuvo voluntad para impedir esa violación, sino que sólo es fruto de la voluntad humana. En cambio sí debemos respetar que Dios sí tenga voluntad para que el embarazo de la niña continúe y llegue al parto. En este sentido, cabe decir que si nos hizo libres para decidir antes, también lo somos para decidir después. De no ser así, todo se convierte en un lodazal de crueldad sin sentido que se intenta disfrazar de contenido moral absoluto por aquellos que administran la voluntad de Dios en exclusiva. Después de todo, estos mismos califican como mucho más grave el hecho del aborto que las repetidas violaciones del padrastro a su hija desde los 6 años hasta que quedó embarazada a los 9. Puede decirse que están más preocupados de la vida como un dogma, que de la vida real de los afectados, más preocupados por el alimento espiritual de las almas, que por el alimento que debería llegar a millones de estómagos transidos de pobreza y hambre. En cambio, ya se cuentan por miles de millones de dólares los que el Vaticano se ha desembolsado para resarcir o indemnizar a miles de personas víctimas de abusos sexuales o torturas de sacerdotes, cardenales u obispos.
No es fácil saber si la iglesia está retrocediendo en el tiempo, o si sencillamente se trata de una institución corrompida por el poder y la hipocresía. El Concilio de Trento de 1545 establecía que “ofender la inocencia de los niños” es uno de los pecados más abyectos que humanamente pueden cometerse. Es enterrar en vida a la víctima. No sólo eso no ha cambiado en el seno de la Iglesia católica, sino que ni siquiera cumplen con su privilegiado derecho canónico, el cual establece la expulsión del clero en este tipo de casos.
Contradicciones insalvables
“Cuando se vanaliza el sexo, se disocia de la procreación y se desvincula del matrimonio, deja de tener sentido la consideración de la violación como delito penal”. Esta aberrante idea fue concebida por Ricardo Benjumea, director de la revista “Alfa y Omega” editada por la Conferencia Episcopal Española y publicada con el diario conservador ABC. Con ella quiso mostrar su desacuerdo con la comercialización de la llamada “píldora del día después”. Merece un análisis pormenorizado:
1º.- Dice la jerarquía católica que el sexo sólo debe darse con el fin de procrear, ya que si no es así, nos animaliza. Falso, pues es justo lo contrario: los animales practican el sexo sólo con el fin de procrear, de conservar la especie según el dictado biológico del instinto de supervivencia. En cambio, cuando el sexo es una actividad lúdica, sana, de la que incluso puede nacer el erotismo, arte, sería más bien un rasgo exclusivo de la persona y no de ningún otro animal. Con razón Platón hablaba de la “escala erótica” como parte exclusiva de la esencia del hombre. Por tanto, lo que realmente predican es la animalidad sexual y no un sexo humano.
En cualquier caso, parece evidente que sin el sexo una gran parte del discurso de la Iglesia católica no existiría, lo cual nos lleva a dudar de si lo abominan o lo necesitan.
2º.- Habla también de la desvinculación del sexo fuera del matrimonio como algo moralmente malo. En este punto, este “sr.” debería entender que el matrimonio no es una institución ni divina ni natural, sino que tan sólo es fruto de la convención humana creada incluso mucho antes de la expansión del cristianismo. Es un contrato entre dos partes que se establece de muy diversas formas atendiendo a la cultura que lo acoja. Por tanto, cualquier valor con carácter universal lo es con independencia de si se da en el seno de un matrimonio o no. La dignidad existe independientemente de que uno esté o no casado. El matrimonio no conforma la esencia de ningún valor, es un mero accidente.
3º.- También ocurre lo contrario de lo que dice en otro sentido, y es que si se vanaliza el sexo pueden acabar pensándose aberraciones, como desear despenalizar el delito de la violación. Según el director de Alfa y Omega, no es necesario penalizar la violación ya que “sólo a 100 metros, uno tiene una farmacia para comprar, sin receta, la pastilla que convierte las relaciones sexuales en simples actos para el gozo y el disfrute”. Quizá no haya caído en la cuenta de que ningún animal puede ser violado, en cambio las mujeres (o los hombres) si: tienen dignidad. Quizá no deba sorprender aquello por lo que la Iglesia católica apuesta en ocasiones, tales como el desprecio por las mujeres y la misoginia, pero no es admisible que haga apología de un delito como la violación, lo cual es más propio de delincuentes que de ciudadanos de orden que dicen predicar en sus púlpitos un sentido cristiano de moralidad.
4º.- Vanalizar el sexo es precisamente lo que el Vaticano hace por boca de su ministro monseñor Antonio Cañizares, el cual nos dice que lo ocurrido recientemente, por ejemplo en la muy católica Irlanda durante 30 años, en los que se han comprobado miles de casos de torturas y abusos sexuales a menores incluso de tres años por parte de sacerdotes, es cosa de “unos cuantos colegios” como algo casi anecdótico, y simultáneamente a esas declaraciones y a ese escándalo la Iglesia lanza campañas publicitarias millonarias contra el aborto y el gobierno socialista español, porque según el presidente de la Conferencia Episcopal, protege más al lince ibérico que los derechos de los niños. En cuanto a la protección de los derechos de la infancia no es precisamente la Iglesia la que debe dar lecciones de moral.
La ley de Plazos
Es evidente que el aborto es un fracaso que intenta siempre evitar un mal mayor que pesaría más que el hecho mismo de la vida. Es, asimismo, un derecho y como tal es el Estado el encargado de administrarlo y hacerlo efectivo. No se trata de una imposición.
En cualquier caso, la futura ley de plazos española, no hace sino equipararse a otras de nuestro entorno europeo, incluso la italiana, la cual tiene una ley de plazos similar a futura española. En este sentido, cabe decir que ninguna conferencia episcopal europea ha auspiciado manifestaciones ni campañas tan costosas como la española. Por ello, no se entiende cómo es que si la moral católica tiene valor universal para lo humano, valiendo lo mismo en unos lugares que en otros, en otros países con leyes similares no se haya oído a sus obispos en la calle de forma tan vehemente y en España sí. La respuesta no es de índole religiosa, sino política y de pura estrategia para no perder cotas de poder e influencia dentro de la esfera del Estado Social.
En cambio, la vocación universal de la Ley, entre otras cosas, regulará especialmente teniendo en cuenta la salud reproductiva y sexual de la madre, la protección del personal sanitario que lo practique conforme a las premisas que el poder legislativo marque, así como también la “objeción de conciencia” del sanitario que por razón de creencia se niegue a practicar un aborto. No podemos olvidar que en España la Iglesia cuenta con muchos hospitales en propiedad.
En cualquier caso, uno de los asuntos más polémicos de la ley es que las mujeres mayores de 16 años puedan abortar con el consentimiento de los padres o sin él. En este punto, debemos recordar que la edad penal en España también se fija a los 16 años. Es decir, que a partir de esa edad se puede ser condenado penalmente porque se tiene capacidad plena para obrar, para elegir, lo cual implica responsabilidad plena. Por ello, no es posible ser responsable legalmente para ciertas cosas y no para otras, como poder elegir libremente. Sería hipócrita decir que estas mujeres son responsables de un delito punible que implica privación de libertad, y sin embargo no sean responsables para la elección de su situación reproductiva. Si se es responsable, no se es sólo a ratos. Por tanto, el debate no es si estas mujeres son suficientemente mayores o no para tomar esa decisión, pues nadie ha cuestionado hasta ahora que sean demasiado jóvenes para tener responsabilidad penal. El debate se centra en el hipotético fracaso familiar de unos padres que pueden no gozar de la confianza de su hija para tomar una decisión tan crucial como esa.
Artículo publicado en la sección de Opinión en www.rebelion.org el día 10-11-09
lunes, 13 de abril de 2009
Dedicado al Sr. George Bush y a los que como él piensan.
viernes, 20 de marzo de 2009
¿Algo que objetar? (I)
Un artículo de Santos Ochoa Torres
"Educad bien a los niños para no castigar a los hombres"
Pitágoras
Hace poco más de un año escribí un artículo que titulé “Los privilegios de la iglesia católica” en el que sobre todo analicé la absurda polémica que la Conferencia Episcopal Española (EEC) había montado (y nunca mejor dicho) contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos (EpC), hoy ya implantada en más de veinte países europeos. En aquel momento decidí no volver a tratar el tema, quizá un tanto harto de él. Los acontecimientos desde entonces, la reciente sentencia del Tribunal Supremo y algunas manifestaciones posteriores a esta de personajes de la vida pública me obligan a escribir sobre él de nuevo.
¿Contra qué? o ¿contra quién?
Hace ya tres años desde que la iglesia católica, algunas asociaciones afines a ella y el propio PP en bloque, originaron esta controversia. Desde entonces nunca han explicado con claridad en qué aspectos de los reales decretos se atenta contra el derecho de los padres. Y en todo este tiempo, tampoco parecen haber reparado en que un padre no tiene todos los derechos sobre sus hijos aún perteneciéndole su custodia, de hecho el estado interviene muchísimas ocasiones para quitársela si se dan determinadas circunstancias.
Sobre la educación del hijo del vecino todo el mundo es experto, y no sé lo que los obispos pueden saber acerca de educar a un hijo. Desde luego, empíricamente en este sentido no pueden aconsejar nada, y en lo que se refiere a la educación la teoría vale de poco. Pero lo que si parece cierto es que han demostrado no creer verdaderamente en los argumentos que han expuesto, ya que si, como dicen, lo que prima es la conciencia de los padres, no se entiende cómo en Italia en estos días la iglesia desautoriza enérgicamente al padre de una joven que pidió terminar con el absurdo drama de su hija clínicamente en coma irreversible desde 17 años.
Por ello, lo que está detrás del enredo creado entorno a la asignatura de EpC, es doble: para la iglesia católica el erigirse en víctima para no perder privilegios ya históricos y para el PP por aprovechar una oportunidad más para desgastar al gobierno de Rodríguez Zapatero. Como a todo buen integrista, les molesta el relativismo que dicen que la asignatura proclama. Pero en otras ocasiones y dependiendo del interés del momento, la califican de totalitaria (cardenal Cañizares dixit). Les molesta toda idea que no gire en el entorno de influencia de su verdad absoluta e incuestionable. En definitiva, les molesta perder el monopolio de la verdad, avalada por la infalibilidad del papa.
Parece que al final hemos comprendido que todo estaba urdido no contra los reales decretos que desarrollaban EpC, sino contra el gobierno socialista que actualmente preside España.
Impacto en la educación
El estado español respeta lo que la religión católica entiende como sagrado, y así debe seguir siendo efectivamente. De hecho se imparte religión católica como asignatura que debe ofertarse obligatoriamente en todos los centros educativos de España. A todos los religiosos que imparten sus clases en esos centros también les paga el estado como a cualquier otro profesor y su tratamiento en derechos es el mismo. Pero el respeto no parece ser mutuo, porque quizá lo más sagrado en un estado es la educación y la iglesia ha arremetido contra ella de forma irresponsable. Ahora cabe preguntarse si algo de lo que ha pasado ha mejorado en algo la educación de nuestros hijos y alumnos en general, pero especialmente de aquellos que han objetado porque sus padres así lo han decidido.
Cada vez resulta más urgente un pacto de estado por la educación. Pero no parece fácil cuando una de las partes exige diálogo con ella pero sólo porque está en la oposición, ya que con el mayor de los cinismos dice que cuando llegue al gobierno retirará la asignatura. En septiembre de 2008 la oposición decía que “el PP considera imprescindible y urgente un pronunciamiento definitivo del Tribunal Supremo que unifique doctrina”; ahora que la sentencia ha llegado y echa por tierra todos sus planteamientos deciden incluso seguir alentando a la insumisión civil, con el tremendo perjuicio que eso va a causar en muchos alumnos.
Separación iglesia-estado
Los primeros cristianos perseguidos por el poder del imperio reivindicaban la máxima de Cristo de “A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”. Sus primeros pasos buscaban desvincularse del estado y ser respetados por él. Todo cambió cuando lograron convertir al estado en un instrumento de provecho para sus intereses.
La Ilustración supo entender que el estado debe administrar derechos de los ciudadanos, sus deberes y libertades, tipificar faltas y delitos. La iglesia, por su parte, debe encargarse de administrar a sus fieles y sus pecados. Ambos planos puede que sean paralelos, pero no deben confluir mezclados por bien de ambos. De no ser así, desvirtuaríamos completamente la esencia del estado y también de la que en sus primeros tiempos fue de la iglesia, pues los derechos cívicos se convertirían en derechos a la carta, ya que la conciencia religiosa individual primaría sobre los derechos colectivos que fundamentan el estado.
En el caso de EpC, la asignatura deja márgenes suficientes para desarrollarla desde el respeto a las leyes del estado, que es el único límite que no debe franquear. Pero además, tras muchas negociaciones del gobierno socialista, que las ha habido, con la FERE (Federación Española de Religiosos de la Enseñanza) y otros colectivos católicos como Cáritas, se lograron acuerdos que posibilitaban adaptar la asignatura al ideario católico. Démonos cuenta que no decimos lo contrario, es decir, los acuerdos no tuvieron como objetivo adaptar el ideario católico al ideario de la asignatura.
De entre las cualidades humanas, dos de ellas pueden entrar fácilmente en conflicto en cualquier religión, me refiero a la fe (que la iglesia en el debate de EpC la llama eufemísticamente “conciencia”) y a la razón. Pero no pueden entrar en conflicto en la esfera del estado, como no puede entrar en conflicto un sonido con un color, pues no decimos que un sonido es amarillo. Si así lo hiciesen, los derechos y libertades serían a la carta y el estado democrático y de derecho desaparecería, pues la conciencia individual (o el contenido de la fe) siempre estaría por encima del contrato social promovido por la voluntad general. Las reglas del juego ni se pueden saltar ni se pueden exigir sólo cuando surge un interés personal.
Los temas transversales
La ciudadanía sabe perfectamente que los contenidos de EpC se imparten en España desde el año 1990. Muchos de esos contenidos estaban incluidos en lo que se denominó “Temas Transversales”, los cuales afectaban a todas las asignaturas del currículo. Esos temas eran educación ambiental, educación vial, educación para la salud, educación para la igualdad de sexos, etc. Cualquier profesor sabe que los mecanismos de aplicación de tales temas no han funcionado. Quizá por eso, el actual gobierno haya querido aglutinar todos esos transversales en una asignatura concreta y así intentar hacerlos efectivos, reales. Esto puede ser, y de hecho lo es, discutible, pero no se comprende bien cómo algo que lleva impartiéndose más eficazmente o menos de desde hace 18 años, ahora sorprenda y enerve tanto a ciertos sectores.
Victimismo estratégico
No parece sensato aceptar un consejo de quien no conoce de lo que aconseja. No parece, por tanto, que los obispos sean los más indicados para hablar de la educación de los hijos. Lo que en realidad parece es que quieren erigirse en víctimas para no perder ni un solo privilegio que, dicho sea de paso, con el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero se han visto paradójicamente aumentados, especialmente los económicos: con el nuevo modelo de financiación los beneficios económicos para la iglesia católica para 2009 han aumentado casi 70 millones de euros respecto al 2008.
Ese victimismo es absolutamente estratégico. Para ilustrar lo que digo viene bien un símil. Imaginemos una familia sentada a la mesa para comer. El menú es el mismo para todos. Pero uno de los hijos manifiesta querer comer otra cosa distinta, ya que por motivos de conciencia no puede comer nada de lo que hay en la mesa. Los padres, intentando dar satisfacción a su hijo, le preguntan qué alimentos son esos de los que habla y dónde están. El hijo no indica concretamente qué alimentos son los que no puede comer. Los padres insisten. Finalmente dice que lo que su conciencia le prohíbe comer es faisán. Los padres, boquiabiertos, le dicen que nada de lo que hay en la mesa ni es ni contiene faisán, pero que en cualquier caso le prepararán un plato a parte con lo que él desee comer intentando respetar sus motivos de conciencia. Aún así, finalmente el hijo les acusa de querer obligarle comer cosas que él no desea comer y dice ser una víctima, especialmente porque cree que él debería tener algún derecho más que sus hermanos por ser mayor que ellos. Acusa a sus padres de totalitarios por no respetar su idea de que todos deben comer lo que él desea comer porque es lo único verdaderamente comestible y los demás están equivocados en sus gustos o simplemente manipulados por dos padres déspotas.
Impugnación de manuales
Si en los colectivos insumisos, que de persistir en su actitud pasan a llamarse rebeldes, hubiese habido realmente una preocupación sincera por la educación de los alumnos y no un móvil político propiciado por la iglesia y el PP, desde el principio también hubiesen cursado denuncias o quejas sobre algunos manuales de las editoriales. Pero sólo hubo una y curiosamente la elevó el colectivo gay en 2007. Es más, las asociaciones católicas pro-objeción reconocieron en un primer momento que su objetivo nunca fue impugnar libros de texto, sino los decretos aprobados por el gobierno, validados por la última sentencia del Supremo al respecto.
También hubiera sido coherente si hace 20 años estos mismos grupos católicos ya hubiesen objetado o alentado a la insumisión contra asignaturas como la Biología, en la que se enseña evolucionismo y genética, o Ética y Filosofía, en las que además de Santo Tomás o San Agustín también se estudian a enemigos de la fe religiosa como Marx, Freud, Nietzsche y tantos otros, o Historia, donde se estudia la historia de la iglesia, o Física donde se estudia el origen científico del universo.
Pero más allá de la coherencia se encuentra la hipocresía de estos grupos sectarios, ya que sorprende que los que ahora si quieren impugnar determinados libros de texto por considerarlos instrumentos adoctrinadores, son justamente los que han incrustado sus dogmas religiosos en niños desde corta edad durante 40 años en la dictadura de Franco, haciendo bueno aquello de “la letra con sangre entra” utilizando hasta hace relativamente poco manuales en los que ensalzaban el golpe de estado del 36, bautizado por la misma iglesia católica como “cruzada religiosa”. Sin ánimo de exagerar, ésta ha sido una cruzada moderna más, en la que ya no se evangeliza al infiel con un crucifijo en una mano y la espada en la otra como en tiempos, sino con el poder económico invertido en medios de comunicación dirigidos por la CEE.
El adoctrinamiento conlleva un sistema de propaganda, de propagación del miedo, de ignorancia inconsciente (porque la hay consciente y muy sabia), de falta de derechos. Nada de esto se da hoy en la enseñanza pública española, aunque a más de uno de los promotores de la objeción le gustase, pues sería un pretexto perfecto para justificar sus fines: derrocar toda ideología laica o irreligiosa.
Ahora, administrando o malaceptando su derrota, se aferran a la desesperada a impugnar algunos de los manuales porque creen que contravienen ciertos preceptos constitucionales. Esta posibilidad fue un matiz de la sentencia introducido por los jueces más conservadores del Tribunal Supremo. Y con esto, se puede abrir una puerta a una “guerra de guerrillas” de padres o colectivos contra editoriales, de editoriales contra editoriales, etc. y se haga todavía más daño al sistema educativo y a la educación de los alumnos.
El sexo, omnipresente
Si uno se preocupa por ver las críticas hacia la asignatura por parte de la CEE, ninguna es concreta a excepción de lo que se refiere al sexo. Sin embargo, el tratamiento del tema en el currículo de la asignatura pasa casi desapercibido. Y ello afortunadamente, ya que por vez primera en nuestra sociedad el sexo está pasando a no ser el tema entre los temas. Aunque para los colectivos católicos parece seguir siéndolo, lo cual desvela su actitud enfermiza hacia el asunto.
Las tremendas barbaridades dichas por algunos obispos y sacerdotes católicos les han situado en una peligrosa dogmática que les acerca al fundamentalismo más integrista, si es que no están ya en su mismo núcleo.
Una parte importante de la controversia nace del contradictorio sentido que la iglesia católica tiene de lo natural. Habitualmente, el concepto “natural” en sus tesis aparece muchas veces ligado a sus interpretaciones acerca de la naturaleza del sexo, el cual sólo admiten con fines procreadores, creyendo que cuando ese no es el fin nos ponemos en la línea de lo animal y nos alejamos de lo humano. Pues bien, mirado con el rigor de la lógica, el sexo orientado exclusivamente al fin de procrear, aunque humano, es fundamentalmente animal. En cambio, el sexo como motivo erótico de goce, de placer o incluso de belleza artística es exclusivamente humano. Ningún animal puede adoptar ese sentido del sexo. Por lo tanto, esta concepción del sexo no animaliza, como apunta la religión católica, sino que sólo lo hace precisamente cuando su única finalidad es la de procrear, tal y como lo hacen la mayoría de los animales por simple instinto de conservación y para perpetuar su especie.
Contra los homosexuales también han reprochado que su modelo de familia es aberrante y antinatural. Quizá quepa deducir por ello que el modelo verdadero de familia para la iglesia católica en España, posiblemente sea el que ella misma propiciaba en los tiempos de la dictadura franquista cuando arrebataba los hijos a las recluidas en prisión por motivos puramente políticos y se los entregaba a familias afectas al régimen político fascista y que no podían concebir naturalmente a un hijo.
No debería hacer falta recordar, aunque lo parece, que en España el matrimonio homosexual también está regulado por ley, y por tanto exige el máximo de los respetos tanto a nivel legal como a nivel legítimo.
Los colegios y los templos
El ser humano es un ser religioso, pero no necesariamente religioso, pues quien no lo es no por ello deja de ser humano. El ser humano se conforma como ser único por ser portador de valores éticos que son los que definen su esencia. Es indiscutible que no hay religión sin ética, pero si hay ética sin religión. Por tanto, la relación y el tratamiento entre estado e iglesia, escuela y templo, debe ser paralelo a lo dicho anteriormente, no puede ser diferente.
Sin duda los padres tienen el deber y el derecho a educar a sus hijos. Pero su derecho a educar no es mayor que el deber de educar conforme a Derechos Humanos, los cuales también amparan a los padres pero no hacen sagradas sus ideas. Por eso, el estado puede privar de la patria potestad. Puede, por ejemplo, intervenir ante un testigo de Jehová que con sus creencias hace peligrar la vida de sus hijos por no consentir una simple transfusión de sangre a su hijo enfermo y necesitado de ella. Priman, por tanto, los DD.HH sobre las creencias de los padres. El estado tiene la obligación de acoger cualquier confesión religiosa que no menoscabe sus cimientos, pero las creencias religiosas sólo son sagradas en los templos, no fuera de ellos. La base de estas claves, se encuentra en que la Ética es autónoma y no necesita de la religión para ser Ética. La religión, por su parte, no es propietaria de ningún derecho que vaya en contra de los principios éticos universales.
Las sociedades plurales son el mejor mecanismo de defensa y control contra cualquier adoctrinamiento, pero también el mejor medio del que se sirven los autores de ideas fundamentalistas para propagarse y solicitar de ellas derechos que emplearán contra esa sociedad plural de la que en principio se sirven. Y respecto a la asignatura de EpC, podemos decir que, con los medios acertados o no, el pluralismo y el respeto son sus ejes centrales.
Es la escuela y no el templo sagrado, la encargada de educar futuros ciudadanos. Por su parte, los templos deben servir para adoctrinar voluntariamente a sus fieles a través de sus dogmas.
En su caso, la iglesia católica en España debe agradecer que muchos centros educativos gestionados exclusivamente por ella y en los que se enseñan obligatoriamente dogmas religiosos, están sostenidos con fondos públicos. Esos fondos provienen de todos los miembros del conjunto social sea cuales sean sus convicciones, religiosas o no.
De la objeción a la insumisión civil
Desde que las sentencias del Tribunal Supremo han sido publicadas, la objeción de conciencia ha pasado a ser insumisión. A pesar de ello, se sigue alentando por los mismos sectores a lo que ellos aún siguen llamando objeción. Con ello incluso debería revisarse si esta actitud se encuentra tipificada en algún tipo penal. Sin embargo, estos mismos colectivos dicen acatar la sentencia. Pero acatarla es cumplirla efectivamente, aunque simultáneamente quieran seguir haciendo uso del derecho internacional que les asiste recurriendo los contenidos de “Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos” ante el Tribunal de Derechos Humanos (curioso).
Los alumnos afectados, de persistir en no asistir a clase de EpC, no suspenderían la asignatura, pues no se puede suspender a quien no se puede evaluar, simplemente no titularían por no haber cursado todas las asignaturas correspondientes al nivel educativo. En ese caso, la responsabilidad de los padres ¿no atentaría contra los derechos de sus hijos a ser escolarizados y a recibir la educación?
La actitud mantenida por determinados grupos alentando a la insumisión puede abrir puertas en el futuro a otro tipo de insumisiones graves que cuestionarían la existencia misma del Estado y de la democracia. Pasaría a ser legítima, por ejemplo, la insumisión fiscal que por motivos de conciencia fuese secundada por aquellos que no estuvieran de acuerdo con el destino que el estado da a su dinero pagado a través de impuestos. En definitiva, como dice alguna sentencia previa a la del Supremo, se correría un grave “riesgo de relativizar los mandatos legales”. La ley se cumpliría o no en función de la conciencia de cada individuo, es decir, la ley sería a la carta y dejaría de ser impositiva. La ley dejaría de ser ley, y por tanto, el estado desaparecería.
La escalada es irresponsable y peligrosa. Pero para algunos sectores implicados parece valer más el lograr el poder y/o no perder el status privilegiado a toda costa, que la educación libre de los ciudadanos. Se haría también legítima la posición del profesor que por motivos de conciencia decidiera no impartir determinadas clases porque los contenidos del currículo no fuesen congruentes con sus creencias; se haría legítimo que algunos padres objetasen contra la asignatura de Biología por defender el creacionismo; o incluso se haría legítima la objeción del padre negacionista del holocausto nazi.
Aún así, monseñor Cañizares sigue proponiendo la objeción de conciencia, ya que esta, dice, “no es de ley” (El Día de Toledo 25/02/09). Es decir, que lo que el estado impone a través de una sentencia de su máximo tribunal para el cumplimiento por parte de sus administrados, a ellos no les afecta. Algo así como que la moral está por encima de la ley positiva, o que su moral no puede doblegarse a ninguna orden reglada terrenal pues su moral proviene del orden divino superior. Con esta actitud, sencillamente se crea un anacronismo, es decir, la vuelta al medioevo en el que los poderes civil y militar del estado estaban subyugados al poder religioso de la iglesia católica. Se pretende la intromisión de la iglesia en la regulación del estado, pero no al revés.
¿Algo que objetar? (II)
Sorprende que…
Sorprende que se recurran las sentencias emitidas por el Tribunal Supremo respecto a la objeción de conciencia contra Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos;
Sorprende que la iglesia católica, o más exactamente el Vaticano, apoye este recurso cuando ella misma aún no ha firmado aún la Carta de los Derechos Humanos promulgada por Naciones Unidas en 1948, o que haya sido sancionada por la ONU por violaciones a los derechos humanos más veces que a que países como Cuba, China o Irak. Recordemos que se trata de una institución con una estructura antidemocrática basada en la infalibilidad del Papa, que sigue sin aceptar la igualdad real de la mujer negándole expresamente derechos en numerosas conferencias de la ONU.
Sorprende que la Conferencia Episcopal Española critique duramente los decretos que desarrollan el currículo de EpC “porque favorecen un grave desorden moral”, y sin embargo el Vaticano no expulse de sus filas a sacerdotes u obispos acusados de pedofilia a los que intenta proteger ofreciendo importantes cantidades de dinero a familias dañadas para que no acusen judicialmente esos sacerdotes u obispos o acoja a otros que niegan la existencia del holocausto nazi. En cambio expulsa de sus filas a teólogos de la liberación por promover un activismo real y efectivo contra la pobreza en el mundo.
Sorprende que sea la iglesia católica la que se queje de adoctrinamiento cuando su “evangelización” es sólo un eufemismo que encubre el término adoctrinar; o que se queje de adoctrinamiento como una forma de imponer una determinada ideología, pero no acepte la apostasía y defienda el mantenimiento en sus archivos de miles de datos de filiación personal a pesar de la negativa expresa de sus titulares. Recordemos que cuando la iglesia católica se tilda a sí misma en España como la confesión mayoritaria lo hace en función del número de bautizados que “rezan” en sus archivos.
Sorprende que sea la iglesia católica la que ahora invoque en España la libertad de enseñanza cuando en la dictadura de Franco monopolizó la educación primaria y secundaria y fue la principal editora de manuales escolares y libros de texto que invocaban el fascismo franquista; sorprende que la iglesia católica pida no "remover el pasado" mientras organiza macrobeatificaciones históricas de esa misma época o acabe invocando la unidad nacional originada en los Reyes Católicos o determinados políticos afines en ideología exijan al mundo árabe que pida perdón a España ahora por su invasión de la península ibérica creando Al-Ándalus.
Sorprende que se quejen de que EpC proponga una ideología de género porque, en su opinión, plantea una sexualidad a la carta, pero reclaman del estado una educación a la carta para los hijos en función de las convicciones morales o religiosas de cada padre.
Sorprende que las asociaciones pro-objeción no aprueben una posible ideología de género en el currículo de EpC, pero sin embargo admitan con su silencio lo que algunas editoriales como Casals, cercana al Opus Dei, dicen en sus manuales a propósito de la homosexualidad: “a cualquier relación la llamamos familia. No son una auténtica familia las parejas de homosexuales; son uniones de hecho respetables, pero no son matrimonio”. Pero curiosamente el mismo manual se queja de que “la palabra amor esté falsificada en la actualidad debido al abuso, la manipulación y la adulteración”.
Sorprende que la iglesia católica, que dice basar su mensaje en el amor, haya dicho de los homosexuales que son personas que merecen el mismo respeto que cualquier otra (¿a caso es necesario exponerlo si de verdad se cree en ello?), calificando su condición como una desviación natural fruto de la perversión de mentes enfermizas, pero que finalmente se pueden curar.
Sorprende que la iglesia católica no acepte la naturalidad de las parejas homosexuales y no admita su derecho al matrimonio cuando precisamente esta institución no es natural sino convencional. No olvidemos, como nos dice José de Jesús López Monroy, que el origen de la palabra matrimonio es incierto y que de entre los cuatro posibles orígenes, sólo uno de ellos reconoce la figura de un esposo: matrem muniems (proveimiento o protección de la madre); matrem munens (que impone una fidelidad al padre o esposo); matre nato (madre de un nacido) o matrem unions (unión de vida en común entre dos).
Sorprende que todo esto todavía sorprenda, aunque a mí no me sorprende. Pero de todos modos debemos alcanzar un acuerdo de estado por el bien de la educación, que es por el bien de todos. Estamos condenados a “acercarnos”. Acerquémonos y no cerquémonos. ¿Será posible?
miércoles, 14 de enero de 2009
El Capitalismo o el Mito de Sísifo
El Capitalismo o el Mito de Sísifo
“No heredamos la tierra de nuestros padres,
la tomamos en préstamo a nuestros hijos”
Proverbio chino
Un artículo de Santos Ochoa Torres
EL NUEVO ORDEN
El 80% de los habitantes del planeta siempre ha estado en crisis profunda, pero sólo le llamamos mundial cuando el 20% restante entra en crisis. Su evolución ha pasado ya por dos estadios y se prevé un tercero. En un primer momento le llamaron crisis económica, después crisis financiera (de “liquidez”) y debemos evitar que emerja una tercera: la crisis social que acabe convirtiéndose, a su vez, en revuelta global.
Todos los expertos y analistas buscan similitudes con otras crisis pasadas y muchos coinciden en la “rareza” y “extrema complejidad” de la actual. Aún así buscan ponerla en paralelo a la crisis de mayor calado en la historia financiera, como fue la de 1929. Los más pesimistas van más allá y nos recuerdan que después del crack del 29 vino la II Guerra Mundial, como queriendo apuntar en esa crisis el origen de dicha guerra. George Bataille creyó en su momento que las dos guerras mundiales sirvieron como una destrucción colosal de la riqueza creada previamente y que el sistema después no sabía absorber. Es el saco que se llena y se vacía constantemente, algo así como el mito de Sísifo que nos cuenta la condena que Sísifo tenía: subir una roca a lo alto de una cima, una vez allí arrojarla hacia abajo, regresar a por ella abajo y cargarla de nuevo para volver a subirla y así indefinidamente. Al capitalismo le pasa esto desde hace más de dos siglos y aún no sabemos cómo librarnos de esta condena. Por eso volvemos desafortunadamente a hablar de refundar el capitalismo, o sea, de volver a subir a la cima; eso sí, parece que el esfuerzo de este eterno retorno siempre lo hacen los mismos.
Es evidente que debe crearse un nuevo orden real con nuevos objetivos, pero sobre todo debemos saber cuáles son los medios legítimos y cuáles no lo son para conseguir tales objetivos. Todos ellos deben ser aspiraciones reales, como la idea roussoniana de que el contrato entre los hombres que debiera “firmarse” debería contener fórmulas para que ningún hombre fuera tan rico como para poder abusar de los demás a su capricho. Debería empezar a no sonar ridículo, porque no lo es, que debería legislarse para establecer una renta mínima universal, abolir los paraísos fiscales, condonar la deuda externa de los más pobres, y para eliminar las barreras arancelarias que oprimen en progresión geométrica a los países más pobres por impedirles introducir sus productos en el circuito de lo que el rico llama cínicamente “libre mercado”. Asimismo, el nuevo sistema debería crear mecanismos de control internacional que impidieran la indiferencia de algunos países a ciertas instituciones o el control absoluto de ellas por unos pocos países. Para ello, las grandes instituciones de gestión y control deberían constituirse democráticamente y sus funciones deberían ser reales.
Se dice que en este nuevo orden mundial el ciudadano reclama transparencia, pero eso es una forma hipócrita de llamar a las cosas con eufemismos que no pongan en entredicho a la superclase financiera, ya que lo que se reclama en realidad es un concepto moral de la riqueza y de la pobreza, es reencontrarse con los valores ilustrados. El estado debe ser garante de todo ello. En esa tarea, la educación debe adquirir un papel nuclear. Debe ser un derecho universal prioritario, donde el objetivo principal de la educación se dirija ante todo a formar personas, no únicamente a trabajadores.
En cualquier caso, el desconcierto es muy grande. Los analistas y expertos de economía dan recetas y más recetas contradictorias. Pocos son conscientes de que no deben olvidar que el final de cualquier etapa en la historia genera un vacío de fines y principios, pues se pierde el timón y se hace necesario que alguien lo tome de nuevo con fuerza y además sepa dónde debe ir, porque el rumbo debe cambiar.
LIBERALISMO versus ABSOLUTISMO
El liberalismo no nació contra el estado, sino contra el absolutismo. Uno y otro son concepciones extremas y como tales, condenadas a engullirse a sí mismas o a ser abolidas por el pueblo.
Sin embargo, la dinámica del mercado es un síntoma de la manera de sentir y pensar del hombre actual. No es ingenuo, sino perverso e hipócrita pensar que el mercado se autorregula por sus beneficios, sus pérdidas y en general por un sistema competitivo basado en la rentabilidad. Uno de los hombres más ricos del planeta, como lo es George Soros, dice que “sólo los idiotas pueden creer que el mercado tiene conciencia, los idiotas y los titulares de cátedras de economía”. Entre estos últimos encontramos a “expertos” como el economista francés Jacques Garello, el cual en un desacierto total vaticinaba en 2001 que el neoliberalismo acabaría siendo la víctima del sistema.
A pesar de lo inhumano de la economía de mercado, la mayoría de la población no la cuestiona en profundidad, se ha adaptado a ella y a sus “normas”, o como dice Brückner, “la gente la considera un hecho consumado porque no tiene cuentas que ajustar con ella”. Y esas cuentas no existen porque los sujetos responsables se desdibujan escondidos detrás del capitalismo que les protege con su ausencia de reglas y su amoralidad. Sin embargo esa ausencia de reglas para el libre comercio sólo afecta al denominado primer mundo, que suele pavonearse cínicamente diciendo que cuando los países emergentes o pobres protestan con razón contra el sistema de comercio internacional, lo hacen porque en realidad lo que quieren es incluirse en él y no por querer destruirlo. Pero todo está “anárquicamente dispuesto” por un ente incognoscible para que los países más pobres no puedan incluir sus productos en el circuito del mercado, no porque nadie lo decida, sino por las leyes del mercado. Esto es espantosamente vergonzoso, ya que la realidad es que no se lo permitimos con múltiples artimañas y barreras. La razón: porque no podemos competir con ellos en el verdadero y libre mercado del que presumimos, de ahí que declinen producir lo que no pueden comercializar.
Paradójicamente, la codicia ha llevado al capitalismo a producir en exceso lo que ni puede exportar al pobre porque ya le ha asfixiado, ni tampoco puede absorber por sí mismo. Ambos mundos se encuentran con su producción prácticamente paralizada o en recesión, en un caso por exceso y en el otro por defecto.
En nombre de esa libertad de mercado, las grandes multinacionales a las que no les afecta ninguna norma moral ni tampoco jurídica que les sancione cuando comercian y explotan inhumanamente a niños y mujeres, prefieren asentarse en aquellos países con regímenes dictatoriales o lejanos a ser un estado de derecho, donde los derechos civiles de los ciudadanos y los trabajadores son prácticamente nulos, pues son el mejor espacio político para comerciar y explotar impune y despiadadamente a cualquier trabajador, incluidos mujeres y niños en trabajos físicos insoportables durante “jornadas laborales” de 16 horas.
A pesar de ello, los países que se han autodenominado ricos, han situado siempre el capitalismo como un sistema inherente a libertad y la democracia, aunque nunca antes el modo de vida de esos países se ha parecido tanto a las sociedades autómatas descritas por Orwell o Huxley en sus obras, o esos mismos países hayan necesitado de dictaduras y países gobernados por gobiernos corruptos para sus beneficios e intereses.
El liberalismo también ha contagiado a gran parte de las administraciones públicas occidentales, las cuales han permitido la proliferación de la economía sumergida en base al tráfico por doquier de dinero negro que han empobrecido y burlado al sistema público de beneficios para el estado. No ha habido gobierno occidental que no haya dado pábulo a estas prácticas dirigidas a empobrecer al estado y que han perjudicado por ello sólo a los más pobres. Sin embargo, ahora esos mismos defensores del liberalismo recurren al estado para reflotar las economías colapsadas de occidente. Pero a pesar de todo, a los representantes más acérrimos de este neoliberalismo, como lo es en España las Nuevas Generaciones de Partido Popular, no les duelen prendas incluso para pedir públicamente en sus congresos que no se regule el salario mínimo interprofesional de los trabajadores. Posiblemente no sólo debe estar regulado el salario mínimo, sino también el máximo y a niveles supranacionales. Fuera de esos límites la dignidad humana deja de estar a salvo, pues permite la humillación por abajo y eso supone un humillador por arriba.
CAPITALISMO: “Homo Lupus Homini est”
En sí mismo, el capitalismo es absurdo. Se trata de un sistema basado en rentabilizar beneficios a costa de producir para producir más aún y así indefinidamente. La continuidad de esa situación nos lleva a crisis profundas y hambrunas tercermundistas causadas por una sobreproducción que el sistema capitalista no puede digerir ni tampoco vender. Su mecanismo, por tanto, no es autorregulable.
En los momentos en que ha parecido desmoronarse, aparecen en escena los sujetos o instituciones que antes eran etéreos en su riqueza, se materializan pidiendo ahora un paréntesis en el trayecto neoliberal y pidiendo al Estado que sea él quien corrija el caos económico creado como efecto de una inmoral y descontrolada concentración del capital líquido en unas pocas manos privadas. Este no es el momento en que acaba el capitalismo, sino al contrario, es su momento culminante, es la máxima expresión de su ser. Ahora intenta parasitar al Estado, se doblega en él para seguir su recorrido. En palabras de Bruckner “El capital renace de sus cenizas cuando se le considera moribundo, vive aún dos siglos después del anuncio de su deceso inminente (aunque algún día desaparecerá como toda forma histórica)”. Es capaz de servirse de su enemigo para sobrevivir. No es un sistema rígido, con objetivos, no es dogmático.
El éxito del capitalismo depende de la desconfianza en lo humano, de considerar al hombre un medio para el logro de un solo fin: el enriquecimiento. Ha sido el mejor molde para dar cabida a la máxima de Hobbes: “Homo lupus Homini est” (El Hombre es un lobo para el hombre). Su éxito durante muchos años ha sido paradójicamente la incubadora de su “fracaso” actual. Pero ha triunfado precisamente porque no se ha implantado en todo el planeta, sino a penas en un tercio de su población. No ha buscado extenderse como una religión evangelizadora, sino justo lo contrario: su triunfo, su ser mismo, estriba en la desigualdad, pues si hubiese llegado a todo el planeta en las mismas condiciones de calidad de vida en que ha llegado sólo a un tercio de él, no le llamaríamos capitalismo, sino comunismo o socialismo.
Sus defensores en ocasiones incluso le presentan como un sistema emancipador del hombre, pero en realidad le ha hecho más dependiente de lo material, del dinero. Le ha hecho menos autónomo, más inhumano, más desconfiado y resentido, más frio, más calculador y también más absurdamente competitivo.
UN JUEGO SIN REGLAS Y CON DEMASIADOS ESCONDITES
Al finalizar una conferencia de prensa, el mago de las finanzas Allan Greenspam, en ese momento presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, dijo a los periodistas: “si ustedes han entendido lo que acabo de decir, es que me he expresado mal”. Esta forma de “entender” la economía es la que ha presidido el sistema financiero durante los últimos años. No es que la incertidumbre en la economía sea inexorablemente, sino que ese ha sido el objetivo del juego: la ausencia de reglas. Por ello, y después de haber malparido un sistema financiero como el que hemos tenido (y seguimos teniendo), es insultante que el mismo Greenspam diga ahora refiriéndose a la actual crisis que “aún no puedo entender cómo pasó”. Pues la respuesta es bien sencilla y él mismo lo sabe: se puso muchísimo dinero a disposición de especuladores y soberbios ladrones y además durante demasiado tiempo. Ahora las reglas del juego que hemos inventado no funcionan porque esas reglas sencillamente no existen. Llevamos demasiado tiempo sin oír la expresión “delito monetario” en un tiempo en el que jamás se ha especulado tan brutal e impunemente como para hacer quebrar todo el sistema internacional.
Los gurús de la economía defendían que el sistema se autorregulaba, entre otros mecanismos, por las agencias de calificación de riesgos. Estas son algo así como el vigilante que controla las operaciones financieras de alto riesgo o ilegales de instituciones, empresas o multinacionales. Todo un montaje, ya que la mayoría de esas agencias de calificación “casualmente” están financiadas para su supervivencia por las mismas empresas o instituciones a las que dicen controlar, con lo cual no mordían a quien le daba de comer.
El FMI además de ser uno de los principales cómplices de la creación de lo que denominamos “paraísos fiscales”, también los ha fomentado. Nunca se ha tomado iniciativa alguna para acabar con estos agujeros de estafa y burla. Ningún país del denominado primer mundo está libre de culpa. Según la OCDE, el 13% del PIB mundial está parapetado y consentido en esos paraísos. Es decir, en la actualidad aproximadamente 6 billones de dólares no están sujetos a impuestos. Como dice Ignacio Escolar en un magnífico artículo que titula “Los siete pecados capitalistas” y refiriéndose en él al caso concreto de España, la mitad de las multinacionales que cotizan diariamente en bolsa, en el IBEX 35, son propietarias a su vez de empresas en estos paraísos fiscales, con lo que eluden pagar impuestos a ese mismo erario público al que ahora piden ayuda.
La ausencia de reglas para interceptar y penalizar determinados delitos financieros ha conducido a una especulación de proporciones insospechadas. Se compra y se vende lo que aún ni siquiera existe o no se posee. Incluso se considera legítimo comprar sin dinero, si no, véanse los primeros pasos en la operación de la petrolera rusa Lukoil para comprar la española Repsol. Se premia al especulador, no al emprendedor, no al que genera tejido productivo. Muestra de esa especulación es el mercado de futuros. Una buena descripción de este “valor” del capitalismo también la ofrece Ignacio Escolar: “si apuestas con cientos de millones de dólares en el mercado de futuros a que el petróleo subirá, en efecto sube y tú ganas; en economía las profecías tienden a cumplirse si hay dinero suficiente” pues desestabiliza el mercado en función de los intereses de quien pueda desestabilizarlo. Es uno de los comodines o licencias permitidas sólo a algunos en este juego.
AVARICIA
El capitalismo es la máxima expresión humana del egoísmo normalizado tras el que se pretende hacer creer que no hay sujetos responsables de su ser inmoral, pero el calificativo inmoral sólo es atributo del hombre. Es un sistema en el que la economía no está al servicio del hombre, sino al revés.
Un alto directivo de General Motors, en cierta ocasión dijo que la clave de la prosperidad económica es la creación de una insatisfacción organizada. Esto es algo así como aquellos que dicen que la clave para lograr la felicidad sólo está en desearla continuamente y eso es lo que nos mueve a seguir viviendo. Pero esa insatisfacción es fruto de una codicia insaciable que finalmente ha generado la más absoluta desconfianza, motivo central (dicen) de la crisis financiera actual.
Al principio decíamos que esta crisis fue en primer lugar económica. Después pasó a ser financiera. Finalmente corremos riesgo de pasar a crisis social si los líderes políticos de los países responsables no son capaces de encauzar soluciones, que por el momento no han llegado. La principal medida tomada hasta ahora es la inyección masiva de capital a los bancos sin explicar a la ciudadanía en qué condiciones el estado presta ese dinero que es nuestro. El banco “sólo” tiene el papel de gestor material desde donde se concede el crédito, pero el crédito queda atascado en los bancos. A fecha de hoy ningún dirigente ha advertido seriamente a los bancos para que cumpla con su papel de correa de trasmisión, lo cual denota un miedo colosal a los banqueros, a los que nadie reprocha nada. Pero si los gobiernos no lo hacen, lo acabarán haciendo los ciudadanos. La confianza de los ciudadanos en los gobernantes está bajo mínimos. La clase política está profundamente cuestionada, pues empieza a considerarse como uno de los reflejos o efectos del capitalismo salvaje por mucho que algunos en la izquierda corran ahora a abrazar la socialdemocracia como panacea cuando hasta aquí se definían eufemísticamente como de centro-izquierda.
Es lógico que el ciudadano se sienta burlado. Las cifras de cientos de miles de millones de euros o dólares inyectados desde los estados a los sus sistemas financieros serían suficientes varias veces como para paliar el hambre y la pobreza en todo el mundo, pero sin embargo no logran aliviar la codicia infinita de los bancos que inmediatamente se benefician de esas inyecciones y de las bajadas de interés de los bancos centrales en Europa y EE.UU pero no dan traslado de esos beneficios a los ciudadanos, que son los que en realidad les están aportando liquidez por medio del estado.
EL CRÉDITO DE LA BANCA
Los ciudadanos no entienden por qué hay que “salvar” precisamente a los que han generado el problema. Comienzan a sospechar de los fines con que esto se lleva a cabo. No entienden por qué les damos el dinero del estado, que es de todos, para que después, tan sólo con un poco de suerte, nos lo devuelvan gravado con intereses. Esto es retornar de nuevo al mismo problema.
Los bancos comienzan a abusar de la confianza del estado justificando no dar créditos por desconfiar del resto de la banca. Esta cínica paradoja se erradicaría si los gobiernos dejasen de tener un miedo atroz al infinito poder de la banca y fuera el mismo estado el que directamente gestionase los créditos sin la banca como intermediaria. En ese momento la confianza de los bancos resurgiría súbita e inexplicablemente. Es decir, la banca se mueve entre la desconfianza que tiene respecto de los otros bancos con los que compite y su confianza en que el estado no le sustituirá adoptando él mismo la función que hasta ahora realiza la banca como mero intermediario en el que se queda parte de la mercancía financiera.
Algunos países como Francia toman medidas que reflejan o su impotencia ante la banca o su burla ante los ciudadanos: ha creado la figura de un mediador para que intervenga ante los bancos que nieguen créditos a los ciudadanos. Si además también se reducen drásticamente impuestos a empresas, para las que también se están creando fondos especiales, se corre el riesgo de hacer más de lo mismo: enriquecer más aún a la banca que no ofrece lo que se le ha prestado y enriquecer a los empresarios, no a las empresas, ya que bajar los impuestos por sí mismo no garantiza que no se vayan a despedir trabajadores o se les contrate. Es algo así como si se intentase aliviar un coma etílico con más alcohol.
Pero mucho más alarmante que el escaso crédito que la banca ofrece, es el que la banca merece de los ciudadanos. Todo en torno a ella ha sido una irresponsable operación de especulación de lo que el hombre valora convencionalmente: el dinero y las materias primas. Los mercados de futuros y el valor del dinero ofrecido han creado una masa financiera reflejada tan sólo en números, pero no en beneficios tangibles, reales. Por ello, falta dinero real para cubrir el molde creado y que habíamos creído tener lleno. La verdadera crisis ha comenzado cuando nos hemos asomado al molde y hemos comprobado que dista mucho de estar tan lleno como creíamos. Ahora, mediante inyecciones masivas de capital, se pretende llenar realmente lo que ya creíamos lleno. Empleando un símil, la cuestión es si Don Quijote se curaría haciéndole reales los gigantes que sabemos que no existían o haciéndole ver su error. Es decir, la cuestión es si el problema se solucionará llenando de billetes el molde que creíamos lleno o si por el contrario, de lo que se trata es de perseguir a quien ha creado ese molde inexistente y romperlo para adaptarnos a la verdadera realidad. La esquizofrenia no se cura haciendo real lo que el enfermo ve irrealmente, creando efectivamente la realidad que al enfermo le decimos que no existe, sino haciendo asumir al enfermo la irrealidad de su mundo para adaptarse a lo que de verdad existe. Pero lo peor es que el vacío de capital que se está intentando llenar, está en alguna otra parte, a saber, por ejemplo, en paraísos fiscales, y mientras se llena de nuevo ya parece estar también reportándoles nuevos beneficios. Si no, los distintos gobiernos que ordenan medidas, deberían saber ser más convincentes para explicar por qué tardan tanto tiempo en verse los efectos de esas inyecciones de capital en el ciudadano de a pie y tan poco en los bancos y grandes financieras. No es que el capitalismo haya fracasado, sino más bien que cíclicamente culmina en una apoteosis para volver de nuevo a empezar tal como si de Sísifo se tratase.
Ejemplo de esa “economía esquizofrénica” es que el crédito invertido ha sido muy superior al capital propio con que contaba el que ha solicitado dicho crédito. Este desequilibrio se conocía, pero se admitía sin reparos sólo porque beneficiaba al que otorgaba el crédito, generando así una hiperproducción innecesaria y por ello, imposible de absorber, así como unos beneficios intangibles sólo reflejados en números para la banca y que ahora están en paraísos fiscales fuera del control que afecta al común de los mortales. No se han limitado ni controlado en modo alguno ni la naturaleza ni la procedencia de estos beneficios.
Ahora los acólitos del liberalismo económico han pedido cínicamente un paréntesis en sus recetas y han solicitado ayuda urgente al estado para salvar al sistema. Aunque en realidad siempre se han servido de él, especialmente provocando en las economías más poderosas un proteccionismo a ultranza para bloquear, aislar y ahogar las exportaciones de los países más pobres y así frustrar sus expectativas de ingreso “natural” en el “libre mercado”.
REGENERAR LA ILUSTRACIÓN
La ficticia e interesada relación creada entre capitalismo y democracia sólo se basa en el criterio de la rentabilidad, donde la economía es la nueva moral que está por encima del hombre, el cual tan sólo es un instrumento para lograr beneficios. Esta nueva moral está por encima de cualquiera de los principios que inspiraron la democracia desde la Ilustración. Pero quizá esa época fue mucho más inocente que la que se ha generado después. No ha servido de mucho el ideal ilustrado. La concepción de la libertad, pilar básico de dicho ideal, se ha degenerado infinitamente y acaba asociándose únicamente con el consumo y la propiedad privada: si se consume más o se posee más se es más libre. Se trata de escoger entre el falaz dilema de ser o tener. La dignidad no tiene valor, sino precio. Sencillamente, nuestros hijos entienden perfectamente sin explicárselo expresamente, que se es por lo que se tiene.
El dinero ha pasado a ser el sujeto real de la historia, no el hombre. Por ello el dinero puede entrar en cualquier parte, puede traspasar fronteras que muchos hombres no pueden. Lo importante no es la dignidad ni ningún atributo humano defendido en la Ilustración, sino el precio, el beneficio, la rentabilidad y cualquier atributo del dinero en ese sentido.
Por otra parte, la cultura de la inmediatez ha barrido valores profundamente ilustrados como el de la educación. Los efectos de la inversión en educación se recogen a largo plazo, por eso son muy pocos los gobiernos que apuestan sinceramente por ella, ya que corren el riesgo de que cuando esos efectos lleguen, el gobierno que los impulsó haya sido sustituido por otro de signo contrario y sea ese el que acabe beneficiándose de dichos efectos. Y esta es una prueba más de que, en general, se gobierna sólo para seguir gobernando, no para el ciudadano. John McCain, rival de George Bush en el proceso electoral republicano para las presidenciales americanas en noviembre de 2000, hizo unas declaraciones muy reveladoras en este sentido al New York Times, al que reconoció muy sinceramente que la política se ha convertido en “un sistema elaborado de tráfico de influencias, donde los dos partidos se ponen de acuerdo para seguir en el poder y vender el país al mejor postor”.
Por eso, y respecto a la educación como pilar básico ilustrado, no le falta razón a Pascal Bruckner al decir de la escuela que “es importante sacralizarla, protegerla del mundo, de lo contrario, corre el riesgo de caer en manos de la sociedad “liberal” -en el peor sentido del término-, dejarse invadir por intereses privados, virus publicitarios y, en general, por la uniformidad, la amnesia y la estupidez, plagas actuales de la democracia de masas”. Cada vez más son los jóvenes y los niños que sólo parecen perseguir la hilaridad que les ofrecemos especialmente desde la publicidad y desde la televisión a través de imbéciles y bocazas que se regodean de serlo haciendo gala de sus torpezas o bravuconadas contra cualquier atisbo de racionalidad. Eso que llamo “cultura de la inmediatez” les hace rechazar casi por completo la idea de sacrificio como una situación posible que a veces surge sin remedio. Por eso no es anodino que se premie a personajes procesados judicialmente por delitos económicos muy graves, como lo ha hecho recientemente una cadena de televisión española concediendo hasta 350.000 € por una simple entrevista. Para la cadena en cuestión lo único importante es la absurda competición por la audiencia, donde todo vale para tener más audiencia que los otros, aunque para ello desemboquemos en aberraciones inmorales.
SOCIALDEMOCRACIA Y ESTADO
La maledicencia y el desprestigio vertido hacia el estado como gestor administrativo desde el liberalismo, ha logrado que se considere perverso o casi abyecto cualquier defensor del papel del estado en la vida de los individuos al convivir en comunidad.
De momento también se intenta hacer creer que el estado está cumpliendo con una de sus funciones, que es la de restaurar el sistema. Esto es claramente falaz, ya que restaurar el sistema también llevaría implícita la función de perseguir a los culpables de la situación.
Son muchos los pensadores que a lo largo de la historia han considerado al estado como un necesario árbitro corrector de la vida en comunidad. Agustín de Hipona lo consideraba necesario en rigor porque era capaz de reprimir las tendencias naturales hacia el mal. Tomás de Aquino, por su parte, lo consideraba como el instrumento que conduce al hombre al bien común. Para Aristóteles el estado es incluso anterior al individuo, al hombre en el sentido de que fuera del estado el hombre no es hombre en su nivel moral, sino una bestia o un dios. En la actualidad, el individualismo es tan feroz que nos ha convertido en bestias que juegan a ser dios. Michael Camdessus, director del FMI en su momento, llegó a decir que “el FMI es uno de los elementos de la construcción del reino de Dios”.
Hemos perdido la condición natural del estado que hace humano al hombre. Sólo en el estado el hombre es humano además de animal, sólo en él es posible con-vivir (vivir-con los otros) y realizarse en la virtud.
Vuelve a valorarse positivamente la concepción que la socialdemocracia tiene del estado, pero han sido demasiados los años de “nihilismo económico” fomentado desde los círculos reales del poder económico como para que los cambios sean tajantes y rápidos, pues los cambios que se diseñan desde el mismo poder que debiera cambiarse nunca son verdaderos cambios, sino burlas.
LO NORMAL HA DEJADO DE SER LÓGICO.
Es posible que el ciudadano medio esté asumiendo involuntaria e inconscientemente ciertas aberraciones por el sólo hecho de convertirse en habituales. Quizá estemos acostumbrándonos indolentemente a ver la imagen de un niño muriendo de hambre, o tiroteado en cualquier guerra. Quizá esto se esté convirtiendo en normal a nuestros ojos, pero no es lógico.
Si lo normal ha dejado de ser lo lógico, es posible que estemos a las puertas de una nueva etapa en que la lógica acabe imponiéndose por el ciudadano a través una revolución global, que como casi todas, no será silenciosa y si dolorosa.
Santos Ochoa
14 de enero de 2009.
(Artículo Publicado en www.rebelion.org ,sección Opinión, el 16-01-09)